Victoria habló de forma clara y directa, a diferencia de Claudia que fue cortés pero indirecta. De repente, esta se sintió incómoda.
—N-no me refería a eso.
No obstante, Victoria no se molestó con ella y cambió de tema. Antes de irse de la clínica, Domingo le dio unos medicamentos.
—A pesar de que su amiga no quiere tomar el medicamento, debería intentar beber un poco si es posible. Le receté un medicamento tradicional y no dañará su cuerpo. Que solo lo beba unas pocas veces —le aconsejó a Claudia.
—De acuerdo.
Enseguida, los tres se marcharon de la clínica y regresaron a la residencia Calire. En cuanto se detuvieron en la entrada, Victoria, que seguía con molestias, intentó bajarse del vehículo. Lo único que quería era regresar a su habitación y dormir. Por desgracia, tropezó y casi se cae mientras se bajaba del auto. Alejandro se apresuró a tomarla del brazo y frunció el ceño.
—Te encuentras en este estado y, aun así, te niegas a tomar el medicamento o a recibir una inyección. Eres increíble.
Claudia los siguió y vio que estaban tomados de la mano, así que se apresuró y tomó a Victoria.
—Déjame ayudarla, Ale.
La ayudó a ingresar a la casa y cuando vio a las sirvientas, las saludó. Estas la miraron sorprendidas.
—¿Acaso vi mal? ¿Esa no era la señorita Juárez?
—¿Quién es la señorita Juárez?
La mayoría de las sirvientas con más antigüedad en la casa conocían a Claudia, pero algunas más nuevas no.
—Claudia Juárez. Es la mujer que le gusta al señor Calire. ¿No lo sabes?
—¿Al señor Calire le gusta? —La joven sirvienta abrió los ojos de par en par—. ¿Acaso no está casado?
—La mayoría de los matrimonios en las familias adineradas son solo negocios; no hay verdadero amor —dijo la sirvienta mayor, que había pasado muchos años en la residencia Calire y habló con confianza—: Ustedes son nuevas aquí, así que no entienden; sin embargo, yo estuve allí cuando sucedió todo. Claudia no es una mujer al azar que le gusta al señor Calire; en realidad, ella le salvó la vida. Se fue al extranjero a estudiar durante algo de tiempo y él la ha estado esperando desde entonces.
—¿Por qué el señor Calire se casó con otra persona? —preguntó una de ellas.
—Bueno, porque la gran señora Calire se enfermó y quería verlo sentar cabeza y formar una familia. Él no tuvo más remedio que encontrar a otra persona. En aquel entonces, la familia Selva se había declarado en quiebra, así que ya sabes cómo sigue —dijo la sirvienta mayor esbozando una pequeña sonrisa—. Es un secreto dentro la sociedad de clase alta. No muchas personas lo saben, así que no lo difundas.
—En realidad, creía que el señor Calire y su esposa estaban enamorados. No sabía que solo era una actuación —comentó otra de las sirvientas, se escuchaba algo decepcionada.
—Por supuesto que todo es una actuación. No seas tan ingenua —respondió la sirvienta mayor.
Cuando estuvieron a punto de decir algo más, alguien tosió y las interrumpió. Se dieron vuelta y vieron a Héctor de pie, tenía una expresión sombría y seria.
—¿Acaso no tienen trabajo que hacer? —preguntó y el grupo se dispersó.
Una vez que se fueron, él se quedó allí de pie. Era un hombre de unos cincuenta años con canas en las cejas. Frunció el ceño cuando oyó que Claudia había regresado. «Eso explica por qué la señora actuó de forma extraña anoche».
Mientras tanto, Claudia ayudó a Victoria a regresar a su habitación.
—Gracias —dijo Victoria.
—Ni lo menciones —respondió la otra mujer sonriendo—. Deberías descansar un poco.
—Está bien. —Victoria se quitó los zapatos y se recostó. Fue entonces cuando se percató de que Alejandro ingresó despacio a la habitación con una mirada despreocupada hasta que vio a Claudia.
—Señora Calire, es bueno que esté despierta. El medicamento sigue caliente, así que debería bebérselo ahora.
El intenso aroma del medicamento tradicional se sentía en el aire, lo que hizo que Victoria frunciera el ceño e instintivamente lo evitara.
—Señora Calire, por favor, bébalo mientras siga caliente. Dentro de poco estará frío —dijo la sirvienta acercándole el cuenco.
Victoria retrocedió y volteó la cabeza.
—Déjalo allí. Lo beberé más tarde.
—Usted…
—Estoy algo hambrienta. ¿Puedes ir abajo y traerme algo para comer? No te preocupes; terminaré el medicamento cuando regreses con comida. —Había dormido durante mucho tiempo y en verdad estaba hambrienta.
La sirvienta lo pensó por un instante y asintió.
—De acuerdo, iré abajo y le conseguiré algo. Por favor, beba el medicamento.
—Sí…
La sirvienta se fue, Victoria levantó las sábanas y se levantó de la cama. Llevó el oscuro medicamento tradicional y se dirigió al baño para vaciarlo en el inodoro. Mientras observaba cómo el medicamento desaparecía sin dejar rastros, suspiró aliviada, dado que no tendrían que persuadirla para que lo bebiera.
Se enderezó con el cuenco vacío y se dio vuelta, vio que Alejandro había llegado sin aviso. Estaba apoyado contra la puerta del baño y la miraba fijo de manera tajante.
—¿Qué haces?
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