El Alpha Millonario © romance Capítulo 10

Capítulo nueve

—Sara—escucho una voz a lo lejos—Sara, levántate son las seis y a las siete tenemos que estar en los estacionamientos—siento algo caliente encima mío y abro los ojos de par en par.

—Paola, por favor, yo soy rápida para bañarme y alistarme, entra tu primero—la tiro al otro lado de la cama y me volteo dándole la espalda tapándome de pies a cabeza con la colcha.

—Está bien, pero será tu culpa si luego nos... —su voz se va apagando poco a poco, espero que terminé la oración y lo que escucho son ronquidos y una respiración fuerte.

Me destapo y salgo de la cama, entro al baño y me subo el pantalón para no mojarlo con el agua, abro el grifo y lleno el platito donde se pone el jabón.

Corro hacia ella—Paola, Paolita—digo bajo en su oído—bueno, ya que no te quieres levantar tocará hacerlo.

Se estira —¿Qué me tocará? —le tiro el agua en la cara y salgo riendo como una loca maniática.

Siempre quise hacer esto.

No sé qué me paso ayer. Hablando cosas triviales en la noche con ella pude deducir que es una buena persona, pero no sé qué le paso a mi fortaleza que ahora hasta tengo la confianza para hacer eso.

Creo que fue la emoción.

—Me vengaré —su rostro toma una expresión diabólica y sale de la cama para entrar al baño.

Arreglo mi cama y busco mi bolsa, pero rápidamente me acuerdo de que no tire nada por andar apurada.

Solo un montón de cuadernos.

O sea que mi ropa es solo lo que me puse ayer.

No hay más nada.

Alzo la mirada y veo a Paola salir con una toalla en la cabeza y otra atada en su cuerpo. A penas me ve para de caminar.

—¿Qué pasa? —niego—Oye, si vamos a ser compañeras debemos tener comunicación.

Suspiro —No tengo nada que ponerme—quito la mirada de su rostro.

Esto es algo vergonzoso.

Ella sonríe —Sara, ¿Solo es eso? —la vuelvo a mirar y asiento—Tú no te preocupes, ahora entra ahí —camina hacia mí y me levanta —al baño y báñate —me empuja y antes de que pueda protestar cierra la puerta dejándome con la palabra en la boca.

Me despojo de la ropa y tomo un baño medio largo, cepillo mis dientes y salgo envuelta en la única toalla que me ha dejado Paola.

La busco con la mirada y la veo frente al espejo con un conjunto espectacular. Una camisa blanca, un pantalón jean oscuro y unos zapatitos bajos de color crema, un sombrero negro redondo y una cartera de lado color negra—Sé que estoy hermosa, pero ya deja de mirarme así, me incómoda.

Sonrío—¿Así como? —voy a mi cama para recoger las toallas mojadas que dejó tiradas.

—Así, raro.

Niego sonriendo—¿Y bien? ¿Para qué me hiciste bañarme? —pongo mis manos en forma de jarra.

—Pues tú y yo creo que somos de tallas idénticas—agarra una bola de ropa que está en su cama—esta camisa blanca junto con estos jeans de tiro alto y —alza el dedo índice—estas zapatillas blancas le van bien—me las tiende—ahora vístete.

La miro fijamente. ¿Ella no pensará que me cambiaré en frente suyo?

¿O sí?

—¿Qué?

¿Es que no entiende con la mirada? —Eh, necesito ponerme la ropa.

—Ah, por eso. No te preocupes, somos mujeres, no tienes de que avergonzarte—doy dos pasos hacia atrás con cizaña—está bien, me daré vuelta—gira hacia la puerta y doy media vuelta para ponerme la ropa interior, dejo caer la toalla y escucho un sonoro silbido de su parte—tienes tus atributos—me tiro a la cama para tapar mi cuerpo y esconder mi cara roja—Ay, ya deja la pena, somos mujeres y a ambas nos gustan los hombres así que muévete, solo falta media hora para bajar —camina hacia la salida —no te demores, luna—abre la puerta.

—Yo no me llamo luna —hace un amago de saludo y cierra la puerta detrás de ella.

Que cosas más raras la de esta loca.

Salgo de la cama, agarro la camisa blanca, los pantalones y me los pongo. Me sacudo notando aire colarse por la ropa y junto mis cejas. Estoy flotando en ropa gigante.

Voy hacia la cama y me pongo las zapatillas, me miro de arriba a bajo y corro al espejo, agarro un cepillo y acomodo mi alborotado cabello.

Lista.

