Capítulo diecinueve
Veo las fotos de cientos de mujeres y hombres con un solo apellido por herencia.
«Dhall»
Esto no significa nada para mí.
Cambio de páginas velozmente hasta que llegó a la última donde hay un señor parecido a Wade. Sus ojos, su cabello, su rostro, todo, está plasmado en papel.
Observo la mirada del tipo: seductora, pero dura y fría.
--Fernando Dhall.
Bajo su biografía y me detengo a leer con suma atención.
--Es el ex Alpha de la manada Black day. Con su luna, Serafina Monterrey de Dhall gobernó por quinientos años.
Sus hijos son dos:
Emilie Dhall con doscientos treinta y dos años. Su mate es el Alpha de la manada Light Moon, Isaac Qyoren, y su hijo Arturo Qyoren Dhall.
Veo a Arturo tan tranquilo en la cama que dudo lo que estoy leyendo. Sinceramente él no puede ser lo que un libro dice.
--Y el hijo del ex Alpha Fernando Dhall, ahora, Alpha de Black day es: Wade Dhall.
Mi corazón repiquetea una y otra vez tratando de salir de mi pecho.
Este libro es una mentira.
Cierto.
Sonrío. Esto no puede ser verdad, ellos son humanos tal y como los otros y yo.
Sí, eso.
Esto es una mentira.
Sin embargo... Abro el libro que había cerrado inconscientemente y voy hasta la última página donde efectivamente encuentro una fotografía de él en primer plano.
Trago grueso y empiezo a leer en voz baja para mi misma.
--Wade Dhall
Nació en épocas de guerra.
Es uno de los alphas más viejos por gobernar una manada desde tan corta edad por su padre desaparecido, sin un líder la manada se perdería lo cuál la luna Serafina de Dhall lo ascendió al puesto de Alpha. Luego de búsquedas para encontrar a su padre finalmente lo encontró en manos del enemigo y se desató la segunda guerra.
Se convirtió en un gran empresario gracias a las acciones de su padre en pequeñas empresas lo que él decidió invertir el todo por el todo en una empresa de tecnología y logró salir a flote ahora con firmas y consorcios internacionales.
Aunque el Alpha lo ha tenido todo en su extensa vida, le faltaba algo y ese algo era su luna, pero dado a las circunstancias presentes se podría decir que ya encontró a su mitad llamada así:
Sara Poezyn
Por mi cuerpo recorre cierto frío y todos los pelitos se me erizan. El instinto de supervivencia se adueña de mi corazón y lo único que quiero hacer ahorita mismo es salir corriendo.
Voy a la primera página y leo con detenimiento las características de un hombre lobo.
Su físico,
Su temperatura,
Su falta de edad,
Su cambio de color de ojos.
No cabe duda de que el color de sus ojos cambia todo el tiempo, su físico es excelente, su falta de edad es notoria, para tener veinticuatro se ve de diecinueve, no tiene ojeras, es perfecto a la vista de las demás personas y su temperatura, todavía no la sé.
Suspiro. Tendré que averiguarlo.
Además, quién me asegura que lo que tengo en mis manos no es una falsedad.
Escucho pasos prominentes del pasillo y cierro el libro abruptamente, lo tiro debajo de la cama y alzo mi vista antes de que la puerta sea abierta.
—Pensé que estarías dormida —cierra detrás de él y se me queda mirando con unas ropas en sus manos —¿De dónde sacaste eso?
Lo observo fijamente —De uno de los cuartos de esta fila, es rosado chillón —camina hacia una puerta y la abre para dejar la ropa que trae.
—Esa ropa es de mi hermana— se rasca la nariz y pone sus brazos en jarras —Da igual, ella ya no vive aquí— se encoge de hombros.
Inmediato recuerdo lo que en el libro decía.
Emilie Dhall.
Quito eso de mi mente y lo miro esperando otra reacción de su parte —¿Qué te pasa? te noto extraña.
¿Qué le digo?-
Tal vez la verdad.*
¿Que verdad?]
De nuevo esa voz.-
¿No te agrada?]
No, sal de mi cabeza.-
Rápidamente me excuso con lo que primero se me viene a la mente:
Sueño.
