Samuel se acomodó en el asiento de cuero negro puro del vehículo extendido, aprovechando el espacio amplio y confortable que permitía mantener una distancia social adecuada entre ellos.
El ambiente era gélido.
Silvia no tenía idea si en el estudio habían hablado sobre el divorcio. Después de un rato en silencio, volteó a mirarlo y preguntó: “¿Tu madre te ha dicho algo?”
Samuel la miró de reojo, con una expresión indiferente y preguntó: “¿Decir qué?”
Parecía que no había salido el tema.
Silvia jugaba con la punta de sus dedos, y después de unos segundos de pausa, comenzó a hablar: “En un mes ya…”
Apenas había empezado cuando el teléfono de Samuel sonó. Él retiró lentamente su mirada de Silvia y contestó la llamada.
No se sabía quién estaba del otro lado, pero él respondía con brevedad, su mirada fija en la ventana, el perfil de su rostro irradiando una frialdad distante.
Tras colgar, Samuel le pidió al conductor que se detuviera.
Una vez detenido el vehículo, Silvia escuchó su voz distante: “Bájate. Tengo asuntos que atender, después vendrá otro coche por ti.”
De manera instintiva, Silvia preguntó: “¿A dónde vas a esta hora?”
Al escuchar la pregunta, Samuel levantó los párpados, con una mirada ambigua que barría su rostro, y con una sonrisa fría respondió:
“Te estás metiendo demasiado, Sra. Méndez.”
Era como un balde de agua helada derramándose sobre ella, dejándola empapada de un frío que calaba hasta los huesos.
Sus dedos se contrajeron brevemente, en silencio abrió la puerta del coche y se bajó a mitad de camino.
El Bentley se alejó ante su mirada, y la oscura y vacía carretera nocturna pronto se quedó solo con la luz amarilla de las farolas, espaciadas a gran distancia, creando una penumbra tenue y envolvente.
Estaba lejos del centro de la ciudad, sin un pueblo cercano ni una tienda a la vista, y el viento soplaba fuerte, susurrando entre las ramas de los árboles.
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