Alaska
Pasó más de un día desde el incidente en el gimnasio con William y Adam, un día en el cual me la pasé acostada en cama con cuidados de mi madre, porque en cuanto Adam se separó, me vino un resfriado increíble, así que mi madre me mantenía con muchísimas pastillas e inyecciones, hasta que consideró creíble que ya me sentía bien.
Ah, y el regaño gigante que me dio cuando se dio cuenta de que le vacié casi todo el contenido a las hierbas de mi collar aquella noche, la hizo ponerse histérica y casi, colérica. Lo que sucedió después, creo que hizo que yo también comenzara a hartarme del olor de las hierbas.
Me metió en la bañera y toda el agua repleta de esas hojitas con otras cosas, parecía una limpia o algo así. Me talló hasta que se aseguró de eliminar cualquier rastro de “mal olor” y después, me metió a la cama a seguir durmiendo, perdí todo un día en cama, pero al menos ese resfriado había desaparecido.
Mi madre ahora se mostraba con una actitud difícil si quería salir tan siquiera al jardín, incluso me preguntó por Adam.
— ¿Ese chico que te trajo, dices que se llama Jordan? —preguntó en el umbral de mi puerta.
— Sí, es nuestro amigo, me ayudó a salir de la piscina.
— Ay Alaska, ten más cuidado, no es posible que, por tener la cabeza en las nubes, terminaste cayendo a la alberca que estaba en tratamiento, en serio deberías de fijarte más.
— Lo haré mamá, pero hoy tengo que ir a mis clases, ya falté dos días—hace una mueca, pero termina aceptando.
— Está bien, tengo mucho trabajo, así que aquí estaré para cualquier cosa que necesites, hija.
— Gracias.
Cuando la figura de mi madre desaparece, me levanto para ir a mi tocador y de nuevo vaciar muchísimo mi collar, yo empezaba a sentir que me quemaba, no lo soportaba. Una vez que terminé, bajé hasta la sala para tomar mi mochila y las llaves.
Hoy solo tenía que ir a entregar unas hojas y ya, mis clases estaban libres, pero mi madre no tenía por qué enterarse.
Caminé hasta salir del vecindario llegando a las ya tan conocidas calles y frotando mis brazos, el día de hoy hacía mucho viento y parecía que iba a llover, pero eso no me detuvo para continuar todo mi recorrido hasta la universidad.
Aunque yo sabía que en verdad estaba buscando a Adam, necesito respuestas.
Independientemente de ello, entré directamente al edificio donde dejé en la parte administrativa las hojas que debía y me fui a la biblioteca, esperando que estuviera por ahí.
Sin embargo, cuando comencé a pasar todas las mesas de la cafetería, me pude dar cuenta que para nada había un chico pelirrojo por ahí, así que después de dar un último vistazo, salí de la biblioteca decepcionada.
Me lamentaba de nunca haberle pedido su celular para llamarlo por si lo necesitaba, como ahora. Mi mente finalmente se aclaró y se me ocurrió ir al único lugar que, si bien no estaba por ahí, lo podría esperar o alguien más lo llamaría.
La Residencia.
Caminé en dirección al norte, sintiendo cómo las calles se volvían más inclinadas hasta topar con la usual reja negra enorme donde un señor de mediana edad estaba cuidando.
— ¿Nombre?
— Alaska Foster—rogaba porque Adam realmente haya metido mis datos al sistema y me dejaran pasar.
Después de que revisó por unos minutos más en la computadora, las puertas se abrieron con un ruido extraño, pude pasar.
— Adelante, señorita Alaska.
Avanzo por todos esos árboles extravagantes y muchísimas casas que se veían increíbles, incluso paso por el edificio de estudiantes y me pregunto si sería una buena idea buscar a Marissa.
No, me urge más hablar con Adam. Así que paso de largo por el edificio hasta donde se suponía que era la casa de Adam, nunca había entrado, pero si era la casa que estaba hasta el fondo y más hermosa, me podía imaginar que le pertenecía a los gobernantes y claro, su hijo.
A su alrededor había un jardín con luces blancas, se veía muy lindo e incluso todos los arbustos que parecían recién cortados. Había un camino de piedra (como el de todas las casas de Whittier en la entrada) hasta una puerta que parecía ser de cristal o algo así, con madera, muy lindo.
