POV: William.
«Soy imbécil».
Cómo es posible que yo haya dicho semejantes palabras. No es sólo que defendiera mi hombría ante las declaraciones provocadoras de Ashley, es que se me fue la musa un poco "demasiado". Prácticamente le afirmé una relación sexual con su amiga, lo que para nada era mi intención tras este trato. Luego, para más de contra, la ofendí mencionando su temporada de sequía. Ya, por último, fui muy lejos, ofreciéndole mi ayuda para superar sus... ¿carencias?
«Dios, es que ni yo mismo me creo que haya dicho tanta pendejada junta».
No era mi intención decir nada de eso, solo se sintió ofensivo que ella me atacara, sin yo conocer las razones. No es como que Steph y yo tuvimos algo de verdad, aunque bueno, ella me pidió una camisa y pasó a dormir en los brazos de Morfeo, sabiendo todo lo que su amiga haría por ella y pensaría de mí.
Pero yo no esperaba que ella fuera a armarme una bronca, de hecho, pensaba que la próxima vez que la viera sería despidiéndome de ella; por eso decidí tomarme una ducha, no estaba muy seguro de poder mantener mi trasero ansioso lejos de ella. Y por supuesto, sentir que llamaba a la puerta, me sorprendió. Decidí abrir por una cuestión de preocupación, tal vez la loca morena se había puesto mal o algo había sucedido, ya que el toque en la puerta fue bastante persistente.
Sin embargo, ver el evidente cambio en sus ojos al verme, me hizo sentir un tilín orgulloso. Ella venía a buscar pelea y la tomó por sorpresa mi poco habitual carencia de ropa. En sus ojos pude verificar, por unos largos segundos, que le gustaba lo que estaba viendo, que no le era indiferente como pretende demostrar; pero tuve que meter la pata por completo, ahora ella no querrá siquiera escuchar una explicación.
Pienso y pienso en la posibilidad de desmentir todo esto que se ha vuelto demasiado complicado; pero por más que lo hago no encuentro algo, un motivo lo suficientemente justo para que yo haya actuado de esa forma. Tal vez debería esperar a que ella se calme y podamos hablar como dos personas civilizadas, sin ofensas y palabras mal sonantes entre nosotros.
Me siento en la cama y luego caigo de espaldas, siento aún el dolor en mis partes bajas por la maniobra hecha por la pequeña rubia; tapo mis ojos con un brazo y resoplo de pura indignación. Muy en el fondo sabía que este trato no conllevaría a nada bueno, pero tuve que aceptar y he aquí las consecuencias de mis malas decisiones.
Mi teléfono suena en la mesilla de noche y me extraña, porque ya es tarde. Me preocupo al instante y en mi pecho siento una opresión. Al ver la pantalla aumenta el sentimiento y no demoro en responder.
—¿Qué pasó, Esme? —pregunto alarmado. Del otro lado de la línea solo escucho los jadeos de mi hermana— ¡Esme, respira! ¡Inhala, exhala! ¡Hazlo conmigo, vamos!
Me pone nervioso esta situación, como cada vez. Me frustra no poder hacer nada por mi hermana cada vez que esto sucede. Lo único que me reconforta es que ella siempre me llama, para que yo la ayude a superar las crisis.
—¡Esme, tranquila, solo debes respirar! ¡Hazlo conmigo, vamos! —continúo y simulo una respiración más fuerte, para que ella escuche y la siga.
Desesperado, salgo de la habitación; me pone mal que mi hermana no pueda evitar estos momentos. Sigo hablándole a través de la línea y le doy indicaciones, respiro junto con ella hasta que siento, unos minutos después, que va recuperando el ritmo normal.
Me quedo callado, hasta que la siento sollozar del otro lado. Mi corazón se rompe e intento mantener el tipo, quiero demostrarle que todo está bien y que yo seré fuerte por ella.
—Esme, ya pasó, tranquila. Yo estoy contigo —murmuro, mientras me siento en la isleta de la cocina, con mis codos apoyados en la encimera y tapo mis ojos, para relajarme.
Ella sigue ahí, no habla, pero siento en su respiración que va mejorando. Suspiro un poco más tranquilo. Unos minutos después, mi hermana me agradece y sin más, cuelga.
Miro la pantalla de mi celular y veo que pasaron unos quince minutos esta vez. Por mucho que se supone que sea, esta ha sido de las crisis más cortas. Cuando todo comenzó podía pasarse horas así; hubo noches que pasé íntegras con el celular en la oreja intentando calmarla y cuando ella se quedaba dormida, aún me quedaba ahí, velando su sueño.
