POV: William.
Marco el número del último piso del edificio y, estoy seguro, que Ashley no podrá resistirse a lo que veremos a continuación; como le dije, confío en que le suceda como a mí. Todo me gustaba por ser algo completamente diferente a lo que estaba acostumbrado; pero cuando vi por primera vez la ciudad bajo mis pies, en lo que hoy es mi casa, no pude negar la conexión instantánea. Ese lugar debía ser mío.
Tengo la esperanza de que a ella le suceda igual con este lugar.
Este edificio podría ser considerado como uno de los mejores de la ciudad. Y no es sólo que cuente con excelentes condiciones arquitectónicas, es que, además, su precio se vuelve asequible para los que aquí conviven. O' Sullivan Enterprises está en todos lados y las constructoras no son la excepción. También está el hecho de que yo invierto mis ganancias en nuevos negocios y en la bolsa de valores, por lo que, puedo darme el lujo de decir que soy accionista en más de diez consorcios de grandes escalas, incluyendo, la constructora dueña de esta parte de la ciudad.
El ascensor demora solo segundos en subir los veinte pisos. Por el reflejo de las puertas de acero pulido, puedo ver como Ashley me está mirando. La dejo hacer y no le digo nada. No creo que sea lo más inteligente provocarnos mientras estamos encerrados en un elevador. Estoy seguro que no podría respetar la promesa hecha hace menos de dos horas atrás.
Y es que sí, muy dentro de mí tengo claro que con solo una semana cerca de ella, caeré sin remedio en las alas del amor. Si llevo tres años obsesionado con ella que no la conocía de nada; ya me imagino lo que llegaré a sentir al tenerla a mi lado, cada día.
El ascensor se detiene y con un pitido, las puertas se abren. Giro la cabeza y la miro a los ojos, le sonrío y extiendo una mano, para salir juntos.
—¿Vamos? —pregunto y ella asiente. Toma mi mano y salimos del ascensor.
Un pasillo largo nos recibe y en él, una única puerta; grande, de madera oscura e imponente.
—¿Lista? —pregunto otra vez, un poco nervioso, debo admitir.
—Sí —afirma, con seguridad.
Saco la última llave que nos quedaba por usar y abro la puerta. Un amplio salón nos recibe, decorado de forma sencilla y todo muy moderno. Un juego de sofá y butacas, color blanco, se ubican en el medio, justo enfrente de un multimueble con una TV de al menos cincuenta pulgadas y algunos objetos decorativos. Pocos metros por detrás, una isleta con función de encimera y varias banquetas altas, delimitan el paso a lo que sería la cocina. Todo de acero laminado y una meseta amplia, con sendas gavetas y puertas que sé, guardan infinidad de utensilios de cocina. Del otro lado, una escalera relativamente baja, dirige el camino hacia las habitaciones. Mientras que, por debajo de ella, otro pasillo lleva a un baño común y a una habitación que puede utilizarse como despacho o biblioteca.
Sin embargo, no es nada de esto lo que llama la atención de Ashley.
Unos amplios ventanales, desde el piso hasta el techo, se encuentran al fondo de todo. Miro a Ashley y ella está ensimismada mirando a través del cristal, a la ciudad que se extiende y al mar del fondo, un poco alejado.
—Es...hermoso —dice, como un susurro que, al parecer, no se suponía que dijera en voz alta.
Camina, sin mirar nada más, hasta las puertas que dan a la terraza; estas también son de cristal y se complementan con los ventanales.
Logra abrir las puertas y una ligera brisa entra; mueve su coleta de un lado a otro y los vuelos de su blusa se levantan. Me quedo a una distancia prudencial y admiro su figura mientras ella observa con admiración la hermosa vista. Llevo mis manos hasta los bolsillos de mis pantalones en una pose relajada y, espero.
Unos minutos después, cuando ella se da cuenta que no la seguí fuera, se voltea, buscándome. Al encontrarme, sus ojos marrones brillan y sonríe; en su mejilla se forma el hoyuelo que tanto me gusta provocar y ganas no me faltan de ir a tocarlo.
