Grecia sintió un extraño cosquilleo en el estómago cuando salió de la consulta con hematólogo y descubrió a Emilio junto a la puerta del consultorio; tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto serio, casi imperturbable.
— ¿Cómo ha ido? — preguntó en seguida, estudiándola, como si esperara encontrar la respuesta en su pequeño cuerpo…. o como si de verdad no pudiera ser capaz de apartar la vista de ella.
Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.
— Ahora debo ir con el ginecólogo — informó con voz pausada, tímida.
— Si, pero te he preguntado cómo ha ido con el hematólogo, no tu itinerario.
La muchacha lo miró con aprensión, ¿cómo podía ser así de déspota… tirano?
— Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé… no creo que le importe — susurró sorprendente claridad. Emilio se paralizó por un segundo tras escucharla y tensó la mandíbula, reafirmando su opinión sobre ella.
Y es que encima de que estaba intentando tener una pizca de amabilidad, resultaba atrevida y soberbia.
— Tienes razón, no me importa en lo absoluto — repuso, serio.
— Usted a mí tampoco — reaccionó con su vocecita.
Emilio la pulverizó, no supo si le molestó más lo que dijo o la indiferencia con la que lo hizo. Lo único que podía saber para ese punto era que sentía unas ganas terribles de lanzarse sobre ella y cobrárselas todas con unos buenos besos.
Apartó el pensamiento en cuanto la vio dirigirse al lado contrario de su destino.
— ¿A dónde vas? — le preguntó, alcanzándola.
— Ya se lo he dicho, debo ir con el ginecólogo.
— Bueno, eso es por aquel pasillo — señaló detrás de ella, provocando que se detuviera de súbito y se girara, ignorándolo, como si le fastidiara su presencia.
¡Pero que hija de su…!
A él también le irritaba, por si no lo sabía.
No soportaba estar cerca de ella, no soportaba su olor, su carita de yo no fui aunque haya sido mil veces, maldición, la repudiaba, quería tenerla lejos… y al mismo tiempo muy cerca.
Ella no tenía intención de volver a dirigirle la palabra, no después de cómo la había tratado, no después de saberse insultada. La había amenazado y humillado hasta lo indecible. Le había hecho sentir mariposas asesinas en el estómago.
Definitivamente, no podían compartir el mismo espacio, si quiera el mismo aire… pero entonces, ¿por qué la seguía?
— ¿Piensa entrar conmigo a la consulta o esto es una especie de acoso? — inquirió con esa vocecita que lo desestabilizaba, enfurecía.
Emilio alzó las cejas, ahora lo trataba de acosador.
— Que curioso que seas tú quien hable de acoso.
— Yo no lo he acosado.
— No, simplemente me drogaste, robaste y te metiste a mi cama — la acusó de nuevo —, supongo que eso te hace alguien mucho peor.
La muchacha se detuvo en frente de la puerta del consultorio y se dio la vuelta, encarándolo, colmada de indignación.
Emilio casi se quedó sin respiración al sentirla tan cerca de él, si hacía un mínimo movimiento, podría aprensarla y besarla hasta saciarse… ¡hasta darle una cucharada de su propia medicina!
— No voy a pasar el resto de mi vida intentando convencerle de la verdad — le dijo muy pegada a su rostro, respirando de ese aliento que casi la hizo temblar —. Usted ha tomado una decisión sobre mí, y lo entiendo, así que aplíqueme el castigo que crea necesario cuando este niño nazca… pero al menos déjeme entrar allí y escuchar el corazón su corazón en paz.
Emilio apretó los dientes, indignado, tal parecía que él era el culpable y ella la víctima. Era una total manipuladora, pero eso no se quedaría así, no señor.
— Ese hijo también podría ser mío y es tu primera ecografía, no pienso perdérmelo por nada del mundo — sentenció, mirándola con fría indiferencia.
La muchacha no dijo nada, pues tenía razón; ese hijo era tan suyo como de ella y no podía solo quitarle ese derecho.
Entraron en silencio; el doctor y una enfermera ya los esperaba con una amable bienvenida.
Los futuros padres no volvieron a dirigirse ni media palabra, si quiera a mirarse. Emilio se cruzó de brazos frente al ventanal del consultorio mientras el médico la chequeaba y hacía preguntas de rutina.
Pasaron unos minutos antes de que el italiano cediera ante aquella aniquiladora indiferencia y se girara, ansioso por volver a verla… y por saber qué diablos era tan gracioso que aquellos dos no paraban de sonreírse el uno al otro.
Dios, es que era una trepadora, no perdía tiempo con nada ni nadie.
— Acérquese — le pidió el doctor —, le estaba comentando a la joven que estas son las manitas y el corazón, en un segundo podremos escucharlo.
Emilio se negó en seguida desde su posición, ¿qué sentido tendría verlo si no era su hijo? Pero también podría serlo y entonces estaría perdiéndose de una de las mejores experiencias de su vida.
Se sentía demasiado dividido dentro de su propio raciocinio.
Solo se acercó un poco, pero lo suficiente como para poder escucharlo todo. La criatura tenía las medidas correspondientes para semana y podría tener un desarrollo completamente normal si seguían las indicaciones pertinentes, por lo que sintió un gran alivio.
Ella no le importaba, pero tampoco era un desalmado y le alegraba que la condición actual de la madre aun no causara daños colaterales; podrían actuar a tiempo.
La futura madre asintió a cada explicación y ajena a que el padre de su hijo la observaba como si de verdad no existiera otro mundo que no fuese ella.
Cuando llegó el momento de escuchar el corazón del feto, los padres de aquel niño se miraron directo a los ojos, presos de sus instintos, emocionados, felices.
Emilio apenas y respiró mientras escuchaba ese perfecto y hermoso sonido, y aunque en un principio no quiso ilusionarse, terminó haciéndolo, pues algo de él lo supo…
Ese niño era suyo, si, debía serlo… sino, ¿por qué su mundo entero pareció detenerse de súbito?
Estaba enloqueciendo, ya no sabía ni que pensar.
— ¿Puedo saber el sexo del bebé, doctor? — preguntó ella, ilusionada.
El hombre le explicó que con amabilidad que aunque era muy pronto para saberlo y ella asintió sin problema, lo única importante era que él estuviese sano y se formara con absoluta normalidad.
— Tomen asiento, por favor — les pidió luego de que la joven se incorporara y abrochara el pantalón.
Emilio ya no podía apartar la vista lejos de ella, si quiera con intentarlo, esa mujer tenía algo que era capaz de congelar todo su universo, y eso… eso no le gustaba para nada.
El médico suspiro en frente de ellos, acabando rápido con la grata dicha que los jóvenes padres acababan de experimentar.
— Sé que el doctor Valente ya los puso al corriente de los resultados — empezó a decir y miró con gesto preocupado a la paciente —. Su peso actual es bastante alarmante.
De repente, la muchacha se sintió culpable.
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