Hacía ya unos dos años que no le sucedía, pero en estos últimos meses volvieron y con bastante intensidad. Todavía estoy intentando descubrir la razón de que así sea.
Vuelvo a suspirar y destapo mis ojos, al levantar la cabeza me encuentro con unos ojos marrones que me miran con preocupación. En su rostro se puede notar la vergüenza por haber sido descubierta y después de todo lo sucedido antes, creo que se siente aún más incómodo. Pero yo no hago nada, solo me quedo mirándola, esperando que sea ella la que decida qué hacer.
Mantengo mis ojos en los suyos, por mucho que desee volver a admirar su hermosa estampa. Sus mejillas adquieren un dulce color rojizo y sus manos se retuercen, nerviosas.
—Lo siento —digo, luego de unos segundos, en los que no dejamos de mirarnos. Ella con preocupación, quizás. Yo, con la necesidad de calmar mi angustia—. No... recordé que había alguien más en la casa. Disculpa si te asusté.
El "lo siento" tiene una doble intención, disculparme por el encuentro de antes y por la situación de ahora. No pensé en la posibilidad de que ella escuchara mis indicaciones para calmar a mi hermana y que pudiera preocuparse por eso.
—No...no te disculpes, es tu casa. Siento mucho la... indiscreción —tartamudea Ashley y su dulce voz, me provoca escalofríos—. Voy a seguir intentando despertar a Steph.
Mira a cualquier lado menos a mí; sus manos siguen unidas y retorciéndose una a la otra. Cuando da media vuelta para irse, no puedo mantener mi boca cerrada.
—¡No te vayas! —pido, con un tono alto. Ella se detiene y me mira medio asustada con mi petición—. Por favor.
Cierro los ojos, porque no tengo idea cómo ella reaccionará. Supongo que sigo metiendo la pata cuando a ella se refiere.
—Lo siento, no me hagas caso —rectifico, no pretendo que ella se sienta más incómoda de lo que ya es.
Sonrío porque acepta mi sencilla propuesta, pensé que tendría que recordarle que su amiga duerme la mona sin importarle nada más. Preparo la cafetera para poner el agua a calentar y ella sube las escaleras otra vez, para buscar su teléfono. Al bajar, escucho que habla con alguien por el celular; unas palabras después me doy cuenta que debe ser su madre, porque es la tercera vez que repite lo mismo.
—Todo está bien, te lo prometo —repite y me divierte ver que sus ojos casi se quedan en blanco—. Siii...en cuanto pueda salimos para allá, no te preocupes —escucha algo que le dicen, sonríe y añade—: lo sé, yo también te amo.
Cuelga la llamada y me mira apenada.
—¿Tu madre? —pregunto con diversión y ella asiente, en lo que camina hasta sentarse en una de las banquetas de la isleta; me giro para quitar la cafetera de la hornilla y agrego—. Comprendo el sentimiento, la mía puede ser bastante...molesta.
Niego con la cabeza y suelto una carcajada, mientras recuerdo algunas conversaciones con mi madre. La verdad es que es demasiado protectora, incluso a mis treinta años quiere estar al tanto de todo lo que acontece en mi vida.
—Ojalá pudiera molestarme por muchos años más —expresa con voz ahogada y al instante me giro, alerta ante su tono triste. Sus ojos están fijos en un punto cualquiera y tengo la seguridad que está muy lejos de aquí.
Recuerdo que Steph me comentó algo acerca de una enfermedad que tiene la madre de Ashley, pero en realidad no me dijo mucho más. Me gustaría hacerla sentir mejor. Aunque en su expresión no se muestre tristeza, más bien resignación con el futuro que se avecina, quisiera decirle que puede contar conmigo; pero se supone que yo no conozco nada de ella, así que, no puedo hacer nada por ahora.
Cuando regresa de ese lugar al que se fue por varios segundos, pongo delante de ella la taza con el té. Me mira, a la espera de que pregunte algo, pero no lo hago; si ella lo decide, estaré para escucharla.
—¿Leche o azúcar? —pregunto, rompiendo el silencio.
—¿Tienes miel? —replica, con una sonrisa suave.
Alzo los hombros y sonrío, en un gesto total de «por supuesto», le guiño un ojo y voy en busca de la miel.
—Café con miel, ¿recuerdas? —murmuro y ella sonríe, avergonzada.
—Cómo olvidarlo —susurra, con cansancio; pero puedo ver como en sus labios, una pequeña sonrisa se extiende.
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