El Alpha Millonario © romance Capítulo 17

Capítulo dieciséis

Los primeros rayos del sol se cuelan por la ventana poniéndome los ojos rojos. Abro mis párpados y mi estómago ruge como si tuviera vida propia.

Me levanto y estiro mi cuerpo disfrutado por tal descanso, pero con una ardorosa garganta, veo en la mesa del lado derecho de la cama la bandeja con el desayuno. Al lado de este un vaso de agua junto con una deliciosa medicina que me hace tomar nana cuando he tomado mucho.

Que se note el sarcasmo.

Una medicina a base de cebolla morada, ajo, remolacha, miel, limón, jengibre y agua, todo eso va licuado hasta dejar un espesor y así estará perfecta para el resfriado, garganta, dolor de cabeza y todo lo que puedas tener en el cuerpo.

Aunque somos lobos y nos curamos rápido esto es como para estar bien y activados en cinco minutos. Agarro la cuchara con la que me comeré las zanahorias y tiro una razonable cantidad.

Todo sea por estar bien.

Meto la cuchara a mi boca y trago sin probar.

Esto sabe horrible.

Ya satisfecho por mi logro, agarro la cuchara, la pongo en la bandeja y veo entrar a nana negando.

—Quien lo diría, tú eres el Alpha y le tienes miedo a tomarte una simple medicina —agarra la cuchara sucia y me tiende una limpia.

Tomo la bandeja y me voy hasta el sillón —No es eso, es que sabe asqueroso —doy la primera cucharada a mi plato.

—Debiste haberte acostumbrado, ya estás grande y esto lo llevas tomando cuando estabas malo o herido —recoge la toalla mal tirada en la canasta y la devuelve donde debe estar.

—Lo sé, pero es que aún así sabe horrible —me señala con su dedo índice acusador.

—Ya eres un hombre y debes madurar.

Dejo mi desayuno a un lado para tomar del jugo de naranja —He madurado, mucho a mi parecer, pero contigo que me has cuidado desde que nací no me importa lo vulnerable que me vea, siempre seré tu niño.

Sonríe —un niño muy feo —agarra la canasta y la pone en su cintura —Ahora, niño feo, a salir a trabajar que se te hace tarde —miro el reloj en mi muñeca y efectivamente son las siete —A bañarte—sale de mi cuarto.

Me levanto del sillón y camino al baño para tomar una ducha y marcar un poco la barba de escasos días.

A medio cepillar me detengo a pensar en Sara.

¿Cómo estará ella hoy?

Es su último día y estoy deseando esperar los resultados por Sofía, quiero ese día con ella.

Termino de asearme y salgo con una toalla atada a las caderas. Hoy es doble trabajo, anoche cuando finalmente me estaba durmiendo sonó el teléfono de la casa y como nana estaba dormida y Matías no estaba, fui yo a abrir la llamada y resulta que mi hermanita quiere que cuide a Arturo mi nuevo sobrino porque ella y su marido se irán de vacaciones.

¿Que linda no?

Acepté ya que no tenía nada que hacer y porque de igual forma le vale que yo tenga mil cosas que hacer.

Tengo que hacer de niñero.

Voy a mi armario y busco algo tanto formal e informal para la ocasión. Saco algo y en un momento ya estoy vestido y perfumado. Los hombres no tenemos que hacer tanto esfuerzo como las mujeres. Salgo de mi cuarto y en un minuto estoy abajo saliendo por la puerta de la casa caminando directo a la Range Rover.

La seguridad con un niño es primero.

Prendo el auto y saco el celular todo dañado.

Cierto, tengo que comprar otro.

Llego a la entrada de la manada y desde ya puedo ver a mi hermana con Arturo en sus brazos, detengo el auto y dejo que ella instale el asiento de seguridad.

—Dale leche cada tres horas y dejará de llorar, trátalo bien y no te soltará, cuida bien a mi hijo o te juro que cuando llego de mis merecidas vacaciones te mato— alzo una ceja. Definitivamente le pondré Voldemort de apodo.

Ruedo los ojos —¿Y por qué no se lo dejaste a madre? —se pega en la frente.

—Mamá está ocupada con esto de revisar manada por manada, que tantos mates hay y papá por lo de los Alphas, ¿no te acuerdas?

¿Por qué tengo que ser yo el más disponible para ella ahora?

—Luego me lo pagarás.

