—He dicho que no voy a ir al País M.
—¡Tendrás que ir, aunque no lo quieras!
Gerardo agarró su bastón de cabeza de dragón y golpeó el suelo con fuerza. Sus ojos eran afilados como los de un halcón, con una fuerza irresistible. No le importaba si Orlando quería o no, no le iba a dar la oportunidad de replicar.
En unos momentos, un coche de Gerardo llegó para enviar a Orlando al aeropuerto y aunque no quisiera, no tenía más remedio que empaquetar sus cosas.
El avión despegó, Orlando miró las nubes fuera de la cabina y apretó los puños.
Estaba harto de esta sensación, no podía esperar a salir de las garras de Gerardo y hacer lo que quería. Para ello, tenía que hacerse más fuerte, tenía que ser aún más fuerte de lo que era ahora.
Sólo con más recursos en sus manos podría ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a Gerardo.
—¿Seguro que está fuera del país?
—Sí, nuestros hombres están siguiendo a escondidas y lo confirmaron personalmente.
Dylan enganchó los labios con una luz brillante en los ojos.
—¿Puedo irme ya? —dijo Vanesa con un tono desagradable, estaba a punto de morir de rabia. Tenía que haberse ido ayer por la mañana, pero se había metido en la cama con Dylan de nuevo, retrasándola un día y una noche más.
Si no volviese ya, se volvería loca.
Si Dylan volviera a intentar a seducirla, le arrancaría el pene.
—Estoy muy triste de que no puedas esperar a irte tan pronto —dijo Dylan con una cara triste mientras fingía sujetar su corazón.
—¿Me vas a dejar ir o no?
Vanesa frunció el ceño y fulminó con la mirada a Dylan. Era un auténtico rey del drama, que cuanto más se relacionaba con él, más se daba cuenta de que era un descarado.
—¿Realmente quieres dejarme?
Los ojos de Dylan eran sombríos cuando miraba a Vanesa, una sensación de abandono y desamparo rondaba al imponente hombre.
Debería haberse equivocado.
Vanesa sacudió la cabeza con fuerza, advirtiéndose en secreto que debía mantener la calma y no caer en su actuación.
—Sí, mucho.
—Bueno, entonces te acompañaré de vuelta —dijo Dylan encogiéndose de hombros.
—¿Estás de acuerdo?
—Cariño ¿estás triste por irte otra vez? Entonces quédate conmigo.
—No, me iré.
Vanesa negó inmediatamente con la cabeza, ¿a quién pensaba engañar? Por supuesto que no podía esperar a irse cuando por fin pudiera hacerlo.
—Eso es triste.
Dylan dejó escapar un suspiro, pero había una sonrisa oculta bajo sus ojos que demostraba que estaba disfrutando.
Una hora y media después.
—Vete.
—Todavía no está dentro y me temo que tardarás media hora en llegar andando.
Dylan frunció el ceño, había dejado a Vanesa en su casa y ella no le dejaba ni entrar por la puerta principal de la zona de la villa. Le irritaba la sensación de tener que estar a escondidas.
—Es sólo media hora, es un ejercicio.
—Bien —Dylan dijo—. Bésame y hazme feliz, luego te dejaré ir.
—Dylan, pides demasiado.
—Te cho de menos y quiero un beso como despedida, ¿por qué es demasiado?
No podía abrir la puerta porque la cerradura central no estaba abierta y estaba encerrada en el coche porque Dylan no estaba de acuerdo. En ese momento, no venía ningún coche detrás de ella, pero siempre pasaría alguno y había guardias vigilando desde la sala de seguridad.
No se veía bien de ninguna manera, a menos que se fuera con prisa.
Al final, Vanesa tuvo que apretar los dientes y comprometerse.
De repente, Orlando echó de menos a Vanesa en particular, pero su teléfono acababa de ser destrozado por él mismo. Aunque no lo hiciera, Vanesa tampoco contestaría si viera que era su número.
Así que Orlando se limitó a pedirle el teléfono al guardaespaldas de la primera fila.
El guardaespaldas le entregó inmediatamente su teléfono y Orlando la llamó.
Después de un pitido de ocupado, la llamada llegó.
—Hola, soy Vanesa Cazalla.
Al escuchar la tranquila voz de Vanesa, Orlando sintió como si hubiera pasado un siglo. Hacía mucho tiempo que no hablaba con Vanesa de forma tranquila y el agarre del teléfono por parte de Orlando se tensó mientras respiraba con dificultad.
—¿Hola? ¿M oyes?
—Vanesa, soy yo —Orlando habló, con la voz un poco seca y ronca mientras reprimía las emociones que se agitaban en su corazón.
Vanesa guardó silencio por un momento y luego su voz se volvió indiferente:
—Ahora que usted está de vuelta, tómese el tiempo de venir conmigo al Registro Civil.
—¡No! —gritó Orlando con rabia, apretando los puños con furia y apretando los dientes—. ¡No me divorciaré contigo!
—Orlando, ¿por qué tienes que hacer esto? Lo único que queda entre nosotros es el odio, además, Melina está embarazada de tu hijo.
—¿Cómo puede haber odio sin amor? —Orlando replicó ansioso—. Vanesa, aunque me odies, no te dejaré ir. Eres mía y nadie me te robarás jamás. En cuanto a Melina... ¿Quién sabe si yo soy el padre de ese bastardo?
—Tengo cosas que hacer, cuelgo yo —Vanesa no quiso hablar más con Orlando y colgó el teléfono.
Orlando volvió a llamar de mala gana y ella se limitó a apagar el teléfono.
—¡Maldita sea! —Orlando maldijo con rabia y casi iba a romper también el teléfono que tenía en la mano.
—Señor Orlando, hemos llegado al hospital.
Orlando resopló y su estado de ánimo empeoró. Miró con mala cara al conductor del asiento delantero.
—¿Te he dicho que quiro venir al hospital?
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