UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 8

Si la tierra se hubiera abierto a sus pies y hubiera tenido la delicadeza de tragárselo, Zack probablemente se habría sentido mejor. Jamás había visto tanta carencia junta y lo único que podía pensar era que al ritmo al que trabajaba aquella mujer y el esfuerzo que le ponía, aquella falta de... todo, no podía ser su culpa.

Miró alrededor y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Ni siquiera tenía una cama, así que no tenía que preguntar por lo demás. Ahora entendía por qué caminaba cuarenta minutos del trabajo a la casa, porque seguramente no tenía para pagar el autobús.

No había nada en aquel espacio que no fuera absolutamente indispensable para la vida, y el único juguete era un pequeño peluche de animalito de esos que daban en el hospital.

—¿Por qué no me lo dijiste? —murmuró Zack con aquella voz ronca medio ahogada.

—¿Decirte qué? —murmuró Andrea acunando a su bebé.

—¡Que estabas en una situación difícil! —replicó Zack.

—Porque no era asunto tuyo. Uno no puede ir por ahí cargando a otras personas con sus problemas...

—¡Debiste hacerlo desde el momento en punto que Trembley te estaba presionando con esto! —exclamó señalando alrededor—. ¡Porque con esto te estaba presionando! ¿No es cierto? La gente allá afuera ¡incluido yo! andan pensando que te ibas a acostar con él por un ascenso.

—¡Pues me tiene sin cuidado porque la gente allá afuera no tiene ni idea de cómo es mi vida ni de los sacrificios que hago todos los días por mi hija...! ¡Incluido tú! —espetó ella y luego negó intentando espantar las lágrimas.

Zack respiró profundo y aun inconscientemente fue incapaz de evitar hacer aquella comparación. Giselle había tenido todas las comodidades posibles para tener a su hijo y lo había abortado, y allí estaba Andrea, soportando las penurias más grandes solo para sacar a su hija adelante.

Pero ya no era tiempo de pensar, sino de actuar. Volvió a extender aquel papel hacia Andrea y le pidió:

—Fírmalo, por favor. Esto es importante.

Andrea miró el papel, con las palabras "acoso sexual" impresas en letras grandes y acusatorias. Sabía que firmar aquello significaría una denuncia formal a su jefe, y también, la despedida de su trabajo. Cerró los ojos e intentó controlar su respiración antes de hablar:

—No puedo hacerlo —su voz fue queda, casi un susurro—. Si lo hago me despedirán y no tengo nada más para sustentar a mi hija. No sé cómo haríamos para pagar la renta, para alimentarnos...

—Ya estás despedida, Andrea, ¿o de verdad crees que Trembley no hará efectiva esa carta de despido mañana a primera hora? —preguntó Zack—. Ya no tienes nada que perder, solo que ganar...

—No. No voy a chantajear a Trembley con esa denuncia para que me devuelva mi trabajo —murmuró angustiada. Ella no era esa clase de persona.

—Es que no pienso utilizarla para chantaje. De verdad lo pienso denunciar —replicó Zack.

—¡Entonces menos!

—¡Por Dios, Andrea, desesperas a un santo! —exclamó él desesperado.

Andrea negó con la cabeza sin dejar de abrazar a su hija.

—No puedo, Zack, tú no sabes cómo funcionan estas cosas en las empresas. —Andrea no pudo evitar que se le salieran las lágrimas—. No volverían a contratarme, pasarían meses antes de que consiguiera otro puesto medianamente honrado... ¿y qué haría mientras tanto?

Zack sintió como si le pesara el mundo encima. Sabía que tenía toda la razón, porque las empresas le tenían miedo a los empleados con agallas para demandar.

—No puedo dejar que esto se quede así, Andrea. Ahora menos que nunca. Olvida el trabajo, no voy a dejar que lo pierdas, pero por favor, firma esto —insistió Zack, extendiendo el documento hacia ella otra vez—. Esta es tu única oportunidad para que Peter Trembley no vuelva a usar su poder contra otra mujer en el mundo empresarial. Fírmalo y te garantizo que no perderás tu trabajo.

—¡Tú no puedes garantizarme eso, Zack, a menos que seas el dueño de la maldit@ empresa, no puedes garantizarme nada! —exclamó ella y Zack cerró los ojos un instante.

Puso el papel sobre la barra de la cocina y se acercó a ella, mirándola a los ojos.

—Tienes que confiar en mí —le dijo con tono severo—. Lo único que tienes que hacer en este mismo momento es confiar en mí. Hazlo, Andrea, confía en mí, y te aseguro que mañana todo será diferente. Por favor.

Andrea lo miró durante un largo instante, con los labios temblorosos. Zack notó nuevamente esa rabia que le había atacado desde que había visto por primera vez el interior de aquel departamento, así que hizo lo único que podía calmarlos a los dos. Tomó a la bebé de sus brazos, como si quisiera quitarle aquella barrera defensiva, y la acunó sintiendo que se derretía con aquella sonrisita sin dientes.

Andrea se acercó a la barra de la cocina y tomó la pluma, tenía miedo, pero aquel hombre le había dado una esperanza de superación, la única que alguien le había dado en el último año, y ella de verdad necesitaba confiar en alguien, porque ya estaba demasiado cansada.

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