El Joven Secreto romance Capítulo 26

Esa mañana una nostalgia indescriptible me invade al mirar la pantalla del teléfono. Debido a alguna razón que ni yo conozco, se me da por entrar al chat que aún tengo guardado con Samuel. Ver ese último mensaje suyo en el cual me reprochaba ser igual a mi padre, diciéndolo como un insulto al saber perfectamente que me lo tomaría como tal, subir la vista un poco hacia la parte superior y leer "Ultima conexión: hace 5 días", su nombre y el pequeño cuadrado de su foto de perfil son detalles que en su conjunto me provocan una sensación demasiado extraña. Ya pasaron cinco días, tanto de su última conexión como de la última vez que escuché su voz, por no querer mencionar que fue justamente el día en el que aquel desastre ocurrió.

Me estremece el solo imaginar cómo fue según lo explicado por los policías, quienes nos propusieron a mí y a Eva ver el video capturado por las cámaras de seguridad en el cual según ellos se observa con claridad toda la escena. Obviamente me negué, sin pensarlo dos veces. Fue un "no" repentino. ¿Qué ganaba viéndolo? ¿Otro mar de lágrimas? ¿Una nueva bolsa de culpa atada a mi espalda? No lo sé, pero estoy segura de que no quiero ninguna de esas cosas.

Eva, en cambio, quiso ver la grabación. Como me imaginaba, su estado fue de puro shock luego de eso. Entró a la comisaría planteándose que usaría todo lo que pudiera para defender los derechos de su primo, pasara lo que pasara. Sin embargo, la expresión de su rostro al salir no fue tan optimista y decidida como al entrar. La observaba desde la ventanilla del auto mientras el chofer seguramente se estaría preguntando qué se supone que hacía yo en ese lugar. Mi hermano le había dicho que me llevara sin pedir explicación alguna, y por sobre todo, sin comentarlo delante de mi padre.

Cuando Eva abrió la puerta del auto y tomó asiento, pude corroborar que tenía razón. Estaba completamente destruida, sin humor ni ganas de hablar. Eso no era una buena señal.

May: No quiero detalles ni saber lo que viste, pero... ¿Fue tan grave como dicen?

Ella suspiró, con la vista perdida en la nada.

Eva: El auto dio cinco vueltas y terminó volviéndose a chocar contra un poste. ¿Eso es grave o no? Literalmente me sorprende que no esté en coma...o peor (añadió con los ojos llenos de lágrimas).

Creo que fueron esas palabras las que terminaron de quebrarme por completo. Si los días anteriores estaba deprimida o desalentada, a partir de ese día todo se multiplicó. El deseo de que él abra los ojos ya no es un "contar los días" o "ya falta poco", sino más bien una especie de milagro cuya probabilidad de ocurrir disminuye cada día (por más que admitirlo me cueste un horror). Ya no presto atención a las clases, ni asisto a las prácticas especiales en hospitales como lo hacía antes. La voz de los profesores es como un taladro en mis oídos y muchas veces abandono las clases al no soportarlo más. Mi cabeza está en otro lugar en todo el día. No puedo concentrarme en nada que no sea el contar los segundos para que llegue la hora de salir de la universidad e ir al hospital.

Ahora entiendo por qué dicen que los seres humanos somos tan estúpidos de no valorar lo que es nuestro hasta tener riesgo de perderlo. Creo que podría escribir un libro sobre eso por lo mucho que coincide conmigo. No puedo creer que era necesario que esto pasara para darme cuenta de a quién tenía a mi lado, y en como no lo valoraba. Me cuesta aceptar que fui tan tonta y que quizás él nunca más despierte y ya no puedo volver atrás para decirle que lo amo más que a mi propia vida, para luego besarlo y acostarme sobre su cálido pecho como siempre lo hacía.

- D'Angelo.

Instintivamente levanto la cabeza, la cual hasta ese entonces permanecía reposada sobre mis brazos, a su vez apoyados en la superficie de aquella mesa de melamina color roble. Tanto el profesor como otros cuarenta y pico pares de ojos me miran y yo no entiendo absolutamente nada que ocurre, por lo cual maldigo en mi interior a Mía que casualmente decidió faltar este día.

- ¿Se quiere acercar a tomar su tarjeta?

Asiento, algo confundida, poniéndome de pie y dirigiéndome al escritorio del profesor. Como dije anteriormente, presentar atención a las clases ya no es algo de gran importancia en mi rutina, es más, ni siquiera sé qué se supone que voy a buscar ahora. Otro apellido suena apenas vuelvo a sentarme y así sucede una repetida cantidad de veces hasta concluir con el orden de todo el abecedario.

—Lo que recibieron recién es una tarjeta de designación estudiantil. Lo van a tener que presentar en el hospital que les haya tocado para rendir las prácticas.

— ...y eso si quieren lo pueden consultar con los coordinadores del departamento (dice el profesor y suelta un suspiro). ¿Dudas?

Nadie emite sonido alguno.

—Bien, entonces sigamos con la clase.

Apenas escucha eso, la chica que hace segundos me confundía con un monstruo se pone de pie y sale del aula con el celular vibrando en su mano. La sigo con la vista, hasta que cruza la puerta y finalmente desaparece por el pasillo.

Mis ojos retoman su dirección, concentrándose en la tarjeta y maldigo mi mala suerte al pensar que podría estar el nombre del hospital donde está Samuel en esa línea ocupada por una institución desconocida. Miro el asiento vacío de la chica que salió y posteriormente la mesa sobre la cual lo único que hay es una lapicera sin tapa y una tarjeta que no me pertenece. Una pizca de curiosidad invade mis sentidos y, tras corroborar que nadie me ve ya que me encuentro en la última fila de asientos, tomo ese trozo de papel, procurando leer su dorso. "Terapia intensiva, Hospital Alemán". Entrecierro los ojos, volviendo a leer lo anterior y me muerdo el labio al captar que ese es el mismo hospital cuyas puertas se abrieron ante mi tantas veces en los últimos días. Recorro con la vista toda la tarjeta y me sorprende el hecho de que no figure el nombre de la chica en ninguna parte. El momento en el que lo recibió se me viene a la mente, en cómo ni siquiera se molestó en informarse sobre lo que le había tocado. Después de miles de vueltas, llego a la teoría de que no podría distinguir su tarjeta de alguna otra, ni mucho menos reclamar algo luego. Si la suerte no camina conmigo en la misma vereda, esta vez tendré que cruzar a la suya y caminar yo con ella. Pensar en eso me despreocupa y en cuestión de segundos una sonrisa traviesa adorna mi rostro, detalle que hace que el apodo que mi hermano usa para nombrarme cobre sentido.

"Tu chica rebelde tiene un plan hermanito."

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