—Sin embargo, mi abuela ya está en las últimas fases del cáncer de pulmón, y el médico dice que vivirá como mucho un mes. Oye, cuando mi abuela fallezca, Yolanda no tendrá motivos para quedarse en nuestra casa —Cecilia se palmeó el pecho y tuvo hipo: —No te preocupes, me libraré de ella.
Cecilia le contó a Briana todo lo que sabía sobre Yolanda, y mientras hablaba bebía cerveza y para cuando terminó ya tenía dos cervezas más.
Sin duda preferiría que Briana fuera su cuñada antes que Yolanda.
—Vale, no bebas más. Luego te llevaré a casa con mi coche —Briana ayudó a Cecilia a ponerse en pie.
—Sí, ¡voy a montar en tu coche! Es genial.
Briana sujetó a Cecilia y sonrió mientras se despedía de todos.
—Lo siento, ella ha bebido demasiado, así que nos salimos primero.
Cuando llegaron abajo, Briana ayudó a Cecilia subir el coche, pero no se subió ella misma, sino que pidió al conductor que volviera a por ella en dos horas.
Con todo dispuesto, Briana sacó su teléfono móvil y marcó un número.
—Jardín de Apolo, número seis, ven aquí ahora mismo.
Poco después, un hombre que parecía un gamberro llegó en una moto.
Los dos llegaron a un rincón apartado.
Nada más ver a Briana, Erick Águila se acercó y la abrazó:
—Cariño, hace mucho que no dormimos juntos, ¿también quieres...?
Briana apartó la mano de Erick de un manotazo y lo miró con disgusto:
—¡Cállate! ¿Qué es mi identidad actual? Una sola palabra mía puede hacer que mañana te desapareciarés de Ciudad Kanblanza. Dime, ¿cómo quieres morir?
Erick pidió clemencia:
—Cariño, sé que has subido la escalera. Tu llamada no es para matarme, ¿no? Dime lo que quieres, pero...
A pesar de lo que dijo, seguió mirando a Briana con avidez.
El cuerpo sexy y la voz conmovedora de Briana le provocaban nostalgia.
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