¡Se busca un millonario! romance Capítulo 3

Diez minutos. Solo diez minutos tengo para relajar mi cuerpo y calmar mis nervios. Diez míseros minutos que no alcanzan para nada y se van corriendo.

—Aquí está el pedido, Ash —dice Monse, poniendo la taza repleta de café y un platillo, sobre el mostrador.

Con manos temblorosas, tomo la taza y la coloco sobre la bandeja.

«¿Por qué tiemblo?», me reclamo interiormente.

Nunca antes me había sentido así. Mi fascinación por el cliente más hermoso y elegante de la cafetería siempre ha quedado en segundo plano cuando de mi profesionalidad se refiere. Pero también hay que tomar en cuenta que, nunca antes, nunca, me había hablado. Mucho menos, tocado. El punto exacto donde tuvimos contacto, en mi codo, lo siento arder. Un ligero roce de sus dedos, para llamar mi atención, fue suficiente para que mi mente obsesiva no pueda controlarse.

—Ash, se enfría el pedido —interviene Monse y yo, al fin, reacciono.

Tomo la bandeja y con mucho cuidado, voy a su encuentro; trato de controlar los nervios y la sostengo con fuerza, para evitar pasar una pena en medio del salón, con los ojos de él, puestos sobre mí.

Mis pasos son cortos y relativamente lentos. Pero ni, aun así, el tramo me rinde. No. Me tardo unos sencillos segundos en llegar a su lado. Me acerco a su mesa y, sin mirarlo, coloco la taza y el platillo delante de él.

—Que le aproveche —digo, una vez termino de acomodar la servilleta, dispuesta a salir pitando de su lado.

No he dado media vuelta, cuando su voz me detiene.

—Espera... —pide, con voz suave, pero autoritaria. De esas voces que no puedes evitar respetar, de las que imponen.

—¿Desea algo más, señor? —pregunto, con voz tenue y otra vez, no lo miro.

—Míreme... —dice, de pronto. Yo levanto la mirada al instante y él sonríe, antes de terminar su petición—. Por favor.

Me quedo ahí, mirándolo a los ojos color zafiro y perdiéndome en ellos. Admirando las diminutas motas de color oscuro que acompañan al azul. Detallo sus cejas, perfiladas y gruesas. Su nariz respingada. Sus labios, a la vista suaves y carnosos. Su mandíbula marcada y el efecto varonil que le agrega. No me canso de admirarlo, estoy hipnotizada con esta milagrosa cercanía que tenemos luego de tres años de verlo diariamente.

Escucho un carraspeo y eso, me hace reaccionar. Sacudo mi cabeza cuando me doy cuenta que me había quedado tonta mirándolo. Pestañeo varias veces y me encuentro con su mirada divertida. Al momento, siento mis mejillas calentarse y mi corazón brinca en mi pecho, con la vergüenza que acabo de pasar.

—Me gusta tu rubor —comenta él, como si hablara del tiempo; pero sus ojos ahora no sonríen, muestran una ferocidad nunca antes vista, como un brillo de posesión—. Y me gustaría admirarlo cada día.

Sus palabras, no las entiendo. No puede ser que él haya dicho eso. Seguramente yo escuché mal. Porque si no me equivoco, me está coqueteando. A mí. A la chica pobre de los ojos color café. Simples.

—De seguro, tiene cosas mejores que hacer, señor —murmuro, con voz baja y mirando hacia cualquier lado, menos a él.

—Tal vez, así sea —dice, confirmando mis suposiciones. A pesar de que ya lo sabía, mi corazón se desinfla—. Pero estoy seguro, no las disfrutaría tanto, como admirarte a ti.

Me atraganto con mi propia saliva. Comienzo a toser y necesito dar un paso, alejándome de él, para no hacerlo encima suyo. Me avergüenzo aún más de mis reacciones, pero es que, ni por nada del mundo, esperaba que su respuesta fuera esa. Demasiado profundo vivo en los bajos mundos, para que un hombre como este, educado y de sociedad, venga a decirme tales palabras. Es para descomponerse, totalmente.

De pronto, siento su mano frotar mi espalda para dar pequeños golpes que me ayuden a recuperar la respiración. Me quedo paralizada. El calor que transmite su toque atraviesa mi camisa blanca de algodón. Me quedo tranquila, ya recuperada de la impresión; pero él se mantiene ahí, presionando su mano en mi espalda.

Lo siento por detrás de mi espalda. No me toca ninguna parte de su cuerpo, excepto su mano. Pero el espacio entre él y yo, lo siento como si un campo magnético se hubiera formado entre nosotros.

—¿Pasa algo? —pregunta de repente Adelfa. Me separo de él al instante y me giro, para ver a mi jefa con el ceño fruncido y una expresión de desconfianza.

