ROMANCE ALOCADO romance Capítulo 77

En las montañas nevadas del noreste, en cuanto se ponía el sol, la temperatura descendía bruscamente. En el exterior, si se vertió agua caliente en el suelo, podría congelarse pronto.

Después de la cena, los soldados no dejaron de entrenar porque el sol se pusiera.

Catalina se quedó en su habitación, con el sonido de un paso ordenado y las resonantes consignas sin cesar. Se acercó a la ventana y miró hacia afuera, solo para ver un cuadrado tras otro esparcidos por el patio amplio, así que no pudo evitar respetar a estos soldados.

De repente, la puerta se abrió y era Emanuel quien había regresado.

Con un termo en la mano, Emanuel se acercó y dijo:

—Aunque estés enfadada, tienes que cenar.

«Odio a las mujeres que están constantemente enfadadas. ¡Qué molesto!»

—¡No estoy enfadada! —Catalina lo negó—. Es que no estoy acostumbrada a comer con tanta gente.

Emanuel no dijo palabras suaves, limitándose a poner el termo sobre la mesa y abrir lentamente la computadora del lado antes de decir con indiferencia:

—La comida está aquí, puedes comerla si quieres.

Al final, también recordó:

—En diez minutos Domingo vendrá a sacar el termo.

Su tono gélido la hizo sentir incómoda, así que respondió:

—Gracias, no tengo hambre.

«Nunca he visto a una mujer con un carácter tan obstinado.»

Dijo persuasivamente:

—La cantina no proporciona aperitivos nocturnos, no importa quién seas. Te pierdes esta comida, si quieres comerla, tendrás que esperar hasta mañana.

—¡Gracias!

«No creo que pueda morir de hambre con una comida menos.»

Como había estado con el director durante muchos años, más o menos lo conocía. Al vio la cara del director no era buena, entonces, dijo con inquietud:

—Lo siento, no hay más habitaciones vacías.

Cuando Catalina quiso decir más, Emanuel volvió a interrumpirle con voz severa, mirando a Domingo con furia:

—¿Todavía no te vas?

—Sí, sí, me voy ahora mismo.

Domingo cargó con el termo y se retiró apresuradamente.

Los dos volvieron a quedarse solos en la habitación, y fuera de la ventana sonaba un coro de consignas con fuerza.

El corazón de Catalina estaba lleno de ira.

«Si dos personas pueden discutir por cosas triviales, significa que no son adecuadas. ¿Cómo pueden vivir en el futuro?»

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