POV: Ashley.
«Tengo calor», es lo primero que pienso al despertar.
Mi espalda está cubierta por un pecho caliente y unos enormes brazos me rodean. Siento una respiración profunda y pausada muy cerca de mi oreja.
William.
Sonrío, aún sin abrir mis ojos, al recordar todo lo que hicimos anoche y varias veces más durante la madrugada. Un dolor delicioso se expande por mi cuerpo y no intento fingir que eso me molesta.
«Porque no me molesta para nada», suelto una risita con ese pensamiento. Si me dejaran elegir, sin dudas escogería sentir este dolor placentero todos los días de mi vida, si es William quien lo provoca.
Con el despertar de nuevas sensaciones, revivo todo lo que sentí y me retuerzo con deseo creciente, acurrucándome en su pecho y pegando mi trasero contra él. Estoy emocionada y suspirando, cuando algo duro choca contra mi trasero, a la vez que una voz ronca me habla al oído.
—Buenos días, preciosa. —El susurro lanza dardos de fuego por mi espina dorsal y provoca que me arquee en su dirección, buscando aún más el contacto con su hombría mañanera, dura y aterciopelada.
Ronroneo como un gatito con su voz y siento como mi cuerpo se prepara para él. La mano que estaba abrazada a mi cintura baja con lentitud y busca mi intimidad. Cuando sus dedos resbalan y yo tiemblo por la sensibilidad, William respira entre dientes. Su erección choca contra mis nalgas y vuelve a susurrarme al oído.
—Tan lista para mí, preciosa.
Gimo. Cuando un dedo se introduce entre mis labios vaginales y se desliza con suavidad por mi piel.
—Dicen, que hacer el amor al amanecer mejora nuestro estado de ánimo durante el día —murmura y con un rápido movimiento, saca sus dedos de mi interior y se coloca encima de mí, con sus manos tomando las mías y entrelazando nuestros dedos, justo como hizo la primera vez y las demás que le siguieron—. Me gustaría probar esa teoría.
Me besa con lentitud y yo sigo el beso con ardiente deseo. Mis piernas se colocan alrededor de su cintura y puedo sentir ahora como su erección presiona en mi entrada.
—Estoy de acuerdo —jadeo.
Y no se hace de rogar. Entra en mí con un movimiento certero. Rápido.
El dolor que siento en un principio, es un dolor exquisito, de esos que te hacen sentir todo mucho más. Esta vez, cuando mi interior se ha acomodado a su longitud, William no tiene reparos, entra y sale de mí con rapidez, lo lleva profundo y no tiene contemplaciones. Cuando exploto sin remedio a su alrededor, siento mis paredes interiores absorberlo y su rostro se descompone en una mueca de desesperación. Sale de mí y termina su labor con su propia mano.
Y no creo que alguna vez haya visto algo tan sexy, como el hombre que quiero, tocándose de esa forma; mientras me observa con calor en su mirada.
Sus ojos se ponen en blanco y entonces, siento un líquido caliente y viscoso caer sobre mi vientre. Él se recupera y cuando yo presiento que ya pasó su estado de nirvana, me levanto un poco y tomo su boca. La excitación que sentí al verlo de esa forma, me hace desearlo otra vez.
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POV: William.
Es media mañana cuando bajamos de la azotea, tomados de la mano. Nuestros rostros sonrientes y besos constantes son una prueba determinante de todo lo que vivimos en solo una noche. Aunque no tenía la seguridad de hacerla mía, contemplaba esa posibilidad. Se lo prometí en mi oficina y ella me regaló la oportunidad de cumplir con mi palabra; le hice el amor sin descanso, una y otra vez.
Tenerla entre mis brazos, escucharla jadear y gemir de gusto con placer violento, es lo más increíble que he vivido jamás. Nunca antes había disfrutado tanto el sexo, generalmente, para mí era un acto de desahogo; pero Ashley, ella me dejó experimentar las mejores sensaciones.
Cuando hay amor intermedio, todo se siente... simplemente, más.
—¿Vamos a desayunar? —Me giro para verla y sonrío cuando escucho su estómago rugir. Ella suelta una risita—, las fresas no cumplieron su función.
Se muerde el labio y sé que quiere reír. Me pego a ella y bajo mi cabeza hasta que mi boca roza la suya.
—¿No quedaste satisfecha? —pregunto con voz sensual y tomo su labio inferior con mis dientes.
—La verdad, las fresas me dieron más hambre. Casi todas las comiste tú.
Río, sin poder evitarlo. La miro y sé que ella está recordando mi boca entre sus piernas, acompañada con fresas y chocolate.
—Tienes razón, fui un egoísta —murmuro y beso su boca—. Teníamos que haber intercambiado los roles.
Sus mejillas se sonrojan y yo sonrío. Descarado. Cierro los ojos y me imagino lo que acabo de decirle. Siento mi polla apretarse en mis pantalones.
—Joder, ahora solo puedo imaginar tu boca alrededor de mí —declaro y la beso con fuerza, con ardor. Ella sigue mi intensidad y se aferra a mis hombros.
Cuando pienso que voy a hacerla mía en este maldito ascensor, el pitido que anuncia la llegada, nos hace separarnos. Sus cabellos desordenados y mi camisa estrujada, es lo que ven dos parejas que pretenden subir al ascensor, cuando se abren las puertas.
—Bom dia.
Ella frunce el ceño y hace la pregunta ingenua. «¿Por qué?».
Me levanto de la cama y voy a su encuentro. Todavía llevo el albornoz y ella está desnuda debajo de su toalla. Veo como sus puños aflojan su agarre y sonrío pícaro.
—Por todo lo que haremos, con su ayuda.
Sus ojos se abren, al ver que la caja de condones está esparcida por toda la cama y que llevo el consolador en una mano.
«Adiós, desayuno. Bienvenido, placer».
La beso con ganas y ella suspira entre mis brazos. Todo perfecto, hasta que sus tripas suenan a la par que las mías. Ambos soltamos la carcajada.
—Ni modo, Will, tengo hambre.
Cierro los ojos con frustración. No sé qué me hace ella para que no me baste toda una noche de sexo ardiente. Yo también tengo hambre y me debato entre uno rapidito o ir a comer de una vez.
Siento sus manos en mi rostro. Abro los ojos y observo los suyos, divertidos.
—Vamos a desayunar. Luego de eso creo que tendremos energía suficiente.
Su sonrisa diabólica es algo que no esperaba y que provoca a mi parte más perversa.
—Se me antoja hacértelo contra la pared, preciosa —susurro contra su oreja y la escucho jadear.
Con mis manos quito las suyas y la toalla cae al suelo. Doy un paso atrás y me la como con los ojos; su cuerpo desnudo y húmedo está listo para cumplir otra de nuestras fantasías. Ella dirige su mirada hacia la zona sur de mi cuerpo, donde una casa de campaña se ha formado. Su lengua sale y remoja sus labios secos, atraída por lo que sabe puede pasar.
No aguanto más y vuelvo a traerla a mis brazos. Nos besamos con ganas y sí, la atrapo contra la pared y restriego toda mi erección contra ella. Cuando la tengo a punto; cuando sé que me pedirá que la penetre sin parar, me separo.
—Vamos a desayunar, preciosa. Te dejo para que te... —Miro su cuerpo desnudo de arriba a abajo—, vistas.
Un jadeo decepcionado sale de su boca cuando ve hacia dónde me dirijo. Salgo de su habitación con una sonrisa malvada. Aunque también, con una erección que duele como mil demonios.
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