Notar la presencia del guardia en la entrada de casa provoca que suelte un bufido de queja y está de sobra decir que obviamente no logro dormir esas pocas horas que restan de aquella noche lluviosa. Mis acciones consisten en una repetición sinfín de mirar el reloj y el techo, donde formas extrañas se dibujan, productos de las luces que provienen de la calle e ingresan por la ventana.
Por primera vez en mi vida, el sonido del despertador no es un canto del mismísimo infierno para mis oídos, sino solo una orden de que tengo que abandonar la cama inmediatamente. Y así lo hago, dándome una ducha rápida para luego abandonar la habitación, como también la casa.
…
El tener que entrar por la entrada secundaria al hospital porque la chica de la recepción me echaría por mi última infracción me causa risa y no me queda más remedio que rodear todo el perímetro de salas de espera y consultas simples, viendo más de cien rostros en menos de cinco minutos. Ya no es la primera vez que el ambiente del hospital me genera disgusto, no sé si por la tristeza de las personas o simplemente la función del edificio: alojar y tratar de sanar a personas enfermas. Cosas como esa me llevan a cuestionarme sobre si acaso no cometí una equivocación en elegir una carrera médica.
Lo primero que hago al llegar al área de urgencias es mirar hacia ambos lados, con el objetivo de buscar un rostro conocido, como el de Eva o el hermano de Samuel, por ejemplo. Y nada, solo hay cinco o seis médicos reunidos de pie intercambiando palabras. Me acerco, tomando asiento delante de la puerta de la sala 113, en la cual irrumpí hace un tiempo sin permiso, logrando que me sacaran a la fuerza. Uno de los médicos se voltea a mirarme, quizás preguntándose porqué habré decidido tomar asiento justo en ese lugar, casi rozándolos a ellos. La única explicación para eso es que en realidad no quiero que él me vea si la puerta llega a abrirse repentinamente.
—Señorita.
Levanto la vista al escuchar eso y me encuentro con el médico que sigue mirándome.
May: ¿Sí?
—¿La ayudo en algo?
May: No, estoy esperando a alguien.
Se voltea hacia atrás por un segundo para luego volver a dirigir su mirada hacia mí.
—¿Para entrar a la 113?
Asiento.
Acto seguido mi celular vibra en el bolsillo de mi campera y lo saco, encontrándome con un mensaje nuevo de Eva, donde me comunica que no vendrá al hospital hasta la noche, ya que fue a cuidar a Joaquín y estuvo allí el día anterior.
Esa noticia me alegra puesto que, ver a Samuel ahora implica que no sepa cómo actuar o qué decirle y a su vez me entristece, ni yo sé por qué. Es increíble lo que un par de ojos despiertos provocan. Pensar que mientras estaba inconsciente hasta me atreví a besarlo. A veces me pregunto sobre si quizás soy yo la que complica demasiado las cosas, mientras observo el panel blanco que permanece delante de mí a menos de cinco metros, sosteniendo ese cartel y el número 113 en su interior. Y de un instante a otro, ese número de tres dígitos desaparece, siendo reemplazado por el fondo de una habitación, de la cual sale una chica vistiendo una bata blanca.
—Hay una emergencia en la sala central, trajeron a alguien. Lo están llevando a la 98 que está libre (comunica la joven).
—Vamos.
Ordena uno de los médicos y los seis se van por el pasillo, acompañados por la muchacha. Los sigo con la vista hasta que desaparecen, volviendo a mirar el interior de la habitación. Trago saliva. Él está ahí, medio sentado con la espalda apoyada en la almohada, mirando a sus propias manos, las cuales juegan con la sabana formando extraños nudos de aburrimiento. Lleva una remera de color celeste claro perteneciente al hospital, con el cabello algo alborotado, cayéndole en la frente. Me da ternura esa imagen, similar a la de un niño obligado a acostarse temprano, aunque no tuviera sueño ni ganas de dormir. Cuando parece haberse aburrido de su "juego", observa hacia ambos lados del cuarto, seguramente buscando otra cosa para matar el tiempo. Luego baja la vista, manteniéndola allí varios minutos, inmóvil, hasta que finalmente la levanta y me ve, sentada a pocos metros, mirándolo fijamente.
Y es en ese momento cuando me culpo por no haberme ido apenas la puerta se abrió, porque de veras no sé qué hacer, cómo mirarlo a los ojos. ¿Qué estará pensado él? "¿Por qué no entro a besarlo o simplemente por qué se supone que estoy allí?" Eso no puedo ni podré saberlo nunca. Su mirada tiene un carácter tan enigmático que no me deja descifrar sus pensamientos. Siento como si estuviera tratando de hacerme entender algo. Lo triste es que, por más que lo intente, no logro entender qué es.
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