—Nada grave pasó, señora Adelfa —interviene él, al ver que yo no puedo hablar—. Aquí la señorita, tuvo un percance y necesitó de mi ayuda. Pero afortunadamente, ya se mejoró. ¿No es así?

Su pregunta me toma desprevenida y lo único que logro hacer, es asentir, para darle la razón.

—Bueno... —Adelfa sonríe mientras lo mira a él—, menos mal que nada sucedió, pensé que había algún problema con su pedido. Ashley, puedes retirarte y tomar un poco de agua, para que te alivies —dice luego, mirándome a mí, no tan feliz.

Asiento y sin decir nada más, me retiro. En mi espalda siento la mirada de él, mientras Adelfa le pide disculpas por mi pequeñito problema, pero no me vuelvo. Independientemente de que estoy flipando con todo lo sucedido, no entiendo nada de su forma de actuar. Después de tanto tiempo sin notar mi presencia, viene de repente, interesado en mí.

«No espero nada bueno de eso», declaro, por lo que creo mejor, mantenerme alejada de él y dejar lo que sea que haya pasado en un lugar bien escondido de mis recuerdos.

—¿Y bien? ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? ¿Te pidió salir? —Steph llega a mi lado, bombardeándome con preguntas que ni al caso vienen.

La miro, sus ojos verdes se ven emocionados y un ceño se muestra en sus cejas, mientras espera mi respuesta. Pongo los ojos en blanco y resoplo, porque su forma demasiado excesiva, ahora mismo me resulta un poco irritante.

—Sí —reafirma, a la vez que se inclina hacia atrás, hasta recostarse en el respaldo de la silla—. Te tengo una petición —murmura y yo, no sé si desmayarme por el efecto de su voz grave o por la mirada depredadora que me da.

Ya me lo imagino pidiéndome una cita, en la que podamos conocernos y yo por fin pueda actuar frente a él de una forma normal, no tan ridícula como sé que me veo. En la que le hablaré de mis sueños, sin miedo a que se burle de mí, porque él se ha labrado su camino de la misma forma. En la que...

—¿Puedes prestarme tu libreta? —interrumpe mis pensamientos y yo me quedo en blanco.

—¿Eh? —pregunto, perdida.

Él se levanta y se abotona su chaqueta. Con paso suave se acerca a mí.

—Te decía... ¿puedo tutearte? —pregunta con educación y yo asiento, una y otra vez, con la cabeza, como esos perritos que venden como adorno para los autos—. Gracias. Te decía, que si puedes prestarme tu libreta.

Me quedo pensando en que es muy simple su petición y que, para nada, es lo que esperaba. Pero no me puedo negar y con seguridad, se la entrego. Él la toma y en el momento, sus dedos rozan los míos. Me gustaría pensar que ese toque no fue fortuito, más bien, su forma de crearme más expectativas.

Revisa la libreta buscando una hoja en blanco, cuando una nota cae y él se agacha para cogerla. Cuando lo hace, que la lee, su expresión cambia. Totalmente. Una mirada fría, desprovista de sentimientos, es lo que veo cuando vuelve a cruzarse con la mía. No entiendo los motivos que lo llevan a cambiar de esa forma, pero tampoco puedo comprender, porque él hace una bola con el papel y lo echa en su bolsillo.

Y hasta aquí, llegó mi sueño. No me habla más. No me mira más. Por el contrario, me doy cuenta que evita hasta mi cercanía. No obstante, continúa con mi libreta entre sus manos y me pide el lápiz, para escribir algo allí. Mi corazoncito, por unos segundos, palpita emocionado. Tal vez toda esta sensación de distancia momentánea haya sido idea mía.

Pero no lo es. La nota que me entrega, antes de darme la espalda e irse, no es lo que esperaba. Para nada.

Sin embargo, él no tiene suficiente con haberme dejado completamente vulnerable, sino que regresa, para dejarme aún más en ridículo.

—Aquí tienes tú propina —dice, depositando un billete de cien dólares en el bolsillo delantero de mi delantal—. Es un merecido agradecimiento, por el grandísimo favor que me harás. Nos vemos mañana.

Ahora sí, se va. Dejándome en el medio del salón, con mi libreta entre las manos, intentando no llorar. Miro otra vez su mensaje, ese que me demuestra que soy más que una imbécil por creer que tengo una oportunidad. Con alguien así de hermoso, famoso, millonario. Y aunque eso no sea lo que me atrae de él, sería demasiada suerte que la vida me sonriera de esa forma.

“Tu amiga me gusta, la morena de ojos verdes. Por favor, ¿podrías decirle que quiero invitarla a salir?”

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