Capítulo catorce
—Niña, te toca cambiarte de pantalón —¿eh? —así son las reglas. Te tocan, te cambias —abro mis ojos como platos —Ve a cambiarte.
Esto no está bien, nada bien.
Camino hasta llegar donde la morena. Gira su cuerpo en mi dirección y tapa su boca con las manos —Dios, creí que no te tocarían.
—¿Ahora qué hago? —me jorobo y cruzo mis brazos.
—Debes cambiarte al pantalón corto, son reglas de aquí —menea su cabello —no te preocupes, te protegeré —me empuja directo al baño del personal autorizado —ahí puedes encontrar uno de tu talla —cierra la puerta antes de que pueda reprochar y suspiro resignada.
Tomo el primero que veo y quito mi pantalón largo, subo el corto por mis piernas largas hasta sentirlo encajado en mí. El frío se apodera de mi cuerpo y me recuesto contra la pared.
¿Esto es en serio?
—¿Hay alguien ahí? —tocan la puerta —necesito cambiarme —recojo mi pantalón y lo dejo en la encimera del lavamanos.
—Ya va—escaneo mi escuálido cuerpo frente al espejo. Ya no queda nada que hacer, tengo que salir. Tomo el pomo de la puerta y la abro con lentitud —listo.
Alzó la mirada y por un momento en mi vida desearía que me tragara la tierra.
Siento unos brazos rodearme por la cintura y mis ojos rápidamente viajan a la morena —Si alguien te toca fuera de lo normal solo grita Aruna y listo, ahí estaremos todas —me guiña y la pierdo de vista en un instante.
Me encaminó a la barra y bajo un poco mi pantalón —¿Y el trago?
—Ya lo llevaron, pero puedes ir a dejar este a la mesa de la esquina —suspiro. No tengo más remedio. Mis manos temblorosas y resbaladizas toman el vaso de vidrio, mis piernas se vuelven rígidas cada vez que doy un paso, las miradas de los demás yacen en mí y un tremendo escalofrío recorre mi espina dorsal cuando veo al tipo—Aquí está su trago —asiente y alza la mano indicando que me retire. Coloco mi mano en el pecho y trato de calmar mi acelerado corazón.
¿Por qué late tan rápido?
Mi vista se desvía hacia Paola y el intento de arreglo que hace para que la cámara no se note es muy curioso —Señorita, ¿podría traernos dos Martini?
—A la orden —junto mis cejas. Eso salió natural. Camino a la barra y me encuentro con otra chica.
Sonríe coqueta —¿Qué deseas? nena —me observa de pies a cabeza y muerde su labio.
¿Es normal eso?
Sonrío nerviosa —Dos Martini.
—Como digas, muñeca—giña y se gira dándome la espalda —aquí están—vuelve a mirarme y nuevamente me siento cohibida. Trago grueso y salgo corriendo.
¿Acaso todo en este lugar es loco?
Dejo los Martini en la mesa —me retiro.
—Gracias nena, bonitas piernas —freno de golpe—tal vez, cuando salgas...
—Lo siento, pero si no quiere terminar muerto no diga cosas sin sentido —sigo caminando.
Eso fue lo máximo. Nunca te había escuchado decir algo tan amenazador.*
Ya cállate.-
...
Miro la hora en el reloj de pared —Deberíamos cerrar —Aruna se posiciona a mi lado —¿Tú qué opinas, Sara?
—No lo sé, el bar no es mío —agarro un trapo y limpio la mesa vacía a mi lado.
—Que piel tan suave, muñeca—achico mis ojos y jalo mi brazo —tranquila no te voy a comer, al menos no aún —Anastasia murmura por lo bajo.
Resulta ser que el bar tender se llama Anastasia, es homosexual y se hace pasar por un tal Rodolfo.
Suspiro y me asiento en un banco —Porque mejor no dejan entrar a nadie más y esperan que los presentes salgan para cerrar, es descortés echarles —recuesto mi cabeza a la barra y Anastasia comienza a acariciarme otra vez.
