Valentina miró al hombre que amablemente se estaba dirigiendo a ella, primero sintió desconfianza, temía que su vida pudiera ir peor de allí, y es que cuando las cosas comienzan a salir mal, desconfías de todo y no esperas nada bueno de nadie.
Su cuerpo se estremeció producto del frío porque estaba toda mojada y ni siquiera la ropa en la maleta podía usarla porque también estaba en las mismas condiciones o peor que la que cargaba puesta.
—No se preocupe, señorita, no le haré daño —el hombre se quitó el abrigo que cargaba y lo extendió hacia ella—. Por favor, colóqueselo, así evitará un resfriado.
Por leves segundos estuvo tentada a aceptarlo, pero el temor le ganó.
—Muchas gracias, no lo necesito.
Dicho eso salió corriendo, sin mirar atrás, aunque los dientes le castañeaban del frío, nada la detuvo, caminó por varias calles buscando un lugar al que poder entrar, pero todas las puertas estaban cerradas y no había nadie a quien acudir. Se sentó en una esquina y la desesperación se apoderó de ella.
Cerró los ojos con fuerza mientras sus manos se aferraban con convicción a lo único que tenía consigo, su maleta, tenía miedo que pudiera aparecer alguien y arrebatarle lo último que le quedaba.
Las imágenes de su tierra, sus padres y amigos comenzaron a dar vueltas en su mente, recordando aquellos momentos felices vividos en casa de su familia, y a pesar de haber vivido necesidades en su país, siempre tuvo un sitio donde vivir, pero ahora ni eso, nunca pensó que el sueño de una vida mejor iba a terminar de esa manera para ella.
Cuando consiguió trabajo, pensó que todo estaría bien, pero las cosas habían dado un giro de 180° cambiándole todo de manera abrupta. Observó a su alrededor y vio una especie de almacén que estaba abandonado y se metió allí, no sabía cuántas leyes estaría infringiendo, pero necesitaba un sitio para refugiarse, por lo menos mientras la lluvia seguía cayendo con toda su fuerza.
Cuando entró, el cansancio se apoderó de su cuerpo, al igual que lo había hecho, el frío, la tristeza y segundos después, también el hambre porque escuchó su estómago rugir, haciendo de ese momento más miserable.
Ya no aguantaba, comenzó a llorar silenciosamente, se dejó caer en el piso mientras las lágrimas corrían por sus mejillas sin ninguna contención, nunca se había sentido tan desgraciada; el sueño la venció después de haber pasado toda la noche sin dormir y luego de dos horas se despertó, con mucha más hambre.
—Debo buscar un albergue —se dijo en voz alta.
Decidida salió de allí, cada paso que daba se sentía más débil, comenzó a estornudar y no era para menos, se había mojado y se había secado la ropa en el cuerpo y lo que llegó a continuación no se lo esperó.
Estaba en uno de los países más seguros del mundo, las probabilidades de ser asaltado eran mínimas, por eso jamás pensó que formaría parte de las estadísticas de los robados, dos hombres se le acercaron, por su aspecto se notaba que no tenían buenas intenciones, estaba consciente que corría peligro, ya había perdido demasiado, sin pensarlo dos veces, decidió correr mientras se aferraba a su cartera y dejaba atrás su valija.
Corrió como si su vida dependiera de ello, sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho y que el miedo le erizaba la piel, había corrido como nunca, hasta que ya cuando estuvo muy lejos se detuvo; sentía que le faltaba el aliento, sus pulmones quemaban y sus lágrimas ardían en el rostro.
Una mujer se acercó y la sostuvo por el brazo, su primera reacción fue asustarse, y pegó un grito que atrajo la mirada de todos a su alrededor.
—Tranquila, no le haré nada… solo quiero ayudarla —pronunció la mujer para calmarla.
—Lo siento… —expresó en un sollozo—, me acaban de robar mi valija… me echaron de donde vivía, pasé la noche en una plaza, tengo hambre, estoy cansada y no tengo a dónde ir —en ese momento volvió a estornudar—. Y como si eso fuera poco, ahora también me resfrié
—Venga, estamos cerca de la iglesia Santa Anna, allí hay un albergue, miremos a ver si hay un refugio para usted… yo siempre ayudo y doy donaciones a esa iglesia, vamos a ver qué podemos hacer por usted.
Ella solo asintió, se dejó llevar porque se sentía demasiado agotada, estaba cansada de luchar, de sufrir, de intentar escapar de su destino.
Llegaron al frente de la iglesia, y la mujer habló con la encargada.
—Señora Carmen, ella es una chica que necesita ayuda —la mujer hizo una pausa—, quizás tenga suficientes personas en el albergue, pero ella le urge un lugar, le hurtaron su maleta, su ropa está mojada, la echaron de donde vivía, por favor ayúdela, aunque sea unos días.
La mujer se quedó por instantes, pensativa, mientras ella permanecía en silencio, su cuerpo comenzó a temblar y cuando la mujer extendió la mano y la colocó en su frente, se dio cuenta que estaba hirviendo.
—Ella necesita ser atendida por un médico —dijo la encargada—. Ayúdeme a llevarla al interior.
Así lo hicieron y enseguida empezaron a atenderla, durante tres días estuvo enferma, pero le fue dada la atención requerida, le consiguieron algunas prendas para vestirse y la alimentaron.
El día que se sintió mejor, habló con la encargada.
—Necesito un lugar para trabajar, debo salir a buscarlo.
—¿Qué te parece si trabajas aquí, tendrás casa, comida y un monto que podrás ir ahorrando para encontrar un lugar mejor ¿Qué dices? ¿Aceptas? —interrogó, sin dejar de observarla y ella asintió feliz, se emocionó tanto que terminó dándole un abrazo a la mujer.
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