May: ¿Y eso a usted en qué le incumbe?
- ¿Qué? (Cuestiona frunciendo el ceño, mostrándose notablemente sorprendido ante mi vocabulario).
Eva: Es amiga...y médica también.
El doctor me mira con subestimación.
May: En proceso, estoy estudiando.
- Y me alegro mucho (responde con una sonrisa falsa).
May: ¿Perdón?
- ¡ÁLVAREZ!
Se escucha de fondo y cuando el doctor se voltea, se encuentra con un colega aproximadamente de la misma edad que él.
- En diez minutos tenés una operación, ¿qué hacés acá?
- Si, ya voy (dice en tono de queja y bufa).
Se alejan juntos por el largo pasillo. Me quedo observándolos, analizando cada paso, hasta que finalmente se detienen donde el camino acaba.
- Me voy al quirófano. Haceme el favor de mandar alguna enfermera a la 113 que justo salí y no hay nadie.
Habiendo dicho eso, procedido por una palmada en el hombro como saludo, cada uno dobla hacia un lado, desapareciendo de mi vista y dejando el pasillo completamente vacío.
Eva (suspira): Bueno, mucho más para hacer por hoy no hay. Llamo un taxi para...
May (la interrumpo): ¿Samuel en qué sala está?
Eva: Pero si venimos juntas mañana, ya hablé con Mía. ¿Para qué querés...
May (la vuelvo a interrumpir): ¿Qué número es?
Su rostro se transforma y comienza a mirarme como si viese a un fantasma.
Eva: Atrás tuyo.
Me volteo en un movimiento rápido, topándome con una puerta blanca, indiferente a todas las que tuve en mi vista al llegar. Una ventana de forma rectangular se ubica en la parte superior de la misma, pero la textura difuminada del cristal hace que me sea imposible ver que se encuentra en el interior de la sala a la cual da entrada.
Suspiro, levantando la vista hacia el cartel.
May: T.I. 113.
Eva: Terapia intensiva, sala 113.
Giro la cabeza, viéndola de pie a mi costado. Me causa ternura que no sobrepase ni siquiera la altura de mi hombro, aun con la costumbre de haber sido una de las más altas en mis grupos de amigos, sin tener en cuenta lo ignorado que siempre fue ese hecho en mi familia, donde todos son como yo.
May: Es Luisa.
Eva: ¿Quién?
May: La empleada. Preguntaba dónde estoy a esta hora.
Eva: ¿No avisaste?
Niego con la cabeza.
Eva: Uh bueno. ¿Voy al baño y nos vamos si?
May (sonrío): Dale, andá.
Me devuelve la sonrisa, alejándose por el mismo camino por donde vine anteriormente.
Miro a la puerta y luego al reloj que cuelga de la pared, llegando a la conclusión de que la enfermera ya lleva un retraso de más de cinco minutos. Observo ambos lados del pasillo y noto como una mujer vestida de blanco conduce una silla de ruedas en la cual se encuentra un niño con la pierna enyesada. Ninguno me ve, ni nota mi presencia. Apoyo mi mano en la manija de la puerta y regreso mi mirada hacia ellos, viendo cómo se aproximan, sabiendo que si siguen acercándose, me verán infraganti, a punto de entrar en una sala cuyo acceso a estas horas está prohibido. ¿Y si está prohibido, que se supone que estoy haciendo?
El dilema está entre entrar ahora o ya no poder hacerlo por un largo tiempo. Ellos me verán en segundos, se alarmarán por eso, Eva debe estar volviendo, acompañada de la mismísima enfermera tal vez y mi padre, quizás buscándome con esa desesperación tan característica suya que hace que se le marque la vena de la frente.
Si entro ahora, seguramente seré sacada a la fuerza en poco tiempo, pero podré al menos contar con el alivio de haber podido verlo. Si suelto la manija y retrocedo, amaneceré con los primeros rayos de sol del día, mirando al techo de mi habitación con los ojos llorosos, luego una noche entera sin dormir, llena de culpa y arrepentimiento en mi inconsciente consciencia.
Realizo una última transición de miradas entre el pasillo, el cartel, el reloj y la manija de la puerta que mi mano temblorosa sostiene. Tomo aire y finalmente presiono hacia abajo esa fría estructura de metal, empujando la puerta para luego rápidamente cerrarla detrás de mí y apoyar mi espalda en su superficie. Suelto un suspiro de alivio y abro los ojos, teniendo delante de ellos una cama con sábanas blancas y la cara inconsciente de la persona que amo más que a mi propia vida, cuyo rostro es confundible con un ángel durmiendo en capas de nubes blancas.
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