—Lo que pasa es que tengo sueño— estiro mis brazos hacia arriba y bostezo —¿Dónde dormiré? —mis ojos están en un van y ven por tal mentira.
Ni que fuera la gran mentira.
—Espera a que me bañe y me cambie para irte a dejar —se da la vuelta para quedar al frente de la puerta donde guardó la ropa que cargaba en la mano.
Me levanto —No es ne...
Mis ojos viajan a través de su ancha espalda con algunos lunares en lugares correctos.
Es tan sexy.
Se da la vuelta y sus ojos me escanean de arriba a abajo, se detiene en mi rostro y siento como todo ese líquido rojizo que recorre el interior de mi cuerpo se detiene en mis mejillas e invade toda mi cara en un segundo. Me acuesto en la cama y tapo mi cara con una almohada.
¿Cómo es posible que este sonrojada?
Escucho una pequeña risita de su parte y camina al baño. Me dejó caer en la cama con todo mi peso verdadero y le paso un brazo a Arturo por encima.
Ya poco me importa que me vea dormida aquí.
Cierro mis ojos y doy largos suspiros hasta caer en los brazos de morfeo.
—Sara, levántate —grita Elizabeth en mi oído y me tapo con la almohada gracias la luz que entra por el ventanal y me llega a la cara.
No respetan el sueño de los demás.
Unos vagos recuerdos llegan a mi mente y en un salto estoy de pie. Tomo mi cabeza entre mis manos y me asiento por el fuerte mareo —Eso te pasa por brusca, niña terca —miro otra vez donde estoy y hago una mueca.
Nunca he sido fanática del rosado.
—Elizabeth, ¿cómo llegué aquí? —ella me levanta de la cama y me empuja afuera del cuarto chillón—Te pregunté algo, respóndeme, madre.
—Deja de llamarme así, y pues tu caminaste sonámbula anoche hasta aquí, ¿no te acuerdas? —niego.
—Da igual... Dios, ¿piensas que hice bien en regresar con Matías?
Sonrío —Lo que tú decidas está bien, Elizabeth, no dejes que el pasado te atormente y ya deja de preguntarme y haz tu vida cometiendo errores que de eso se trata esto—camino hacia ella y la abrazo—Ahora, ¿para qué me llamaste? —me tiro en la cama gigantesca de frente y inspiro el olor característico a mi mamá.
—Wade está en la empresa, el mando a buscar tus cosas y ya están aquí y también dijo que te prepararas, que irás al hospital con él —en mi cara se dibuja una inmensa sonrisa.
Volteo —¿en serio dijo eso? —asiente, me levanto —¿Elizabeth dónde está el baño? —me muevo de un lado a otro con felicidad.
—A tu izquierda, al fondo—me voy despojando de todo —Búscame ropa, Elizabeth, no te quedes parada ahí —digo abriendo la puerta del baño.
—Te la dejaré al pie de la cama y luego de eso bajas a comer —doy pulgar arriba y me meto a bañar.
Salgo del baño y me pongo lo que ella dejó para mí al pie de la cama, ya lista bajo las escaleras sin fin y encuentro a mi profesor de física muy acaramelado con mi madre.
—Buenos días, señores —él voltea y pasa un brazo por la cintura de mamá.
—Buenos días, felicidades por ganar el concurso —lo miro extrañada —En el instituto la periodista lo sabe todo y no dudo en publicar la historia. Eres viral —abro los ojos como platos y salgo corriendo escaleras arriba.
Ojalá que no, ojalá que no, ojalá que NO.
Entro al cuarto de Matías y mamá y busco mi maleta a un costado de la cama, saco mi teléfono y lo prendo.
Una luz tintineante parpadea la pantalla.
Genial, batería baja.
—Es viejo y por eso mismo te pregunte si querías uno, yo te lo compraré y no lo tomes a mal antes de que pienses, es solo que ese teléfono está obsoleto.
—Eso puede que sea verdad, pero igual no, gracias por la oferta.
En el carro se instala un silencio sepulcral hasta que a lo lejos puedo ver un enorme hospital llamado «San José»
Llegamos.
