Erika salió de allí sintiendo la sensación más dolorosa del mundo. Nunca creyó ser traicionada por el hombre que amaba y menos por su propia hermana.
Se dio cuenta de que toda su vida había sido una farsa, sus palabras de amor, sus noches de pasión, sus atenciones, sus sonrisas, todo era mentira, no podía creer cómo fue capaz de fingir de manera perfecta, era el mejor actor en esa comedia, porque ella le creyó todo.
Lo peor de ese golpe, es la sorpresa cómo llega porque jamás lo sospechó.
Se subió al auto y apretó el volante hasta que los nudillos de las manos se le pusieron blanco, en ese momento entendía la frase “Ser atravesada por un rayo”, porque de esa manera se sentía, como si alguien hubiera lanzado sobre no un rayo, si no una espada filosa atravesando todo su cuerpo.
No pudo evitar las lágrimas mientras sonoros gemidos salían de sus labios. Arrancó el auto y sincronizó la radio al ritmo de “El último adiós” de paulina Rubio. Preguntándose a ¿Dónde podía ir ahora? ¿Qué haría? ¿Dónde comenzar? Cuando había dejado todos sus sueños a un lado para ir tras los sueños de Julián, se negó a sí misma para estar con él.
—¿Qué estúpida fuiste Erika? Dejaste de vivir por ti para que él cumpliera sus sueños —se dijo en voz alta mientras el dolor la atravesaba por dentro como un agudo puñal.
Las lágrimas empañaron sus ojos mientras manejaba sin rumbo fijo. Sabía que debía detenerse porque podía accidentarse, pero no podía, quería poner distancia con esos seres que le habían hecho tanto daño.
—Mi propia hermana, por la que me desprendí de tanto para dárselo a ella, a la que aún siendo yo una niña, la cuidé con amor —no podía creer que la maldad de Elisa llegara a tanto.
Recorrió por mucho tiempo la carretera, cada segundo Erika aceleraba más, como si quisiera acabar con su propia vida, no era para menos, sentía el peso del mundo sobre sus hombros.
En un momento, apretó un botón y el techo del auto se separó, no le importó que estaba lloviendo, sus lágrimas se mezclaron con la lluvia, desdibujando el mundo fuera de su coche.
Condujo de forma temeraria, más rápido de lo que había conducido nunca. El viento le agitaba el pelo de un lado a otro, mientras el coche subía y bajaba por las sinuosas carreteras.
Su pie se sentía como plomo en el pedal, empujando el coche aún más rápido.
De repente, los neumáticos del coche empezaron a patinar y Erika supo que había ido demasiado lejos. Frenó en seco, pero el auto no se detuvo, intentó poner el freno de mano, pero tampoco lo logró.
El miedo se apoderó de ella, y aunque momentos antes pensaba que esa era la mejor salida, ya no estaba tan segura, pensó en su hijo, en el eco que se había hecho ese mismo día y negó con la cabeza.
—¡¿Qué diablos es esto?! —exclamó mientras trataba de calmarse.
Apretó de nuevo el freno con fuerza para detener el auto, pero fue en vano.
—No puedo morir, debo vivir por mi hijo —repetía como un mantra—, para vengarme de esos desgraciados, seguro fueron ellos quienes sabotearon los frenos de mi auto para asesinarme, pero no voy a dejar que se salgan con la suya.
Dijo en voz alta, mientras todos los engranajes de su cerebro se activaban, debía de pensar en una forma de salir de allí con vida.
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