¿Tuvimos un hijo romance Capítulo 264

Anastasia regresó a la oficina después de empacar y llamó a Elías. —¿A qué hora te irás? Me gustaría ver a Alejandro. —Nos vemos en el estacionamiento subterráneo en diez minutos —contestó Elías. Diez minutos después, Anastasia movió sus dos maletas de su carro al maletero del vehículo de Elías. Ray pasó de ser asistente a chófer cuando llevó a Elías y Anastasia devuelta a la casa del primero. Ambos se sentaron en los asientos traseros, pero ella, mientras observaba por la ventana, seguía procesando el hecho de que se quedaría con Elías por un tiempo. «Ah… ¿Qué hacer cuando la vida da estos giros?». —Toma un buen descanso una vez lleguemos a mi casa —indicó Elías. La alegría era obvia en su expresión. —Lamento importunarte, presidente Palomares. —Por su parte, ella todavía se sentía mal por molestarlo. —No hay ningún problema. «¿¡Cómo esto me importunaría!?» pensó Elías mientras se relajaba, aunque en verdad que él moriría con tal de que ella se mudara con él. De hecho, a propósito, hizo sonar la situación mucho más grave de lo que era en realidad. Sí, los hombres de Heriberto estaban investigando sobre las relaciones de Franco con su familia, pero Heriberto se encontraba en un gran problema en ese momento, puesto que estaba moviendo a todos sus contactos para remover su participación en unos casos de unas mujeres desaparecidas en unos clubes nocturnos. Si no se hubiera dado la coincidencia de que Anastasia encontró a ese hombre vigilándola, él no hubiera podido llevarla a su casa. Anastasia se fue quedando absorta en sus pensamientos mientras continuaba mirando por la ventana, pero justo cuando terminó de procesar la situación actual, volteó hacia Elías, quien también estaba viendo hacia afuera y sumido en su mente. «Ah… Su perfil es todo un deleite de ver» pensó Anastasia, pero después de quedarse embobada por unos segundos, recuperó sus sentidos y retiró su mirada. Su expresión se sonrojó por completo. La mansión de Elías ocupaba el mejor terreno de la ciudad, pues se localizaba cerca del mar y de las colinas; además, estaba construida sobre terrenos elevados, por lo que era el lugar ideal para ver las estrellas o el paisaje de la ciudad. Todo el edificio abarcaba casi la mitad de la colina y fue diseñado por un arquitecto de renombre. Anastasia tuvo el privilegio de venir antes una vez, pero en esa ocasión se tuvo que retirar con prisa. Ahora, podría admirar la vista junto con el viaje a la cima de la colina. Entre el clima de medio otoño, la mansión lucía como un gigante gris hincado. Justo cuando Anastasia se bajó del carro, escuchó una voz familiar provenir del jardín: ¡era Alejandro! Ella siguió la voz y se dirigió al jardín, gratamente sorprendida. Encontró a su hijo jugando fútbol en el campo con dos guardaespaldas. El pequeño no estaba para nada extrañado y jugaba con mucho júbilo, como si estuviese en su propia casa, algo que dejó mortificada a Anastasia. «¡Este niño es muy abierto a la gente!». —¡Alejandro! —llamó Anastasia. —¡Mami! ¡Al fin llegaste! —Él sonrió, sorprendido, y trotó hacia ella cuando escuchó su voz. —¿Te divertiste mucho? —Anastasia lo acercó y le limpió el sudor que se acumuló en su frente. —Mami, el señor Palomares dijo que nos quedaremos aquí por un tiempo. ¿Es verdad? —Alejandro miró a Anastasia con sus grandes, redondos e inocentes ojos. Ella no quería que él supiese la razón detrás de ese movimiento, pues temía que le generase problemas para socializar más adelante, por lo que ideó una excusa y le dijo: —Así es. Tenemos algunas cosas que arreglar en la casa, así que nos quedaremos con el señor Palomares por ahora. —¡Sí! ¡Podemos vivir con el señor Palomares! —exclamó el pequeño, exaltado. Por su parte, Anastasia tenía sentimientos encontrados sobre esto. Ella rechazaba la deuda que él intentaba pagarle, pero, al mismo tiempo, no tenía otra opción más que aceptar esos pagos. ¿Su mamá en el cielo se enojaría si se enterara? Anastasia se sentía horrible por completo, pero las circunstancias no le daban otras opciones. Dejó que Alejandro siguiera con su juego de fútbol, mientras ella entraba a la casa. Algunos empleados se encontraban trabajando, pero cuando la vieron, la saludaron: —Señorita Torres. Parecía que ya sabían quiénes eran ella y Alejandro, además de que se quedarían a vivir ahí por un tiempo. En ese momento, Elías se acercó a ella y le dijo: —Les indiqué que prepararan un cuarto para cada uno, para ti y Alejandro. —No hay ningún problema si Alejandro comparte un cuarto conmigo. —Anastasia se apuró a decir cuando escuchó eso. —¿Qué te preocupa? ¿Temes que te haga algo? —bromeó Elías. —No, confío en que eres un caballero, presidente Palomares. Es imposible que te aproveches de mí en mi momento de vulnerabilidad —declaró Anastasia, mortificada.

 

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