Supongo que ya no importa, estoy agotada.
Miro al frente y veo al tipo de la esquina todavía en el bar, ¿acaso no se ha cansado de tomar? Una de las chicas se acerca a él y regresa con una mirada de querer asesinar a alguien.
Le comenta algo a la morena por lo bajo y ella asiente —Bien, ya vamos a cerrar el bar —las chicas empiezan a sacar a los tipos que quedan y cierran las puertas, pero lo más curioso es que no sacan al de la esquina, a Paola y su otro tipo.
Reflejo mi mirada en él.
¿Será el jefe?
—Ya pueden retirarse —da la orden y me levanto del banco, pero rápidamente ella interpone su brazo en mi camino —Tú te quedas
—¿cómo? —El jefe quiere que lo atiendas y órdenes son órdenes — sale de mi campo de visión.
Las luces bajan lentamente, el ambiente se torna de aires ligeros, pero tensos al mismo tiempo. Observo en su dirección y camino hasta llegar a él. Sin apartar la vista, su olor, su fragancia me pega de lleno y hago un esfuerzo para no aspirar fuerte.
Relajo mis brazos y normalizo mi respirar, veo su indescifrable rostro medio borroso, un cabello peinado que se ve tan suave que dan ganas de tocarlo, sus musculosos brazos abajo de esa pegada camisa blanca.
Suelto un leve quejido y muevo mis caderas disfrutando de lo rico que se siente esa prominente cosa entre mis piernas. Gruñe por lo bajo —No hagas eso, no sabes lo que desatas si lo haces —busco sus labios nuevamente como una necesitada por la lejanía entre nosotros, mis manos viajan a la parte trasera de su cabello para jalarlo un poco y cuando creo que responderá él se detiene —Aléjate de mí, yo no soy bueno para ti— su voz se escucha en un susurro mientras me acorrala en la esquina del bar.
—Dame una razón para hacerlo —lo miro fijamente a los ojos tratando de descifrar su mensaje y de repente sus ojos se tornan amarillos.
¡Pero qué!
Me hago una bolita en la esquina mirando esos ojos brillantes hasta que desaparecen, Wade retrocede dejándome con una sensación de vacío en mi cuerpo y trato de tomar su mano, pero él agarra su saco y sale del lugar dejándome completamente sola.
Las lágrimas no tardan en aparecer y como una fuerte chica me las limpio.
Ese tonto. Es obvio que solo se quería aprovechar de la situación y dejarme en ridículo.
Me levanto y voy hacia atrás donde empiezo a recoger todo para irme lo más rápido que puedo del lugar, al fondo veo a Aruna sentada pensando y la saludo de paso.
—Espera —giro para comprobar que ha sido ella.
¿Quién más va a ser?, duh.-
Apareces en buen momento.*
Sí, siempre.-
Más ahora apareces, ahorita estoy a punto de hablar, adiós.*
—Quería saber si eres la novia del jefe o algo así —pregunta directamente y doy dos pasos hacia atrás —¿eres novia del jefe Wade?
Suspiro —No—tomo el pomo de la puerta para salir.
Sus manos me detienen —¿Segura? —asiento y salgo del lugar, voy a la prado, entro y a la primera que veo es a Paola con una laptop.
—¿Qué sucedió ahí adentro? —miro la pantalla donde me veo con el pantalón largo —está bien si no me lo quieres contar —cierra el computador y sus ojos escudriñan los míos —al menos vamos a comer y olvidar el día de hoy.
—¿Con qué dinero? Paola —ella mete la mano en su cartera y saca una tarjeta —si es con eso, entonces sí.
Sonrió —¿Pizza será?
Asiento falsamente —Pizza es— y nos ponemos en marcha hacia la pizzería más cercana.
En el camino mi mente no puede evitar sumergirse en aquella escena tan peculiar, en las cosas que hicimos, pero sobre todo en donde hablaba de que él no era bueno para mí.
A la mente se me vienen esos ojos y deshago la imagen por completo.
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