—Lo que sea. Ahora, ya, andando —me fijo que todo este bien por el retrovisor y efectivamente cuando ella cierra la puerta arranco —Bebé, hoy seremos tú y yo.

Veo el mercedes Benz de Matías salir de la casa de Elizabeth para ir en dirección opuesta a la mía, cuando me ve frena y baja la ventana.

—Tenías razón —agarra la mano de Elizabeth —Te haré caso más seguido, porque das buenos consejos, ¿desde cuándo te volviste más sabio? —me encojo de hombros.

—Desde siempre. Tú no me hace caso en tus cosas personales —ruedo los ojos—Ya me tengo que ir, voy llegando tarde y sabes que es importante que el Alpha esté atento a todo —damos marcha a los autos en direcciones contrarias.

Que calor.

Si yo estoy así, ni siquiera me quiero imaginar a alguien allá atrás. Me detengo en el semáforo y veo como Arturo juega con sus manos.

¿Tendrá hambre?

Conduzco hasta cafetería de siempre. Necesito comprarle algo. Hay que dar la impresión de ser buen tío. Apago el auto y bajo con él en mis brazos —Vamos a comprar el café de tío y unas donitas para ti.

Camino a la cafetería y el hecho de nada más entrar ya todos nos están mirando. Ignoro todo tipo de vistas hasta llagar a la caja —Que bonito hijo, igualito al padre, ¿qué desea ordenar, señor? —mira mis ojos sin parpadear.

Las sirenas son raras.

—¿De cuánto estamos hablando numéricamente en ganancias?

—Un setenta por ciento de los cuales treinta serán para ustedes y cuarenta para mí momentáneamente.

—Es demasiado —justo en el clavo.

Apoyo mis brazos en la mesa —Puedo comprarla si no están dispuestos a menos.

—Números.

Suspiro —¿Que les parece cien mil?

Se miran entre sí —Hecho, dentro de una semana volveremos con los papeles —asiento en respuesta, las puertas de la sala se abren y veo como cada uno sale con porte de elegancia.

Son tan tontos.

El negocio de la vida es solo para emprendedores, no para gente que regala su empresa. Siempre les va a ir mal.

Salgo de la sala y lo primero que veo es a Sofía —¿mi iPhone? —miro mi reloj.

Once y quince.

Ya debería estar en la sala de premiados.

Camino al ascensor y veo a Andrews señalar la sala de descanso—¿qué pasa? —junto mis cejas.

—Señor, su iPhone ya lo mandé a buscar, estará aquí a las doce y a las una de la tarde se lo entrego ya listo— camino a la sala de descanso donde encuentro a un Arturo lleno de chocolate.

Cierto, Arturo.

—Sofía, encárgate del niño —regresó al ascensor—Cómprale ropa nueva y leche, lo bañas y vistes de limpio —las puertas del elevador se cierran y descendemos rápidamente al tercer piso.

—Señor, los papeles del joven Gregorio—los tomo y salgo a pasos agigantados.

Como un loco y desesperado por su ser llego a la sala, mis ojos instintivamente la ven y su mirada fulminante cae sobre mí. Trago grueso, llego a mi lugar y escucho con atención los resultados obvios —Bien, ya nos dejaremos de rodeos y pasaremos la tensión. El tercer lugar es Lea con 92 puntos por su valentía en saltar desde un avión—escucho los aplausos mientras yo estudio al tal Gregorio. Alzó mis cejas y sonrío. Él tiene un gemelo, vaya dato curioso —en segundo lugar, tenemos a Sara con 95 puntos por enfrentar con coraje su mayor miedo: el atender en un bar y pasársela bien aún con muchos insultos y tipos sin ninguna vergüenza —busco su mirada, pero ni siquiera alza la cabeza para decir algo. Sus manos están a los lados de su cabeza y sus ojos están cerrados —y como primer lugar tenemos a Gregorio por enfrentar su fobia a las arañas.

Las personas del auditorio se levantan y aplauden, ella aprieta sus manos y junto mis cejas.

¿Qué tiene?

Santiago parece notar mi angustia y rápidamente llega hasta ella —Señorita Sara, ¿se encuentra bien? No la noto alegre —levanta su rostro y por primera vez sus ojos cansados chocan con los míos, la sensación de posesividad y protección me invaden y aprieto mis manos a los costados al ver rastros de morados en sus brazos.

¿Qué estúpido demonio le causo esto a mi chica y dónde estaba Paola para impedirlo?

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