Sorpresa de una noche romance Capítulo 4

—Como puedes ver, suele haber demasiadas mujeres que me adoran y que me causa muchos problemas, así que necesito una esposa como escudo. Si estás de acuerdo, te devolveré el collar. ¿Qué te parece?

A Lydia no le sentó bien, sabiendo que con que se escandalizara con él era bastante y si se casara con él, ¿no se le enviaría enseguida una bomba?

La cuestión era que él era el presidente del Grupo Emperador y era tan fácil para él conseguir una esposa para librarse de seguidores, ¿y por qué la eligió a ella?

Lydia no creía el razonamiento de Eduardo.

—¿Por qué yo?

Eduardo sonrió ligeramente y dijo:

—Porque no tienes miedo a la muerte, eres perfecta como un escudo y no tienes ningún trasfondo, por lo que, hay menos problemas. ¿Te satisface esta respuesta?

—...

Lydia no creía que la primera mitad de la frase fuera un halago hacia ella, pero la segunda mitad tenía sentido.

Para alguien como Eduardo, incluso algo como enamorarse o casarse implicaría intrincados intereses.

Tal vez fuera cierto, como dijo Eduardo, que un matrimonio nominal con una chica sin trasfondos como ella sería lo que menos problemático.

Y para Lydia, si se casaba con él, había una gran ventaja...

Ella se enderezó y le dijo a Eduardo:

—Te daré mi vida como esposa, pero tienes que prometerme una cosa además de devolverme el collar.

—Dime —Eduardo la miró con interés.

—Necesito una suma de dinero.

Había renunciado al tratamiento y vino directamente a la Ciudad S para encontrar a su familia, porque esta enfermedad tenía baja tasa de curación y elevados costes, era algo que Lydia no podía permitirse y tuvo que luchar para encontrar a sus padres biológicos antes de morir.

Ahora que tenía la oportunidad de casarse con una familia rica, lo primero, por supuesto, era usar su dinero para curarse y luego vivir lo más posible para ganar más tiempo para encontrar a sus padres biológicos.

Lydia, temiendo que Eduardo no aceptara, añadió inmediatamente:

—No te preocupes, no quiero mucho, sólo un millón, es nada para ti, ¡y valdrá la pena!

Parecía una astuta mujer de negocios, pero olvidó que era ella misma la que era vendida.

Sin pensarlo, Eduardo dijo enseguida:

—Vale.

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