Valentina se levantó, tratando de recomponerse y recuperar la poca dignidad que le quedaba mientras juraba en su interior que nunca más volvería a dejarse engañar y a humillar por nadie.
Cuando la sacaban, la recepcionista sonreía feliz por haber logrado su cometido, mientras apretaba la carta que le había dejado el hombre, apretándola con fuerza entre sus manos y se regodeaba en su interior de lo que había hecho “Idiota, ¿Pensabas escalar de posición casándote con Luke Ferrari? Pues lo siento por ti… no lo voy a permitir”, dijo la mujer por completo satisfecha.
Los días fueron pasando, estos se convirtieron en semanas y aunque buscaba un nuevo empleo no lo encontraba, en ese momento estaba en la calle, su desesperación era palpable. El peso de sus menguantes ahorros parecía arrastrarla como una piedra, su futuro era incierto y poco claro, debió mandarle dinero a su familia, y se quedó con menos.
El sol era fuerte, su calor presionaba sobre ella como si tratara de empujarla hacia un nuevo camino, de recordarle que, por dura que sea la vida, siempre hay esperanza. Sin embargo, su esperanza se iba desvaneciendo poco a poco y la dura realidad se iba imponiendo.
No tenía trabajo, ni forma de ganarse la vida, ni de mantenerse, y lo único a lo que había podido aferrarse, sus ahorros, se escurrían como agua entre sus manos.
Llevaba dos semanas buscando trabajo, de aseadora, dependienta, cualquier trabajo le serviría, pero en todas partes la miraban y le decían que no, que no había nada. Nadie quería contratar a alguien en una situación tan desesperada.
Aun así, siguió buscando, día tras día, con la esperanza de que algún día, en algún lugar, alguien se apiadara de ella y le diera una oportunidad.
Llegó al apartamento donde había arrendado una habitación con otras mujeres, y cuando llegó la estaban esperando.
—Hola, buenas noche —saludó, pero ninguna le respondió, eso le dio la sensación de que algo malo se avecinaba—. ¿Pasa algo? —interrogó y la mayor de ellas respondió.
—Por supuesto que sí, pasa que no has pagado el arrendamiento, y aunque conocemos tu condición, la nuestra no está tampoco para tenerte aquí sin pagar, así que tienes hasta mañana para pagar o debes marcharte.
Ella se quedó viendo a cada una con una expresión suplicante.
—Por favor, no me hagan esto… no tengo a donde ir… puedo dar una parte y la otra la daría apenas consiga un trabajo.
—¿Trabajo? Tienes dos semanas buscando y no encuentras, ¿Qué te hace pensar que lo harás de la noche a la mañana? Creo que lo mejor es que tomes ese dinero y te regreses a tu país, para que no des lástima —expresó Nidia—. Eso te pasa por creer que un niño rico te iba a tomar en serio.
Le dijo la mujer sacándole en cara la relación que había tenido con Giovani, el culpable de todas sus desgracias.
—¿Sabes? He decidido que no te vamos a esperar, es mejor que te vayas ya —dijo la mujer sin ninguna compasión y dándole la espalda.
—No me hagas esto ¿Cómo me vas a echar a esta hora? No tengo dónde ir, por favor, por lo menos espera hasta mañana que yo pueda salir y buscar un lugar para dormir —expuso en tono suplicante a punto de empezar a llorar.
—No hay ninguna excusa que valga, si no te vas por las buenas te saco yo misma por las malas —le dijo la mujer—. Tienes media hora para salir de aquí.
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