Ben era un hombre con un encanto especial, pero desde que se había reencontrado con la madre de su hijo, ese encanto se había concentrado en desaparecer para las demás mujeres. No era extraño entonces que nadie más le prestara atención en aquel ascensor lleno de gente, más cuando iba con su gorra de turno, la cabeza baja y rezongándole a Zack por teléfono.
Su atención estaba en su mejor amigo hasta que escuchó aquella conversación frente a él, entonces tanto él como Zack hicieron silencio.
"Tienes que aceptarlo nena, estos hombres son de los que follan en privado y con cuantas puedan, pero no creas que te va a reconocer en público. El señor Keller debe tener una amante en cada sucursal y según dicen tiene muchas... sucursales".
—¡No me jodas, Ben! ¿Dónde carajo es eso? —espetó furioso.
—Sí, ya voy en el ascensor... —dijo Ben como al descuido.
"Les agradezco mucho la preocupación, señoras, pero lo que pase entre Zack Keller y yo solo es problema nuestro", le escuchó decir a Andrea y por una vez se alegró de que se defendiera aunque fuera con diplomacia.
A él, por otra parte, la diplomacia le sudaba todo lo bonito que tenía, así que salió de su oficina en modalidad león recién liberado y se paró delante de la puerta de aquel ascensor mientras alguna idiota le decía Andrea que algún día él iba a besuquear a su novia oficial frente a ella.
Bastó que aquellas puertas se abrieran para que Zack la alcanzara, tirara de su mano para cercarla y encontrara su boca con el beso más posesivo y enojado que le había dado a una mujer en su vida. Escuchó aquel gemido ahogado de sorpresa que salió de los pequeños labios de Andrea, pero no le importó, sabía que si la levantaba por la cintura no tendría cómo escapar así que eso fue exactamente lo que hizo.
Andrea contuvo el aliento, pero la boca de Zack era demandante y juguetona, y de repente todos sus músculos se aflojaron como si fueran de mantequilla. Cerró los ojos ante aquella invasión dulce y sensual de su lengua y se estremeció, atada a aquel beso con una intensidad extraña.
Por un momento se olvidaron del mundo a su alrededor y los demás pasajeros desaparecieron como si fueran sombras que solo se desvanecían a su alrededor.
Cuando Zack finalmente se separó de sus labios fue como si lo hubieran sacado de la realidad. Se dio cuenta entonces del silencio sepulcral que había en aquel lugar, entendiendo que todos los presentes se encontraban en shock por lo que acababan de presenciar. Sonrió satisfecho, bajándola hasta el suelo, y sin importarle mucho el qué dirán, volvió a besarla esta vez con una expresión juguetona.
—No vuelvas a demorarte. Ya sabes que me pongo de los nervios si no te veo —le dijo entrelazando los dedos con los suyos—. Ah, importante, metí tus vacaciones en Recursos Humanos una semana antes.
Andrea lo miró aturdida.
—Pero... es que todos salen de vacaciones el veinte...
—Ya sé, pero si vamos a ir a casa de mis padres esta Navidad, tenemos mucho que preparar —le dijo Zack—. Además ¿de qué sirve ser la novia del jefe si no te puedo robar cuando yo quiera?
Andrea se puso colorada y dejó que la arrastrara a la oficina mientras atrás quedaban todos los cuchicheos, impactos, sustos, y molestia porque Andrea Brand no era la amante no reconocida del jefe; este acababa de besuquearla muy públicamente y la había llamado "su novia"... ¡y encima les había restregado a todos que ella tenía más vacaciones que los demás!
¡En sus caras!
Estaban entrando a la oficina cuando escucharon un... "solo le faltó tocarle el trasero delante de nosotras". Y Andrea se apresuró a empujarlo dentro de la oficina porque sabía que él era muy capaz de salir y hasta nalguearla solo por fastidiar a aquellas mujeres.
