¿TUYA O MÍA? romance Capítulo 3

«¿Te gusta lo que ves?»

Realmente no era una pregunta tan difícil, y aun así Sammy no pudo evitar balbucear un poco.

—¿Eh…?

Lo vio inclinarse hacia ella con una sonrisa traviesa y pasar un pulgar sobre sus labios mientras los miraba fijamente.

—La verdad es que no sé si pedirte que cierres esa boquita… o pedirte que la abras un poco más —dijo en un susurro y ella se echó atrás, tosiendo porque estaba segura de que aquella insinuación le había hecho subir burbujas de champaña a la nariz.

Él rio mientras la miraba de arriba abajo con una expresión de depredador en plena cacería y Sammy sintió que se encogía sobre sí misma.

—No imaginé que fueras tan… impresionable —advirtió él sentándose en el asiento frente a ella y la muchacha arrugó el ceño.

—¡No soy impresionable! Es solo que…

¿Qué iba a decirle exactamente? ¿Que hasta ese momento él había sido un educado y agradable bloque de hielo y de repente, apenas se cerraba la puerta del avión, parecía un playboy en plena conquista sexual?

—Bueno… yo no sé… qué se supone… si nosotros…

—¿Alguna vez dices una frase completa o es solo lo mucho que te impone mi presencia?

Sammy se puso roja hasta la raíz del cabello, pero antes de que pudiera replicarle, el avión empezó a correr sobre la pista y apenas levantó la nariz para el despegue, ella apretó los dedos con firmeza sobre los brazos de su sillón ejecutivo hasta que sus nudillos se pusieron blancos. ¡Odiaba volar! Cerró los ojos y contuvo la respiración, sin embargo pasó algo que no tenía previsto: la mano poderosa de aquel hombre se cerró sobre su mano y tiró de ella, haciéndola cruzar el escaso medio metro que los separaba y sentarse sobre su regazo.

Se tensó en un segundo, pero Ángel cruzó los brazos a su alrededor, sosteniéndola, y le acarició despacio aquel pedacito de espalda desnuda.

—Tranquila, es normal tenerle miedo a los aviones. No es nada que no pueda quitarse… desviando la atención.

¡Y vaya que había conseguido desviar su atención! La diferencia era que Sammy tampoco sabía cómo respirar estando sentada encima de él. Uno de sus brazos se apoyaba en sus hombros y aquel hombre tenía el condenado pecho como una roca. Y sus muslos estaban rozando contra… contra…

—Por eso tampoco te tienes que preocupar —murmuró él muy cerca de su boca, como si adivinara lo que estaba pensando—. Estás más envuelta en muselina que una maldit@ quinceañera. Sería más fácil romper un cinturón de castidad que llegar a tu…

Sammy se echó atrás con rapidez y terminó cayéndose frente a él. Levantó la cabeza, espantada, y lo que le quedó a la altura de los ojos fue su entrepierna. Y con lo que le apretaba el pantalón eso se veía… monstruoso. Sus mejillas se pusieron rojas y encima lo escuchó reírse.

—Creo que vas a ser la única mujer que conozco que no necesita maquillaje, ni siquiera hay que decirte una grosería, basta con insinuártela para que te sonrojes.

—¿Y qué quieres que haga? —le espetó ella—. ¡Ni siquiera te conozco y ya has insinuado tres groserías en menos de diez minutos!

Retrocedió hasta sentarse de nuevo en su lugar, batallando con el vestido que realmente era muy incómodo. ¿De verdad Ángel Rivera era así? ¿Descarado? ¿Coqueto? ¿Sin pelos en la lengua?

Lo vio suspirar con resignación y levantarse.

—Ven, tenemos por delante seis horas de vuelo, y no te aconsejo pasarlas ahí —dijo Ángel y tomó el enorme bolso negro que había traído antes de dirigirse a la parte trasera del avión.

Sammy dudó por un minuto, pero el aparato ya estaba estable, así que terminó levantándose y caminando tras él. El avión ejecutivo estaba dividido en dos partes, la delantera con un bar y varios asientos cómodos; pero cuando atravesó la puerta hacia la segunda parte y se dio cuenta de que era una habitación… bueno, ya era demasiado tarde.

Ángel había lanzado el saco a un lado y ella juraba que había podido escuchar las costuras de su camisa rompiéndose mientras él intentaba quitársela.

Tenía el cuerpo macizo, musculoso y lleno de tinta.

—¡Cristo Divino! —se le escapó y se dio la vuelta, pero antes de que llegara a la puerta, la mano fuerte de aquel hombre la cerró en sus narices.

Sammy se quedó allí, petrificada, mientras veía el brazo tatuado pasar a un lado de su cara, y sentía el cuerpo gigantesco de Ángel desprender su calor contra su espalda.

—Bueno, me halagas, pero no llego a tanto —lo escuchó decirle en el oído—. Aunque el cielo sí que lo podemos negociar.

Sammy no supo exactamente qué fue lo que recorrió sus piernas como un latigazo, pero el instinto la hizo apretar una contra la otra. Sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura, y cuando él le dio la vuelta y la arrinconó contra la puerta, la muchacha realmente tuvo que luchar por hilvanar una frase completa.

—Yo… no creí que esto fuera parte del acuerdo matrimonial —murmuró clavando los ojos en los tatuajes de su pecho.

CAPÍTULO 3. El cielo se puede negociar 1

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