El Joven Secreto romance Capítulo 30

—Ya le dije que no hay cambios.

El dueño de aquella áspera voz ni siquiera me está mirando. No debe ni pasar los 40. Sus ojos permanecen intactos en la carpeta blanca, cuyas hojas vacías se encuentra llenando. La superficie del alto escritorio que me llega hasta el pecho oculta sus dedos debajo de sí, haciendo que me sea imposible saber qué escribe exactamente. Solo veo el reflejo de la lapicera negra a través del cristal de sus lentes deteriorados por el uso.

May: Pero tengo un problema grave y (exhalo con fuerza) ...personal.

Levanta y baja las cejas sin levantar la vista, dejando notar que mi historia le interesa poco y nada.

Mordiéndome el labio de furia, apoyo ambas manos sobre la mesa y me inclino hacia adelante para entender qué hace. Mi enojo se triplica al ver garabatos de formas extrañas en la hoja blanca, como si mi presencia fuese similar a la del vendedor de comida chatarra del cine, que aparece en el medio de la película y se gana el odio de toda la sala, logrando que la gente cuente los segundos para que vuelva a irse por donde vino.

May: Si me prestara un poco de atención ya me habría ido.

El hombre suspira, ya harto y finalmente me mira luego de haber revoleado la hoja no tan blanca al tacho de basura.

—Señorita, esto es una universidad, no un centro de ayuda psicológica. Si empezamos a encargarnos de problemas personales, tenemos un total de 87.000 estudiantes como usted que seguramente los tengan.

Desvía su ignorante mirada de mí y la fija en la fila larga que me sigue, formados por debajo de un letrero gris sobre el cual, escrito en letras mayúsculas se lee "Secretaría académica - área informes".

—¿Tiene alguna otra duda? (pregunta algo cínico).

May (sonrío): No gracias, no quiero perjudicar a los 87.000 estudiantes que seguramente sueñen con hablar con usted.

Su expresión cambia volviéndose un tanto asombrada. Abre la boca para decir algo, pero no llega a hacerlo. Segundos después ya me encuentro pasando por debajo del letrero gris y saliendo del edificio, maldiciendo en voz baja por haber tenido la estúpida idea de cambiar la tarjeta, ese pedazo de papel que parecía ser un tesoro en mis manos y ahora solo es una pesadilla.

Cuando la alarma retumba en mi cuarto anunciando el comienzo del día, el único hecho que me anima a empezarlo con entusiasmo es que hoy no iré al hospital. Inventaré alguna excusa para cambiar el día hasta que algo se me ocurra, solo cursaré mis siete horas y volveré a casa. No tendré que verlo, ni tragarme una estúpida conversación como el de la otra vez. Y como si nada pudiera salir mejor, mi hermano se ofrece a llevarme, por lo que ver la cara amargada del chofer tampoco está en mis planes.

Oliver: ¿Y qué onda? (Pregunta tosiendo mientras enciende el motor). ¿Qué pasó cuándo lo viste?

May: Que somos el uno para el otro, eso pasó (contesto, seca).

Oliver: Ahora es cuando tendría que sonar una música instrumental medio cursi de fondo si estuviéramos en una película, ¿no?

No contesto.

Oliver: ¿Y volvieron?

May: Nunca fuimos nada.

Oliver (me mira): Ah, esa emoción que tenés por contar tu historia de amor es impresionante che. ¿Vas a...

May (lo interrumpo, mirándolo): ¿Vos sos idiota?

Oliver: ¿Por? (Cuestiona, inocente).

Al ver que no le presto atención, acelera.

Oliver: ¿A la tarde vas a ir a verlo o…?

Deja la oración a medias, esperando que yo conteste antes.

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