Me paré frente a la puerta y toqué el timbre, alzándome un poco para que me vieran por la cámara, pero al final una chica de pelo largo abrió con una sonrisa amable.
— Buenas tardes, ¿a quién busca? —tenía un vestido con mangas largas de color gris, muy hermosa y educada.
— Estoy buscando a Adam, ¿sabe si está aquí o lo puedo esperar? —me deja pasar y en la recepción, todo se ve muy sencillo, una alfombra roja muy fina pero alrededor llena de fotos de lo que me imagino es su familia.
— Adelante, está en la terraza, señorita…
— Green—asiente y camino detrás de ella.
No había duda que Adam vivía como rey. Pero aun así su casa se sentía demasiado cómoda, hogareña, como si muchas personas la habitaran y nunca se sintiera frío o soledad, muy acogedora. Solo caminé por unos pasillos donde había cuadros de pintura que, por la firma, la gobernadora, Alissa, las había pintado. La mamá de Adam pintaba excelente.
Después llegamos a otras puertas de cristal enormes, donde solo me dejó pasar la chica y se retiró, pero no veía a nadie enfrente de mí. Me acerqué más para abrir las puertas y se veía un piso de madera con un techo igualmente precioso, como si fuera una cabaña, y una vez que salí y giré a la derecha, me pude encontrar a.… todos.
— ¿De qué están hablando? Siempre es lo mismo, dices aceptarme, pero me tienes en un límite, ¿no, Adam? —esta vez me mira y sus ojos se ven brillantes, como si tuviera miedo.
— Alaska, yo… tengo un secreto.
— Tenemos un secreto—agrega con énfasis Aaron.
— Lo que viste de William no era una alucinación, sino que él tiene una clase de condición física que la mayoría tenemos por aquí, y se llama licantropía. Creo que te haces a la idea de los hombres lobo, pues es algo así. Es más complicado, pero supongo que por ahora eso es suficiente. Will creyó que ya sabías eso y dejó salir un poco su aspecto, pero no te asustes, en serio no somos así…
— Entonces, ¿cómo son? Adam, ya no quiero tus mentiras.
— ¡No estoy mintiendo, Alaska! —negué y me quedé pensando.
¿Qué es todo esto? Las personas alrededor mío me miraban esperando a que me desmayara o algo así, pero no iba a suceder. Tenían las miradas algo bajas y apenadas, esto confirmaba lo de Adam, pero, aun así, ¿cómo era posible?
— No lo hace, Alaska. Eso solo es una pequeña parte de todo lo que cubre a este pueblo, y sé que estás enojada y frustrada, pero por favor, solo… observa— habló mi amigo Aaron mientras se acercaba hacia mí y sus ojos parecían disolverse en agua, haciendo que brillaran como si estuviera llorando, pero luego… ahí estaban los ojos dorados como los de William, brillando como luciérnagas y sus dientes se alargaban un poco.
Mi primera reacción fue dar un paso atrás, pero me sostuvo firme, mirándome como si en verdad fuera Aaron y no otro animal. Me quedé fascinada, no me asustaba del todo, me dejaba impresionada. Cuando se aseguró que lo tomaría bien, me soltó y fue regresando al chico que conocía, Aaron.
Escuché cuando las puertas se abrieron violentamente y entró Oliver Hunter, el gobernante y papá de Adam, agitado como si hubiera corrido un maratón.
— Adam, hay un ataque en el ala oeste, necesito tu apoyo, no son carroñeros simples—su hijo asintió mirando a todos los demás, que asintieron de igual forma.
Me imaginaba que claro, eran lobos también e iban a ayudar, pero ¿cómo ayudarían?
¿Pelean? ¿o los matan en el estado… normal?
Preguntas así inundaban mi cabeza, quería estar sola, pero al mismo tiempo quería saberlo todo. Si ya me han ocultado esto, no me imagino qué más podría faltar.
Cuando regresé hacia la plática podía ver a Adam frente a mí, listo para atacar y sus ojos brillando de un color más peculiar.
— ¿No terminas de tragar todo esto? Ven, te voy a mostrar cómo es Whittier realmente.
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