—¡Abofetéalos! —ordenó Leandro en voz baja.
Dragón Azul se acercó y la abofeteó con tanta fuerza que la derribó y la lanzó por los aires casi ocho metros. Le provocó profundos cortes en la piel y unos cuantos dientes manchados de sangre salieron de su boca. Sus gritos histéricos llenaron el aire como si la estuvieran masacrando.
Mateo se quedó atónito.
—N… No te atrevas a ponerme un dedo encima o llamaré a seguridad... —Se estremeció.
¡Paf! La bofetada del Dragón Azul llegó con fuerza y rapidez, lo que le hizo ver las estrellas. La sangre brotó como una fuente de su boca. Casi lo deja inconsciente.
»Por… por favor, no me mates… por favor, no me mates... —suplicó Mateo y se encogió. Su habitual comportamiento sagaz y mandón de cuando era el pez gordo del mundo corporativo había desaparecido. ¡Ahora estaba igual de impotente y desesperado que un animal atrapado!
—Quiero que te vayas de la casa antes de las ocho de la mañana —le ordenó Leandro—. O vivirás para arrepentirte por no haberme hecho caso. Esta es mi casa y no dejaré que nadie la manche ni la contamine —dijo con una chispa fría en los ojos.
La casa había sido la guarida de Mateo y sus hombres durante los últimos seis años. Leandro temía pensar qué clase de suciedad habían traído, lo cual era intolerable para alguien como él que tenía obsesión por la limpieza.
—¿Qué? —Mateo no podía creer lo que escuchaba. «¿Qué te hace pensar que te voy a devolver la casa, vándalo putrefacto? ¡Solo eres alguien que acaba de salir de la cárcel!».
Leandro se marchó poco después de haberle dado un último aviso.
Mientras tanto, Mateo no regresó a su casa, sino que fue junto con su secretaria directo a ver a Arnaldo, quien, ajeno a lo sucedido, se divertía en el club con una rubia a su izquierda y una morena a su derecha.
»¡Algo terrible ha sucedido, Sr. Gutiérrez! —gritó Mateo mientras entraba corriendo en el club—. ¡Es un desastre! —Le contó lo sucedido en la casa haciéndolo sonar peor de lo que en verdad fue—. Nadie más que usted puede ayudarme ahora, Sr. Gutiérrez. Mire lo mal que nos ha tratado Leandro —dijo con lástima.
En efecto, los rostros inflamados y los ojos hinchados de Mateo y Reina se parecían más a las caras de los cerdos que a las de los humanos, lo que hizo que Arnaldo montara en cólera al instante.
—Leandro, ¡hijo de p*ta! ¿Quién te crees que eres? ¿Cómo te atreves a golpear a mi subordinado? —Arnaldo apretó los dientes y estrelló una botella de cerveza contra el suelo. Luego, miró a Mateo con desdén—. ¡Qué pedazo de m*erda tan inútil eres! ¿Cómo has podido permitir que te pisoteara así?
—Sr. Gutiérrez, tiene a alguien con él que es un verdadero tipo duro. Incluso nos advirtió que nos mataría si no le entregábamos la casa mañana —se lamentó Mateo.
—¿Cuál es el problema? Es solo Leandro. Para mí no es más que un don nadie. Vamos a ver si tiene las agallas para hacerme daño cuando lleve a mis hombres a la casa mañana —dijo Arnaldo enfadado.
—Sería más seguro llevar más hombres con usted, Sr. Gutiérrez. Me temo que mañana los hombres de Leandro los superarán en número —le aconsejó Mateo.
—¿Ah sí? ¿Qué tal si llevo a Tomás conmigo? —Los ojos de Arnaldo brillaban con sed de sangre mientras hablaba.
—¡Eso sería jaque mate! Todo el mundo sabe de lo que es capaz Tomás. ¡Será pan comido para él! —dijo Mateo con renovada confianza.
Tomás era un notorio líder de pandilla en Colina del Norte, con varios cientos de hombres a su cargo conocidos por su brutalidad y salvajismo. Había manchado sus manos con la sangre de tantos enemigos que había perdido la cuenta del número exacto. Él había mantenido una buena relación con Arnaldo a lo largo de los años y le prestaba sus servicios cada vez que necesitaba ayuda en alguno de sus centros comerciales.
Lo único que Tomás tenía que hacer era enviar a sus hombres armados con hachas y cuchillos. Eso bastaría para asustar a cualquiera y hacer que se orinara en los pantalones.
Mientras tanto, Zamira volvió a casa después de un largo día y Leandro no estaba allí.
—Mamá, papá, ¿dónde está Leandro?
—No tengo ni idea. —Aarón se encogió de hombros sin siquiera levantar la vista—. ¿Quizás fue a buscar trabajo?
—Déjame llamarlo. —Ella estaba a punto de hacer la llamada cuando Aarón la detuvo.
—Deberías centrarte en tu carrera en lugar de perder el tiempo con él, Zamira —le aconsejó su padre—. Solo sería una distracción para ti si se queda todo el tiempo en la casa.
—¿Qué quieres decir con eso, papá? —Zamira miró incrédula a su padre.
—Es cierto, Zamira. ¿No ves que estás preparada para algo grande? Ahora no están en el mismo nivel y no debes dejar que manche tu nombre —intervino Catalina.
—Papá, mamá, ¿cómo pueden decir algo así? Saben que, de no haber sido por Leandro que me dio la invitación al banquete, ni siquiera hubiera tenido una oportunidad. Fue él quien me ayudó a conseguir el proyecto —los reprendió Zamira por ser desagradecidos.
—Sé que desempeñó un papel en este proyecto —asintió Aarón—, pero al final te contrataron por tu capacidad y tus referencias. No tiene nada que ver con él.
—Leandro podría aconsejarme. No tengo dudas sobre su capacidad.
—¿Así que vas a dejar que se aferre a ti como un parásito para que te aconseje? De ninguna manera lo vamos a dejar quedarse contigo, a menos que eleve su estatus para estar a tu altura —gruñó Aarón.
—¡Sí, eso es muy cierto! Nunca lo aceptaremos si se queda en su condición actual —asintió Catalina.
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