¡Vuelve conmigo,mi cariño! romance Capítulo 284

Como Lourdes y Flavio estaban bien, decidieron regresar a la Ciudad B al día siguiente.

El viaje de regreso fue tranquilo y no se produjeron accidentes que obstaculizaran su viaje.

No les quedaba mucho tiempo, porque el año nuevo estaba por llegar.

Mauricio tenía que vigilar a Flavio, su coche estaba al final. Cristián y Chloe iban con Lourdes en un coche, y Alain y su familia iban en caravana.

El paisaje a lo largo de la carretera era un poco desolado, sin la vitalidad de la primavera, el verde del verano, los frutos del otoño. Solo quedaba el viento frío.

El camino era muy tranquilo, iban por la mitad del trayecto en solo medio día, mucho más rápido que cuando vinieron.

Al mediodía pararon en el área de servicio y bajaron a comer.

Debido a que se acercaba la víspera de año nuevo, el área de servicio estaba abarrotado de gente. El estacionamiento estaba lleno de autos y había personas de todo tipo.

Alessia quería ir al baño y le llevó Cynthia. Alain se llevó a Álex al restaurante. Cristián y Chloe ayudaron a Lourdes a entrar.

Flavio estaba despierto y no podía estar solo, no para cuidarlo, sino para evitar que se suicidara o se escapase.

Mauricio ordenó a gente que le vigilase y fue al baño. Luego fue al restaurante a buscarlos. Lourdes estaba recuperándose, principalmente porque estaba de buen humor. El matrimonio de Cristián era lo que más le preocupaba.

Ahora que Cristián estaba casado, ya no tenía preocupaciones y naturalmente estaba de buen humor.

—Abuela, estás más joven.

Dijo Mauricio, sentándose.

—Solo sabes hacerme feliz.

Lourdes decía como si estuviera enojada, pero su rostro estaba feliz.

—Estoy diciendo la verdad.

Mauricio divirtió a Lourdes.

La comida en el área de servicio no era muy sabrosa, Mauricio se llevó un bocado a la boca y dijo:

—Conformémonos con esta comida, cuando regresemos a la Ciudad B, ya disfrutaremos de una buena comida.

Cristián se puso de pie.

—Voy a comprar algo. Chloe, cuida de la abuela.

Chloe asintió.

—Tío Cristián, he visto que hay yacas. Compra una caja cuando entres.

Dijo Álex.

Cristián le miró.

—¿Te gusta?

Álex negó con la cabeza.

—A mi hermana le gusta, pero no es quisquillosa. Le gusta todo lo que está rico.

Cristián asintió, dio media vuelta y salió del restaurante. Miró a Mauricio a través de la puerta de vidrio. Estaba hablando con Álex, y la forma de sus labios parecía decir: «Álex mimas a tu hermana.»

Mauricio no le prestó atención, por lo que suspiró aliviado. Se puso el sombrero y caminó hacia el auto de Flavio.

Cuando llegó, miró a su alrededor, nadie le prestó atención. Abrió la puerta del auto, adentro estaban dos guardias.

Al ver que era Cristián, el guardaespaldas de al lado le saludó.

—Abogado Cristián.

Cristián miró a Flavio, que estaba acostado, y se rio.

—Iros a comer, ya me quedo yo.

—¿No dijo el oficial Mauricio que nos relevaría más tarde?

—Me pidió que viniera, ¿qué pasa? ¿No me creéis?

Cristián enarcó una ceja y dijo muy molesto.

El guardaespaldas agitó las manos.

—No, no...

Cristián lo interrumpió abruptamente.

—¿Entonces por qué no estáis bajando del coche?

Los dos guardaespaldas se bajaron del coche, y Cristián se subió al auto y les ordenó:

—Daros prisa en comer.

—Vale.

Después de ver irse a los dos guardaespaldas, Cristián cerró la puerta del auto, se sentó y miró a Flavio, quien estaba sujeto. Sonrió con maldad, movió las muñecas y dijo:

—Nos volvemos a ver.

Flavio le miró furioso. Trató de moverse, pero no podía. Tenía las manos y los pies fijados. Por un lado, temían que se escapara y por el otro temían que se suicidara. Incluso le pusieron un sostén en la boca, ni siquiera tenía la posibilidad de morderse la lengua y suicidarse. Mauricio había dicho que aunque quisiera morir, tendría que esperar a la que le sentenciaran en la Ciudad B para poder hacerlo.

En ese momento, aunque no quisiera morir, Mauricio se lo haría pasar muy mal.

—¿Cómo es que no te puedes mover?

Preguntó a propósito Cristián sonriendo.

Flavio sabía que ni siquiera tenía la capacidad de morir en este momento, estaba a la merced de todos.