—Eres tan hermosa —declaro, admirado por su belleza y sin poder evitar mis palabras.
Ashley baja su cabeza, de repente avergonzada. Sus mejillas adquieren un tono rojizo y adopta una pose natural; sus manos en los bolsillos traseros de sus jeans y uno de sus pies se mueve intranquilo, sin descanso. Me digo que tengo que dejarlo ahí, en solo una afirmación de lo que estoy pensando mientras la veo. Pero por más que pienso en las palabras dichas hace unas horas, en la promesa que le hice, menos creo que pueda aguantarme.
Doy un paso. Otro.
Ella sigue mis movimientos, con ojos curiosos y ansiosos.
Otro. Y otro más.
Ya siento su calor, muy cerca de mi pecho.
Bajo mi cabeza y ella levanta la suya. Muerde su labio inferior y no puedo evitar dirigir mis ojos hacia su boca.
El vuelo de su blusa se levanta con el viento y a mí me embargan unas ganas tremendas de rozar, con la yema de mis dedos, la piel cremosa de sus hombros; contar cada pequeña peca.
Y lo hago.
Siento su piel erizarse con el contacto y sus ojos se cierran, para sentir cada una de las sensaciones. Su cabeza se inclina un poco hacia atrás y sus labios quedan más cerca de los míos.
—Ash... —Un susurro ronco sale de mis labios—, quiero romper mi promesa.
Ella abre sus ojos y un brillo diferente se distingue; el marrón se vuelve casi negro.
Su frente se pega a la mía y sus manos rodean mi rostro. Nos miramos a los ojos, así de cerca, aunque nos vemos distorsionados por la excesiva cercanía. Pero es imposible no ser consciente de la forma en que él me mira. Con fuego en sus ojos. Con ansias. Con necesidad.
—Rompí mi promesa —susurra, cuando pega su boca a mi frente—, lo siento.
Nos abrazamos y yo quisiera recordarle que le pedí romper su promesa; pero él no me deja, su dedo pulgar se coloca sobre mis labios y me provoca morderlo.
—No pude resistir la tentación, de verte aquí, tan hermosa, tan natural y sencilla —murmura—, besarte era lo que más deseaba.
Vuelve a alinear nuestros rostros y nos miramos a los ojos.
—Lo que más deseo —repite, antes de volver a juntar nuestros labios, en un beso robado y demasiado rápido.
No me da tiempo a nada; me quedo con las ganas de saborear sus labios otra vez. Un gemido lastimero sale de mí y él, solo sonríe.
—Necesito dejar de besarte, porque si sigo haciéndolo —asegura, mientras delinea mi boca con la yema de su dedo—, entonces no tendré para cuando parar.
—Yo no quiero que pares, Will —declaro, sin detenerme a pensar en el significado de mis palabras. Estoy ciega y aturdida por todo lo estoy sintiendo en lo más profundo de mi ser.
—Yo tampoco quiero hacerlo, preciosa —confiesa, luego de un suspiro largo y doloroso—, pero quiero ir paso a paso. Como te dije antes, quiero aprender a amarte. Como mereces.
Sus palabras hacen que mil mariposas retomen su vuelo en mi estómago. Por más que intento, no puedo ocultar la inmensa sonrisa que quiere formarse en mis labios.
—Yo también, Will —digo, con seguridad—, quiero aprender a amarte. Ya no es sólo que me gustes y que desee conocerte mejor. Es que estoy segura, que te estaré amando mucho antes de lo que puede ser posible. Y cuando lo haga, no me cansaré de gritarlo a los cuatro vientos.
Nos quedamos abrazados, luego de nuestras palabras, en la hermosa terraza con vistas a la ciudad. Nos balanceamos como si de un baile se tratara, a un ritmo desconocido, pero parejo. Sentir su respiración cerca, me calma, alivia mis miedos.
—Te voy a amar, Ashley —declara—, si no es que ya lo estoy haciendo.
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