Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 31

Luego del almuerzo que me tocó pagar, fuimos hasta la panadería a pesar de que Mell no estaba de acuerdo, pero prometió apoyarme en las decisiones que tomara.

—Me llamas cualquier cosa, ten el celular pegado a tí —pidió mi amiga por décima vez.

—Así lo haré, Mell —musité asintiendo con la cabeza.

Rascó su nuca al mirar hacia la panadería y luego chasqueó su lengua.

—Bella, es en serio. No dudes en llamarme, yo voy a estar pendiente este y todos los días —advirtió con expresión seria—, al menor indicio de una situación extraña o incómoda me mandas un mensaje, que si tengo que convertirme en la versión femenina de Flash para venir a buscarte lo hago.

Sonreí.

—¿Por qué no te preocupas por Julia tanto como lo haces por mí? —interrogué con curiosidad—. Es tu prima favorita.

—Porque Julia no está embarazada —respondió de inmediato y con naturalidad.

—¿Quieres decir que por yo estar embarazada soy más débil que Julia? —cuestioné y entorné los ojos con fastidio—. O sea, ella está mal psicológicamente, tiene una obsesión enorme con Matt y siempre está pegada a él como un chicle, y tampoco es muy fuerte que digamos, así que... ¿crees que necesito que me salven solo por estar embarazada?

Negó con su cabeza de forma rotunda y luego se quitó el cinturón de seguridad y me miró detenidamente.

—No es eso, tú eres mil veces más fuerte que ella, pero me preocupa que estés cerca de Matt por lo que ya sabemos. Además, se trata de ustedes, de tí y de mi sobrina Isabelle, y eso vale más que todo —reuso en tono dulce y pellizcó mi mejilla con suavidad.

Su voz enterneció mi corazón y me provocó mucha ilusión saber que a ella le importábamos mi bebé y yo, pero luego caí en un detalle al repasar sus palabras.

—¿Isabelle? —cuestioné con expresión divertida y enarqué una ceja. Ya hasta le había escogido un nombre y yo ni siquiera lo sabía.

—Sí, así se va a llamar mi sobrina —respondió emocionada y sonriendo como si fuese lo más normal del mundo—. La linda princesa Isabelle Graze.

—Y, ¿cómo lo sabes? —interrogué curiosa—. ¿De dónde salió ese nombre?

—¿Lo olvidaste? —exclamó desconcertada—. Ay, no.

La miré y fruncí el ceño, mi amiga era la reina del drama, pero sus ojos cristalizados me hacían pensar que realmente había pasado por alto algo muy importante.

—¿Qué cosa? ¿Qué olvidé?

Miró hacia el frente y tomó una bocanada de aire, luego giró su rostro y me miró antes de hablar.

—Ambas hicimos una promesa de amigas... aún no puedo creer que la hayas olvidado. —Me miró y negó con la cabeza incrédula—. Prometimos que cuando tuviéramos hijos, yo lo iba a nombrar Javier si era niño y Lucía si era niña. Y tú prometiste que los tuyos se llamarían Isabelle si era niña y... —. Hizo una pausa—. Olvidemos el otro.

Los recuerdos se agolparon y la nostalgia llegó a mí corazón, en pocos segundos las imágenes de dos niñas haciendo una promesa con dos muñecas de tela y una rosa como símbolo del juramento se apropiaron de mi mente, haciéndome recordar las palabras que había dicho y el nombre que escribí en ese papel rosa que metimos en un libro de recetas de la mamá de Mell.

Las cuatro letras regresaron a mi presente... ¿Alex?

¡Si era niño se llamaría Alex!

—Bueno, pero no sé si tenga validez aún —dijo Mell con voz tímida sabiendo que había recordado el nombre, porque mi expresión lo denotaba.

—Puedo ponerle Alex, no es el único hombre en la tierra que se llama así. Además, me gusta —respondí sonrojada y evitando su mirada furtiva—, o sea, quise decir que me gusta el nombre, no Alex... bueno, el nombre Alex —agregué nerviosa y cerré mis ojos con fuerza porque sabía que mi amiga no me estaba creyendo ni una palabra de las que decía.

—Igual, no será necesario, porque estoy segura que será Isabelle —repuso y abrí los ojos con timidez, pero ella se encontraba sonriendo—, iré a casa a buscar ese libro de mamá, había olvidado que lo tenía.

Sonreí y asentí con la cabeza. Sabía que mi amiga extrañaba mucho a su mamá, quien había fallecido cuando ella era solo una niña, y recordar esos momentos le había despertado emociones.

—Adiós amiga —murmuré con una sonrisa y le lancé un beso al cerrar la puerta del auto.

—Me llamas, por favor, cielo —advirtió con voz maternal—, así sea algo muy pequeño, no dudes en llamarme.

