La vista que tengo ante mis ojos logra dejarme completamente muda y atontada, de modo que lo único que puedo hacer es mirar. Haber pronunciado mi nombre varias veces y no haber obtenido reacción alguna de mi parte, hace que él suelte una pequeña risa, gesto que me obliga a acomodar un par de palabras y formar una oración, aunque esta no sea de mucho aporte.
May: No...no sé qué decir.
Samuel (vuelve a reír): No te pedí que dijeras algo, dije que vengas.
Frunzo el ceño, aun algo perdida en la situación y lo sigo. Tras dar varios pasos confirmo lo que sospechaba haber visto: un lago abandonado. Se me hace extraño ver un lugar así, de un entorno tan "salvaje" y descuidado, estando solo a unos minutos de la ciudad. Los ruidos de bocinas, autos acelerando sobre el asfalto seco y gritos humanos, ese mundo urbano y artificial parece ni conocerse en el espacio cuyos suelos blandos encuentro bajo mis pies, siendo reemplazado por el puro reino de la naturaleza. Delante nuestro hay un muelle largo de madera que termina en una superficie cuadriculada en el medio de las aguas profundas.
May: Te aviso que le tengo miedo al agua.
Deja de caminar y se voltea.
Samuel: Ah, ¿sí?
May: Bah, nunca aprendí a nadar y...
Dejo la oración a medias al ver que comienza a acercarse.
May: Ni se te ocurra.
Samuel: Ya se me ocurrió, ahora no me provoques.
May: Samuel.
Samuel: ¿Qué?
Comienzo a retroceder hacia atrás, hasta notar que con un par de pasos más caeré al agua voluntariamente.
Samuel: ¿Qué hacés? (Pregunta entre risas). No te voy a tirar al agua si no sabés nadar boluda, no soy tan forro.
Habiendo dicho esas últimas palabras (que ni el mismo se cree), nos sentamos en el borde de aquella superficie de madera húmeda, dejando colgar las piernas sin que estas lleguen a tocar el agua.
Me cuesta describir lo que se siente estar ahí, ese rincón de la ciudad que parece no haber sido pisado por alguien en mucho tiempo, donde el silencio solo es interrumpido cada tanto por el canto de las aves o el sonido que generan las hojas de los árboles al ser golpeadas por el viento.
Teniendo esa vista ante mí y sintiendo esa armonía en los oídos, cierro los ojos por unos minutos y apoyo mi cabeza en el hombro de Samuel, quien suelta el aire acumulado e inclina la suya, dejando un beso en mi frente para luego rodearme con su brazo.
May: No tenés idea de lo feliz que me hacés sin hacer absolutamente nada.
Al escucharme, acaricia mi brazo con ternura y recibo otro beso en la frente.
Samuel: Aunque quisiera no puedo hacer mucho. Después de lo que pasó, hago el papel del hermano mayor y papá a la vez (suspira). No me queda tiempo para nada...ni ganas.
Sus palabras me conmueven y pensar en lo incurable que debe ser su dolor me destroza. Lo observo detenidamente, descubriendo la profunda tristeza que se oculta en sus ojos.
May: ¿Querés que te ayude con algo o...
Pregunto sin despegar los ojos de la pantalla.
Samuel: Me dieron dos semanas de licencia por lo de mamá.
May (lo miro): ¿Querés hablar de eso? (Cuestiono, acariciándole la mejilla).
Samuel: Cuanto más hable, más me va a costar superarlo. Prefiero que no.
Dice desviando su mirada y fijándola en el horizonte del lago. Me muerdo el labio y me aproximo para depositar un corto beso en su cuello, logrando que al menos simule una pequeña sonrisa. Permanezco así varios minutos, observándolo hipnotizada, sin creer que ese perfil tan perfecto sea real, detalle que me obliga a tener que tocarlo varias veces para acabar con la duda.
Aprovecho que no me mira para abrir la cámara del celular y tomarle varias fotos, en la última de las cuales no tiene la mirada perdida de las anteriores, sino que sonríe, habiendo notado que está siendo fotografiado silenciosamente.
Me mira con una mirada algo cómica, descubriéndome infraganti con el teléfono en mano, apuntándolo a él. Ambos reímos y nos unimos en un beso cálido y tierno, del cual queda como recuerdo una foto que saco otra vez sin que él se dé cuenta.
…
Cuando entro al estudio fotográfico aún son las 13:40, pero tardan tanto en imprimir en buena calidad tan solo esas cuatro fotos que al salir ya son casi las 14:15. Tomo asiento en un banco del parque que se encuentra en la calle de enfrente y guardo las fotografías en uno de los cuadernos de apuntes de la facultad. Habiendo terminado, finalmente me encamino a pasos tranquilos a la casa de Samuel.
Al verme, el portero abre el portón sin dejar que toque timbre. Lo saludo y espero el ascensor, cuyas puertas se abren segundos después, cruzándome con una cara que no esperaba encontrar.
— ¿Qué hacés acá?
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