Salgo de la habitación con mi mochila y me debato en bajar por el ascensor o las escaleras. Debo admitir que si uso el ascensor llegaré más rápido que bajar desde el último piso por las escaleras. Toco el botón de subida en el elevador, este se enciende y llega, ya dentro toco el último botón donde impreso en cursiva están las letras PB.

Siento de nuevo el cosquilleo en mi estómago cuando las puertas se cierran y este baja a toda velocidad, abro mis ojos y salgo, busco a los demás y los encuentro justo en el mismo lugar que el día de ayer junto al señor Santiago con una sonrisa radiante.

—Buenos días, chicos. Estando todos aquí, así como llegamos ayer así mismo iremos nuevamente —da unas señales con las manos y todos empiezan a entrar al hiace y yo aquí pensando que hacer con mi vida, porque no veo a la prado de ayer—Señorita Sara—doy vuelta —disculpe, usted llegará algo tarde ya que el chofer no ha llegado—asiento y me aparto un poco del transporte —si quiere su compañera de cuarto puede acompañarla.

—Sí, sí quiero—escucho la voz de Paola al final del carro.

Sonrío—Claro, si ella así lo desea—abren la puerta y sale con toda su gloria abanicando su cara con sus manos —¿Estás bien? —aguanto una risa y me observa no muy contenta.

—Me acaban de informar que la prado ya está llegando, nosotros ya vamos saliendo, adiós —el profesor entra en el Hiace y este pone marcha a su destino.

Mi vista vuelve a una Paola muy agitada por la calor —¿Por qué estás así? —pregunto y cruzo las manos.

Suspira —Tengo mucho calor y eso no me hace bien, el aire acondicionado de ese transporte es un asco y un montón de chiquillos con olores distintos se mezclan, es lo peor —ruedo mis ojos.

—Eres una chica fresa —susurro.

—¿Que has dicho? —posa una mano en su pecho luciendo indignada.

Sonrío, está loca.

La camioneta llega y entramos, nos abrochamos los cinturones y veo por el retrovisor al chófer —Buenos días —digo y este solo se limita mirarme a través del retrovisor.

¿Me huele mal la boca?

Hago una mueca y me limito a mirar por la ventana como la gente va y viene con el afán de la vida, entre tantas cosas. Doblamos y sé que estamos cerca de Dhall Holding cuando hasta la calle huele a lavanda.

El ascensor se detiene, salimos y visualizo el mismo lugar de ayer con Don Ricachón. El profesor me guía por el mismo pasillo y me hace pasar a la sala de descanso —Esta es la...

Lo interrumpo —Sala de descanso —doy una sonrisa de boca cerrada y me siento en uno de los sillones disponibles.

—No. Esta es solo para empleados, usted debe entrar por aquella puerta y esperar su comida—me levanto dudosa de sus palabras y voy hacia la sala de Ricky Ricón.

Entro y su olor me pega en la nariz lo que me dice que él ya estuvo aquí. Tomo asiento en uno de los sillones a esperar y todo me parece tan bonito, ahora que digo bonito no he hablado con Elizabeth, creo que después la llamaré.

Miró las paredes vacías y jorobo mi cuerpo.

Esto es tan aburrido y no hay nada con que jugar excepto por la silla giratoria que hay detrás del escritorio.

Hazlo.-

No.*

Hazlo, hazlo, hazlo.-

Ya te dije que no.*

Vamos solo un poquito y ya.-

No.*

Viste, no seas dura contigo misma.-

Ash, no.*

Cruel, fría.-

Solo una vuelta.*

Me levanto corriendo y tiro mi cuerpo en la tan acolchonada silla, aspiro profundo y me doy cuenta que hasta esto huele a él. Sin importar que tan pequeño mi cuerpo se siente en la enorme silla de oficina, la corro un poco para atrás, y empiezo a dar vueltas.

Vueltas y más vueltas.

Esto es fenomenal.

Mi vista localiza en una de las vueltas a dos siluetas, una cruzada de brazos, la otra con algo en las manos y detengo la silla de espaldas. No quiero pararme, porque sé que se me pondrán rojas las mejillas.

Me siento como una niña cuando se come un chocolate y la descubren.

—Sara, el profesor Santiago trae tu comida—me pongo de pie con mi cara de tomate a medio dañar, mirando al piso llego a la puerta y agarro la bolsa del ¿McDonald's?

Eso no es almuerzo.

Me volteo y camino de vuelta al sillón, un gruñido retumba por la sala y me encojo más de lo que ya estoy, tomo asiento y escucho el cerrar de la puerta, y, cuando creo que se han marchado los dos, veo a Wade sentarse en el escritorio y mirarme fijamente.

¡No me dejará comer!

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