Después del mediodía, el sol se volvía cálido, pero un poco deslumbrador. El nardo al lado de la ventana se veía muy exuberante y verde bajo los rayos que se filtraban por el cristal y daban brillo a las hojas. De vez en cuando una brisa soplaba, las hojas crujían melodiosamente.
Mirando esta maceta, Catalina Venegas no pudo evitar recordar a ese hombre, quien le había dado esta planta, con quien ella había pasado sus años inolvidables de bachillerato y de la universidad, y con quien ella había planeado casarse después de graduarse, pero con quien había terminado no hacía mucho.
En la oficina del Departamento de Planeación del Grupo de Visión reinaba un silencio. Algunos empleados aún no había vuelto mientras otros estaba durmiendo la siesta apoyándose sobre la mesa con la cabeza abajo. Todo parecía muy normal en apariencia, pero todo sabía que se había montado un buen «espectáculo» en esta oficina una semana antes.
Ahora, todo estaba en calma como si nada escandaloso hubiera ocurrido.
De repente, Florencia Sarmiento golpeó muy suavemente con los dedos sobre la mesa de Catalina, quien al instante volvió en sí de sus pensamientos melancólicos.
Florencia le entregó un paquete y dijo en una voz baja:
—¿Qué haces aturdida aquí? Toma tu paquete. Lo cogí de paso para ti cuando pasé por la sala de correo.
Catalina lo tomó de la mano de esta, pensando que debía ser la información que le había mandado su cliente, y dijo:
—Muchas gracias, Florencia. Estaba esperando la llegada del paquete.
Acto seguido ella abrió el bulto con el cúter y sacó sin prisa el papel adentro, para ser más exacto, una invitación de boda muy bien elaborada.
Se quedó petrificada en su lugar inmediatamente al verla como si se le quitara el aliento. Y con las manos temblorosas, abrió la invitación de boda y vio asombradamente dos nombres en ella: el novio, Isaac Madrid, y la novia, María Tamayo.
¡Qué ridículo era todo esto para Catalina! Uno es el hombre con que había salido durante siete años y la otra había sido su mejor amiga.
A un lado, Florencia vio con una ojeada los nombres de los que se iban a casar y maldijo en voz enojada:
—¡¿Cómo esta pareja descarada se atreven a mandarte invitación de boda?!
La voz de esta sonó de forma abrupta en la oficina silenciosa y despertó a otros que tomando siesta.
La herida, aún no cicatrizada en el corazón de Catalina, le dolió de nuevo al ver esa carta de invitación. Solo después de una semana, ya le mandaron la invitación de boda sin darle tiempo para que se aliviara un poco.
Catalina se dijo a sí misma:
«Isaac, ni el mismo diablo me hubiera hecho el daño que me has hecho tú...»
Florencia le quitó la invitación de la mano, la rompió furiosamente en pedazos y la arrojó pesadamente en la papelera al lado.
—Caty, no hagas caso a esta pareja sinvergüenza... —Florencia la consoló.
—Estoy... bien... —Catalina le dijo temblando y las lágrimas se deslizaron de sus ojos descontroladamente.
Y se apresuró a levantarse y se dirigió corriendo al baño porque no quería revelar su herida públicamente ni quería enfrentar a la mirada de conmiseración que sus colegas le echaban.
Desde la escuela secundaria, Catalina había estado con Isaac y se había ilusionado con pasar el resto de su vida con él hasta que la muerte los separaran.
El hombre retiró la mirada y se dirigió a otro lavabo del lado para lavarse las manos sin dirigirle una sola palabra a Catalina.
Catalina lo observó en secreto a este hombre y descubrió que aparte de su expresión poco amable, se podía considerar como el más guapo en toda la oficina o incluso no había otro más destacado que él en apariencia en todo el Grupo de Visión. Tenía los rasgos físicos bastante delicados: frente ancha, nariz prominente, ojos azules, labios suaves con grosor medio y barbilla bien definida. Todo se veía perfecto en su cara.
Al ver que el hombre estaba tan callado, Catalina le preguntó de nuevo:
—Señor, ¿hoy es su primer día en la empresa? Es que se ha equivocado del lugar. Estamos en el servicio para señoras...
El hombre sacó unas toallas de papel y dijo mientras se secaba las manos:
—Señorita, disculpe. Es usted quien ha venido al lugar equivocado. Aquí es el servicio de señores.
—¡¿Eh?! ¡¿Estoy en el servicio para hombres?! —Catalina se quedó completamente congelada en el mismo lugar al oír las palabras del hombre.
¡Acababa de sollozar a discreción al lado de lavabo del servicio para hombres! Se dio la vuelta aturdidamente, se miró a sí misma en el espejo y descubrió que tanto su pelo como su ropa estaban empapados y el maquillaje que llevaba ya estropeado por lágrimas. Lo más peor era que su imagen se volvía más lamentable en comparación con este hombre elegante y bien vestido, como si ella misma era la «fiera» fea y ese tipo fuera el «bello» príncipe.
Catalina se quedó tan avergonzada que quería que la tierra la tragara inmediatamente.
«¡Cómo puedo equivocarme de cuartos de baño después de haber estado trabajando en la empresa durante tanto tiempo!»
Bajo una situación tan vergonzosa, sin tener más tiempo de entristecerse por su amor contrariado con Isaac, Catalina rápidamente tiró unas toallas de papel, se cubrió la cara y se escapó corriendo del aseo para hombres sin mirar atrás.
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