La sonrisa de Scott Hamilton se convirtió en una expresión de espanto en un segundo mientras corría hacia el saloncito de descanso. La cafetera industrial había estallado de una forma extraña y la mitad de las paredes estaban llenas de café.
—¡Maldición! ¡Maldición! —exclamó Scott derrapando junto al cuerpo inconsciente de Alexa y golpeándole la cara con gesto desesperado—. ¿Alexa...? ¡Alexa!
Pero ella no reaccionó. Su cuerpo temblaba y estaba muy caliente, como si estuviera sufriendo un terrible shock.
—¡Llamen a una ambulancia! —gritó y se giró hacia el ejecutivo que le había hablado antes—. ¡Tú, Milton, llama a una ambulancia y no salgas de mi vista! —ordenó.
Aterrorizado, Scott intentó desesperadamente despertar a Alexa de su estado de inconsciencia. Pero cuando la tocó se dio cuenta de que su pecho estaba hirviendo. La explosión de la máquina de café industrial había lanzado chorros de líquido caliente por toda la habitación, empapando a Alexa en café hirviendo.
—¡Lárguense de aquí! —gritó mientras le quitaba la chaqueta y abría su blusa—. ¡Nadie tiene que verla! ¡Largo! —vociferó y la sala quedó despejada en un segundo.
Scott se sacó la camisa entre maldiciones y se la puso a Alexa antes de correr hacia la pequeña nevera y sacar varias botellas de agua fría. Mojó la tela de la camisa sobre su pecho y siguió golpeando su cara hasta que la sintió reaccionar un poco.
La ambulancia no tardó en llegar, subieron a Alexa a una camilla y antes de que alcanzaran la puerta su secretaria le entregó a Scott una inmaculada camisa de repuesto.
—¡Milton, vienes conmigo! —lo llamó Scott, acompañando a la camilla hasta que la subieron a la ambulancia y siguiéndola después en su Ferrari—. ¡¿Me quieres explicar qué carajos pasó?! —rugió y el hombre en el asiento del copiloto se puso lívido—. ¡Y que no se te ocurra mentirme! ¡Sabías que eso iba a pasar!
Milton negó, asustado.
—Yo... no, jefe. Yo no lo sabía... —tartamudeó, y Scott le dirigió una mirada asesina—. Bueno... la verdad pensaba que era una broma, dijeron que le echarían café soluble a la máquina en vez del regular, debía echar algunos chorros de café malo, ¡pero no más que eso!
—¡Maldita sea! —gritó Scott mientras arremetía contra el volante y maniobraba bruscamente para esquivar un peatón—. ¡Eso es basura! El café soluble no hubiera hecho estallar la máquina porque simplemente no hubiera tapado los filtros, Milton. ¡No me digas que no sabes el funcionamiento básico de una maldita cafetera!
—Sí, pero... No, no parece que fuera solo café soluble —respondió Milton, aterrado, mientras Scott conducía velozmente hacia el hospital.
Y en ese fatídico momento, Scott supo que había cometido un terrible error. Había dado pie a que sus ejecutivos molestaran a Alexa, sin tener en cuenta que uno de ellos realmente se sentía amenazado por ella. Su juego de poder con aquella mujer lo había hecho olvidar que de verdad había una persona que podía perderlo todo si Alexa daba con la verdad.
A pesar de sus años de experiencia y su instinto natural para los negocios, parecía que había bajado la guardia en el momento equivocado.
Llegó al hospital y estaba bastante seguro de que no lo dejarían pasar si no era familia de la mujer.
—Es mi esposa —declaró a la primera enfermera que le preguntó—. Alexa Carusso, llegó con quemaduras, es mi esposa.
—Al final del pasillo de urgencias, ya la están atendiendo.
Scott corrió hacia allá y en el camino se ocupó de llamar al jefe de su equipo de abogados.
—¡Daniel! Sí, soy yo. Hubo un accidente en la empresa y no creo que haya sido tan "accidente" —le dijo apurado—. Haz que la policía lo investigue con discreción.
—Claro. Ahora mismo salgo para la empresa —respondió el abogado y Scott supo que se encargaría de inmediato. Daniel Craig también era su mejor amigo y un hombre cabal y responsable.
Scott llegó al último cubículo de la sala de emergencias y el corazón le subió a la garganta. Alexa trataba de reaccionar mientras tres médicos trabajaban sobre ella. Por un segundo la mirada de Scott se detuvo sobre algo en lo que no se había fijado antes: sobre el vientre de Alexa, hacia la derecha, había una larga cicatriz que debía haberle llevado al menos treinta puntos.
Diez minutos después uno de los médicos salía.
—¿El esposo?
—Sí, Scott Hamilton.
—Señor Hamilton, su esposa tuvo suerte y usted actuó rápido. Tiene quemaduras de primer grado, no son serias pero sí muy molestas —le explicó el doctor—. Deberá hacer reposo al menos por un par de días, ponerse crema analgésica y mantenerse lo más fresca posible... ¡Ah! ¡Y demande al que le vendió la maldita cafetera!
Scott asintió en silencio y le agradeció al médico. Un rato después lo dejaron entrar, habían sedado a Alexa hasta que pasara lo peor del dolor, y él se sentó a su lado con expresión preocupada. Sabía que en el fondo era su culpa, él era responsable por todas y cada una de las personas que trabajaban en su empresa, le agradaran o no.
—¡Demonios! —maldijo con frustración mientras se quedaba mirándola.
Era una mujer muy hermosa, rebelde y loca, pero muy hermosa.
Con curiosidad tomó su expediente médico y anotó su dirección. No decía mucho más que lo que había en su hoja laboral, pero algo llamó la atención de Scott: aquel expediente solo tenía un año. Nada de ella cuando era niña. ¡Y era imposible que no se hubiera enfermado de niña!
Enseguida le pasó un mensaje a Daniel.
"Otro favor. Necesito un especial de Alexa Carusso. Todo lo que exista sobre ella."
De regreso contestó otro mensaje.
"Considéralo hecho"
Durante cuatro horas más Scott esperó impaciente a que Alexa despertara y cuando por fin lo hizo, la primera mirada que le dirigió fue de acusación.
—Lamento mucho lo que pasó —dijo Scott y a Alexa se le cristalizaron los ojos por el esfuerzo mientras se sentaba.
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