¡SUÉLTAME, DIABLO! romance Capítulo 34

El teléfono, sin ceremonias, se colgó.

La indiferencia de Gabriel hizo que de repente Luis se sumiera en un inquietante silencio.

Un momento después, aplastó bruscamente la copa que tenía en la mano.

—José... todo lo que tu padre me debe, deja que tú, su hijo, me pague con diez veces.

Noche oscura, lluvia torrencial.

Daniela se acurrucó en el sofá para descansar, y como estaba en un lugar extraño, no durmió demasiado tranquila. De la nada, le pareció escuchar algo parecido a un gruñido de dolor bajo que provenía del primer piso.

¡Pum!

El agudo sonido hizo que Daniela se incorporara, y su visión aturdida tardó un rato en adaptarse a las brillantes luces que la rodeaban. De repente, levantó la cabeza y miró hacia el dormitorio del primer piso ... El sonido procedía de la habitación de José.

—¿Qué está pasando?

Daniela se levantó bruscamente, rascándose su largo y desordenado pelo al tiempo que se dirigía a la escalera y miraba hacia arriba.

La habitación cerrada del primer piso se quedó de repente en silencio.

Daniela frunció el ceño con desconfianza y se preguntaba si estaba alucinando. Cuando se dio la vuelta y volvió a sonar el sonido de algo rompiéndose.

—¿José?

Al segundo siguiente, Daniela se apresuró a subir al primer piso, alcanzando el pomo de la puerta, pero sus movimientos se congelaron de repente.

De repente, recordó que Antonio había indicado específicamente que a José no le gustaba que la gente entrara en su dormitorio. Así que se apresuró a soltarle la mano y se limitó a llamar suavemente a la puerta, preguntando:

—José, ¿qué te ha pasado? ¿Por qué dejas caer cosas en medio de la noche?

El doloroso grito se intercaló con otro agudo jadeo, que pertenecía a José.

Daniela se sobresaltó de repente y levantó la cabeza, y a su vista, muchos objetos se derrumbó junto a la cama redonda en el centro del dormitorio. Las sábanas blancas y puras estaban extendidas en el suelo, y José, envuelto en un albornoz, estaba medio doblado, con una mano apretada contra su pecho, con un dolor indecible.

La voz de ella era una sorpresa.

Sin previo aviso, el corazón de José tembló y levantó la mirada, sus ojos incapaces de ocultar el insoportable dolor, se pusieron rojos. Cuando la vio, un sentimiento indescriptible envolvió en un instante su conciencia, que se ahogaba en un dolor insoportable.

—¿Daniela?

—Soy yo, ¿qué te pasa?

Daniela tardó un poco en reaccionar, sin importarle las rodillas que le dolían por la caída, se precipitó hacia delante y se agachó frente a él. La primera vez que vio a José tan desdichado, se quedó perpleja antes de alargar la mano y palparle la frente:

—La temperatura es tan alta, ¿tienes fiebre? ¿Tienes alguna medicina en casa?

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