Wade mira donde nos podemos estacionar y aparca, sin que me lo dijese quito mis cosas rápido y salgo a explorar el panorama.
—Llegamos. Luego de esto te llevaré a comer—cierra el automóvil y me da la mano. Es la hora de comprobar su temperatura.
Me concentro en sentir su calor y suelto su brazo abruptamente cuando siento lo caliente que está.
Con razón sudaba el día que lo conocí por primera vez, no era yo y mis manos sudorosas, sino él y su alta temperatura.
Junta sus cejas —¿Qué pasa? ¿no lo quieres hacer?
Vamos, Sara, piensa.
—Lo que pasa es que me entro un mareo —digo lento y calmado para que me crea.
—Si quieres te llevo a que te hagan una consulta en medicina general —niego —¿segura?
Asiento y trago grueso —No es nada, no te preocupes.
Ahora que se que tiene una temperatura relativamente alta no puedo decir con seguridad que, si lo es, pero y si el libro es de mentira, y si solo era un truco de alguien para asustarme.
Me agarra de la mano delicadamente —Vamos—siento otra vez ese escalofrío y su calor, su aroma me hacen enloquecer internamente.
Por qué, por qué, por qué con el señor millonario.
Ya adentro en la última planta donde solo familias lloran silenciosamente por la pérdida de personas, observo a cada uno y como estos se me quedan mirando junto a Wade con ojos de desamparados.
Tal vez esto sea lo más difícil del trabajo.
Aprieto la mano de Wade y este me regresa el apretón de vuelta —Buenas, estamos aquí para ver como se realiza la autopsia —dice él y la enfermera alza su mirada neutra.
—Vengan conmigo, por favor —nos lleva a través de los largos pasillos hasta un cuarto solitario —antes de entrar tienen que adecuarse para evitar entrar o salir con alguna bacteria o un virus pueda estar presente en la sala —damos una señal y rápidamente nos cambiamos.
—Pueden dejar la ropa y accesorios aquí por mientras —nos señala un estante y coloco mis cosas en el.
Salimos detrás de ella hasta ver al fondo un cartel donde está la palabra en grande escrito: Morgue.
Me entra un escalofrío que rápido remplazo por una sonrisa.
Estaré viendo cada uno de los procesos de el mismo.
—Sara, si tienes frío me dices —en cuanto pasamos por las puertas todo se escucha tan silencioso. Inspecciono el lugar con la vista hasta que vuelvo a escuchar a la enfermera.
—Desde aquí entraran y miraran desde una perspectiva alta y la señorita podrá preguntar lo que deseé a los expertos — se da media vuelta y se retira.
Miro a Ricky Ricón y él a mí —¿Con miedo niño fresa? —da una sonrisa.
—No, no es mi primera vez viendo un muerto.
Parpadeo varias veces y decido entrar para empezar a ver todos los procesos internos y externos que los médicos forenses tienen que hacer junto a su ayudante.
Luego de cuatro cortas horas puedo decir que salgo del hospital con la sonrisa más grande del mundo.
—¿Quieres... —mira su reloj en la mano derecha —almorzar? —asiento aún con mi sonrisa. Llegamos al auto y ni siquiera le presto atención a mi al rededor, solo a lo estupendo que se sintió estar ahí —me alegra que estés feliz—volteo donde él y lo veo sonreír —tu sonrisa no se ve todos los días.
— ¿Cómo sabes eso?
Guarda silencio —Andrews me dice —pongo mi mejor cara de confusión —o sea el señor Pedro.
—¿Pedro? —el entra a un centro comercial medio vacío y parquea el auto.
—Se llama así, su apellido es Andrews.
Muerdo mis labios y caminamos hasta un restaurante.
Esto me trae vagos recuerdos de lo que pasó en el anterior.
Los restaurantes no son mi fuerte. Nos sentamos en una silla para dos frente al centro comercial mirando a la gente comprar, él pide todo lo que vamos a comer y sin decir más se instala un silencio sepulcral entre nosotros.
Es momento de preguntar.
Suspiro —Wade Adlen Dhall, ¿Tú crees en la existencia de los hombres lobo?
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