—¡Quítate de la puerta, Andrea, que te juro que voy y les digo que toco traseros a domicilio! —gruñó molesto.
—Nooooo. No vas a hacer eso. Siéntate... ¡siéntate!
Zack se sentó como cachorro grande regañado y Andrea respiró profundo, intentando que se le fuera lo colorado de la cara, pero parecía imposible.
—¿Me quieres decir qué fue eso? —susurró ella bajito.
—¡Pues que me hincha las pelotas que te digan esas estupideces! —replicó él.
—Pues yo les podía responder solita... es más, eso hice.
—¡Con demasiada diplomacia!
Andrea levantó un dedo en su dirección.
—¿Y tú cómo diablos te enteraste? —lo interrogó.
—Estaba hablando por teléfono con Ben, que iba detrás de las brujas en el ascensor —replicó él.
—¡Pues muy bien con el otro chismoso! —siseó Andrea—. ¡Pero eso no es justificación para besuquearme delante de la gente!
—¡Pues qué bueno que lo hice, porque así además de callarles las bocas, sé que tenemos que ensayar, porque ese fue el beso más malo de la historia! —exclamó el y Andrea hizo un puchero involuntario que a Zack le sentó como una piedra en el estómago.
—¿Beso mal? —murmuró ella.
Todas aquellas horas de vuelo Adriana la pasó flotando de los brazos de su madre a los de Zack, pero cuando estaban llegando, él señaló a la ventana y vio cómo los ojos de Andrea brillaban ante aquel paisaje, de verdad era algo impresionante.
—¡Dios! ¿Aquí creciste? —le preguntó a Zack.
—No, vivíamos en Zúrich —respondió él—, pero aquí teníamos la casa de vacaciones, aquí aprendí a esquiar y cada vez venía por más tiempo. Cuando mi padre se retiró vino a vivir aquí definitivamente.
—Es un lugar hermoso al que regresar —le dijo Andrea y él la miró pensando que sí, era un lugar hermoso al que volver.
Apenas aterrizaron ya estaba esperándolos una camioneta enorme que de inmediato los llevó a una enorme mansión en las afueras de Lucerna, justo al pie de una montaña.
Para Andrea fue muy fácil reconocer a los padres de Zack, porque la señora Luana la abrazó con fuerza y sonreía con sinceridad, y el señor Nikola levantó los brazos desde su silla de ruedas y Zack le puso en los brazos a la beba antes de saludarlo siquiera.
—¡Dios bendito! ¡No lo puedo creer! ¡Es la criatura más hermosa del mundo! —exclamó su padre—. ¡Ni tú eras tan bonito, condenado!
Andrea vio la expresión un poco triste de Zack y cuando su madre acabó de besarlo y corrió también hacia la beba, se acercó a él.
—¿Estás bien? —le preguntó en un susurro y él asintió.
—Sí, es solo que... no esperaba verlo en silla de ruedas —respondió Zack con voz ahogada.
Andrea lo entendía, eso significaba que la condición del señor Nikola era peor de lo que Zack pensaba.
—Lo siento —murmuró pasando un brazo alrededor de su cintura y Zack pasó otro sobre sus hombros, pero antes de que pudiera decir nada, se vieron rodeados por la locura de sus hermanos.
Andrea se rio, medio asustada y medio sorprendida porque lo mismo Milo que Loan la levantaron en vilo para darle un beso en cada mejilla, saludaban a gritos y risas y se daban unas palmadas en las espaldas que habrían tumbado a un búfalo.
Los tres hermanos estaban más que felices de verse, pero en cuanto las mujeres hicieron su aparición, Andrea confirmó todo lo que le había dicho Zack. Sin embargo ni él mismo estaba preparado para el veneno de sus hermanas, porque mientras Noémi saludaba con diplomacia, Chiara se giró hacia Andrea y juntó las manos.
—¡Gisselle, querida, cómo has cambiado desde la última vez que te vi!
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
Después del capítulo 39 no hay mas...