Así que cerró los ojos y no miró a Cristián.

Cristián se burló. Sacó su teléfono y abrió la cámara.

—Dime, ¿no sería muy divertido si te tomo dos fotos desnudas, los convierto en una gran pancarta, y los cuelgo delante de la compañía y mansión de la familia Haba?

Flavio abrió bruscamente los ojos y le miró fijamente. Si pudiera moverse ahora, pelearía a muerte contra Cristián. Podía morir, pero causar problemas a la familia era su pecado.

Cristián se inclinó y le miró.

—¿Qué pasa? ¿Tú también puedes tener miedo? ¿Por qué no pensaste que pasaría esto cuando me amenazaste?

Flavio tenía las manos apretadas en puños, se podía ver que estaba enojado en ese momento.

Cristián le apretó la cara, le dio unas palmaditas y dijo:

—¿Por qué esta cara es tan áspera como el culo de un perro?

La cara de Flavio se retorció, era terrorífico.

Al verle enojado, Cristián se alegró. Se inclinó aún más bajo.

—¿Golpear a mi abuela? ¿Eh?

De repente, el vidrio de la ventanilla del automóvil se sacudió, la cara de Flavio se hinchó instantáneamente y le empezó a sangrar por la esquina de la boca.

Cristián se sacudió la mano, se le habían entumecido las muñecas.

—Maldita sea, salgo perdiendo, aunque te pego con las manos. ¡La gente como tú no se merece tener cara!

Flavio estaba tan irritado que tenía sucesivos tics en todo el cuerpo.

—¿Se siente bien estar a la merced de otros?

Cristián se pellizcó a propósito su rostro enrojecido e hinchado.

Flavio gimió de dolor.

De repente, golpearon el cristal de la ventanilla del coche.

Volvió la cabeza. El cristal de la ventanilla del coche estaba con tinte y no se podía ver el interior desde fuera, ni el exterior desde dentro.

Bajó la ventana del auto, y vio a Mauricio medio apoyado contra el coche.

—Ya le has dado le lección que querías, ¿vamos a comer?

Cuando Cristián dijo que salía a comprar algo, Mauricio sabía lo que iba a hacer y no le detuvo porque le conocía.

Si no le dejaba desahogarse un poco, seguirá pensando en ello.

Cristián bajó del auto y tosió para disimular su incomodidad.

—¿Terminaste de comer?

—Ya terminé, tenía miedo de que le matases y no pueda explicarlo cuando vuelva.

Había podido estar fuera durante tanto tiempo por la excusa de rastrear al fugitivo Flavio. Si regresaba sin llevarse consigo a Flavio, sería castigado.

Cristián resopló con frialdad.

—No morirá.

Después, se alejó rápidamente, y cuando entró al restaurante, compró una yaca en la frutería.

Cuando entró en el restaurante, Álex estaba desconcertado. ¿No le pidió que comprara una caja? ¿Cómo es que solo compró uno?

Encima era tan grande, ¿cómo lo iba a pelar?

Cristián sonrió.

—Los enteros están más frescos.

Álex parpadeó y preguntó:

—¿Lo pelas tú?

Aunque esto era delicioso, tenía poca carne y una gran semilla en el medio. Era molesto y difícil de pelar.

Cristián ya había desahogado su enfado sobre Flavio y ahora mismo estaba de buen humor.

—Yo lo pelaré. Oye, ¿dónde está tu padre?

Cristián puso la yaca en el suelo, sacó la silla y se sentó.

—Se fue a buscar a mi mami.

Cynthia había llevado a Alessia al baño y aún no había vuelto. Alain fue a echar un vistazo.

Cerca del año nuevo, había mucha gente en el área de servicio, y tenían que hacer cola para ir al baño.

Alain frunció el ceño desde que bajó del coche. No estaba acostumbrado a un ambiente tan concurrido, esperó al otro lado de la calle a que saliera Cynthia y su hija del baño.

Alessia vio a Alain, soltó la mano de Cynthia y gritó:

—Papá...

Corrió demasiado rápido y se chocó con una mujer que estaba parada en la acera comiendo fideos instantáneos. Probablemente fue porque la mujer no sostuvo bien los fideos. Después de que se chocara Alessia con ella, se tiró todo el plato de fideos y desafortunadamente se esparció sobre la mujer.

La mujer vestía un abrigo corto de lana blanca. Con esta salpicadura, una gran franja de aceite rojo se adhirió a su ropa. El rostro de la mujer cambió repentinamente y maldijo:

—¿No tienes ojos cuando caminas?

Cynthia se apresuró a acercarse y estaba a punto de disculparse.

Alessia también pensó que tenía la culpa y se disculpó:

—Señora, lo siento...

¡Paf!

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