A medida que se acercaba más el hombre, más sonrojada se volvía Yolanda en la cara.
—Sé disparar, pero yo no es buena en boxear. De lo contrario, ¡te habría derribado ya!
—¿Cuánto tiempo has llevado aprendiendo a disparar? —Jairo preguntó.
—Seis años —respondió directamente sin ningún disimulo.
Las pupilas se le encogieron a Jairo después de oír su respuesta.
«¡¿Seis años?! Justamente coincide con los seis años en blanco en su currículum. ¿Qué ha hecho ella exactamente en esos seis años? ¿Y dónde aprendió a disparar? ¿Y cuál es su relación con Eustacio?»
La soltó, con los ojos confundidos.
«Gracias a ella, hoy he podido salir del peligro. Bueno, confío por el momento en que ella es inofensiva para mí.»
Jairo estaba tumbado en un lado de la cama, un poco cansado. Hoy había perdido algo de sangre por su lesión de hoy, por eso necesitaba descansar para recuperarse.
Yolanda se incorporó de la cama, se sirvió un vaso de agua para beber y le preguntó:
—¿Quieres agua?
El hombre asintió suavemente sin abrir los ojos cerrados.
Yolanda le entregó un vaso de agua, pero este no lo tomó.
Al instante ella se quedó sin palabras.
«¿Quiere que yo le dé de beber? Olvídalo, ya que nos divorciaremos mañana, déjame a servir la primera vez y también la última vez a nuestro señor Figueroa.»
Acercó el vaso a los labios de Jairo y lo inclinó ligeramente para que el agua fluyera hacia su boca.
—¿Cómo podemos acostarnos con una sola cama? O puedes darme las llaves del coche y pasaré la noche allí —sugirió Yolanda.
Jairo rechazó con indiferencia:
—Las ventanillas del coche ya están rotas. No es seguro que duermas allí.
El hombre respiraba con un ritmo bastante regular y parecía estar durmiendo profundamente.
Tras un buen rato de vacilación, Yolanda se armó de valor, se adelantó, y, con un chasquido, le desabrochó el cinturón.
Al instante se sonrojó de vergüenza. ¡Nunca había hecho algo así!
Intentó quitarle suavemente los pantalones, quitándoselos un poco y luego un poco más.
Sin embargo, Jairo abrió los ojos de golpe, mirándola con sus profundos ojos.
Jairo pensaba que esta mujer era realmente buena en seducir. ¡Las suaves manos de esta, deslizándose en sus piernas, ya habían despertado los deseos más profundos suyos!
Tiró rápidamente de la colcha sobre su parte inferior para cubrir esa parte que pronto erigiría.
Al ver que este se despertó de repente, Yolanda se quedó petrificada en el acto sin atreverse a moverse un poco.
—Oye, ¿de verdad crees que no puedo hacerte nada con esta pequeña lesión?
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