Me encaminé hacia la panadería, estaba a unos dos metros de la calle, mis pasos eran lentos y me sentía como flotando con el viento que arrastraba algunas hojas a su paso; esa promesa me había hecho replantearme si era cierto que Alex era alguien insignificante en mi vida o si conocerlo había valido la pena.

Recordé ese beso que estuve a punto de sentir en mis labios y de inmediato un intenso calor se apoderaron de ellos, era como una creciente y palpitante necesidad de probar su boca y de degustarla con fervor. Restregué mis ojos para alejar esa sensación tan abrasadora e intenté concentrarme en mi día de trabajo y lo que me esperaba.

Si tenía suerte podía descubrir la verdad de la misma boca de Matt. No sabía qué hacer o qué decir, esos últimos días solo habían sido agonizantes y todo era tan duro de asimilar, todo era una terrible pesadilla, de las peores.

Mi vida no podía estar más alterada, más enredada y más apretada... ¡Matt era el asesino de la hermana de Alex!

—¡Bella! ¡Qué bueno que llegas! —exclamó Matt con gran entusiasmo al verme entrar. Su saludo de siempre que ya me sabía de memoria, pero que no dejaba de confortarme a pesar de saber su historia.

—Ho-hola, Matt —saludé con una sonrisa tímida—. Buen día.

—¿Cómo has estado?—preguntó amablemente mientras continuaba limpiando el mostrador— ¿Qué tal tu fin de semana?

—Bien... —respondí nerviosa. En realidad, no me sentía cómoda en su presencia después de saber la verdad a pedazos. Además, era incómodo saber algo y a la vez, no saberlo—. Yo eh...

—¿Pasa algo? —interrogó, frunciendo el ceño y paró de limpiar para mirarme fijamente—. Escucha, si es por lo de la noche del sábado, discúlpame, sé que no debí hacerlo. Pero es mejor si lo olvidamos y...

—No aquí no, esto se ve antiguo —dijo un chico con apariencia rebelde juvenil, con una patineta bajo su brazo y hablando por celular —. Te espero en la del frente, porque esa si está en la onda —agregó, puso su patineta en el asfalto y en un dos por tres ya estaba en la otra calle uniéndose a la multitud.

—¡Tienes razón! —exclamó Matt de repente, haciéndome sobresaltar—. Bella, tienes toda la razón.

—Sí, ese chico es muy joven, quizás esa pareja de señores de allá...

—No, no en eso —corrigió y se acercó nuevamente, sentí mi corazón palpitar más rápido al tenerlo cerca —en que a este lugar le falta alegría, innovación y actitud, algo más divertido.

Me alejé un poco dando unos pasos hacia atrás, estábamos en una calle donde había mucha gente, pero aun así tenía algo de temor.

—Matt, yo no sé qué decirte. Si no quieres no te obligues...

Sus ojos se cristalizaron, era más que obvio que algo estaba ocultando o que hablar de diversión y panadería en una misma oración le hacía daño.

Pero, ¿por qué sería?

Pensé preguntarle, pero y, ¿si me decía que no era de mi incumbencia? ¿Si luego pensaba que yo era una chismosa? ¿Si volvía a hablarme con la misma frialdad de la última vez que me metí en sus asuntos?

Tomé aire para preguntar, pero me ganó la vergüenza y no pude hacerlo.

—¡Pero no puedo! —murmuró como recriminándose o juzgándose a sí mismo—. No puedo —repitió, aunque esa vez fue casi inaudible.

—¿Por qué no puedes? —cuestioné de inmediato y sin pensar.

—Hay heridas que no sanan —respondió con frialdad y mirando hacia el cielo. Luego entró con rapidez a la panadería sin decir nada más.

¡Lo sabía! Siempre que sacaba mi lado investigativo —para no decir chismoso—, todo me salía mal.

Me quedé observando a la pareja mayor, debían tener unos setenta años más o menos, el señor con un bastón a un lado le echaba comida a las palomas que se posaban en el suelo y la señora leía un periódico. Estaban sentados en la banca donde había pasado y desahogado mi enojo con Mell, el mismo día que conocí a Matt por el simple hecho de tener hambre.

Cómo me gustaría sentir un amor así, puro y duradero, esa pareja de ancianos me inspiraba sentimientos bonitos. Los podía ver como mi inspiración o mi motivación.

Pero... todo se derrumbó dentro de mí, dentro de Matt... cuando se levantaron y en lugar de cruzar la calle, siguieron caminando hasta la otra panadería.

¡Ya no me inspiraban tanto!

Bufé y me crucé de brazos. Si seguíamos así, terminaríamos cerrando y yo viviendo con Mell y Javi hasta que tuvieran nietos, o debajo de un puente hasta que la sociedad cambiara y le diera oportunidad de trabajo a una mujer embarazada. Me quedé observando la otra panadería y una extraña sensación recorrió mi cuerpo, era como si esa repentina aparición augurara algo malo.

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