Miro el camino que tengo enfrente y me confunde ver una ruta distinta a la habitual para ir a nuestro vecindario. Aquí hay muchos árboles, demasiados.
—¿Qué es esto?
Pregunto e instantáneamente veo un cartel en la carretera: “Reserva ecológica El Buho”. La carretera se achica y se vuelve de tierra, haciendo que frente a mí ya no vea camino vehicular por el que proseguir. Mi hermano hace una curva y se estaciona cerca de un mirador y desciende el vehículo.
Estamos en una altura elevada de la ciudad, cuyo epicentro se aprecia completamente desde aquí. Un enrejado de madera bajo (que no supera mi rodilla) nos separa del precipicio, en cuyo borde se encuentra un catalejo apuntando hacia la vida urbana. Hay un extraño contraste entre naturaleza y urbe en este lugar.
Tomo asiento en un banquito de madera en el cual ya se encuentra Oliver, que ha descendido del vehículo mucho antes que yo. Estamos completamente solos, salvo quizá por algún animal de la reserva.
—¿Y bien?
Pregunto, algo indignada por llevar un rato sin obtener respuesta de su parte.
—Tengo pánico.
—Eso no es novedad.
—Hablo en serio. Me vieron.
—¿Quién te vió?
—El del lunar.
Maldita sea, ese es Flores.
Flores, cuyo nombre jamás supe ni mucho menos me interesé en saber fue uno de los primeros empleados del personal de seguridad de mi padre, más precisamente el segundo.
—Estaba almorzando con Mía cuando uno de nuestros autos se estacionó a pocos metros —dice mi hermano viendo que permanezco en silencio.
Seis meses después de su contratación, Román fue descubierto por el segundo empleado de mi padre, quien se había unido a este tan solo tres días antes de encontrar a su compañero infraganti. Aquel hombre con un lunar característico e imposible de ignorar, se llamaba Flores y había desenmascarado a Román en un plan preparado con meses de antelación con la mafia, cuyo objetivo era ya no obligar a mi padre a darles parte de sus ganancias, sino directamente esclavizarlo teniendo al resto de la familia bajo secuestro constante. Todas nuestras ganancias serían suyas y nuestras apariciones en público serían una actuación de que todo estaba bien.
—Y Flores no te vió con nosotros, no había tercera silla, sabe que no estuviste ahí.
Ese comienzo de Flores, y su, lo que mi padre siempre ha llamado, “forma de salvarnos la vida” hizo que éste se ganara todo su respeto y nos exigiera lo mismo hacia el hombre. Pero Flores se volvió a lucir otra vez hace dos años matando a uno de los peces gordos de la mafia, y en esa ocasión logró volverse aún más cercano, a tal punto de que es el único empleado que sabe en qué bancos y bajo qué claves se encuentra almacenado todo nuestro capital, detalle que jamás me ha agradado, pero quiero creer que mi padre no volverá a equivocarse como con su empleado debutante.
Hoy en día, mi padre confía más en Flores que en cualquiera de nosotros y Flores, mataría a cualquiera de nosotros con tan de proteger a su patrón. Flores jamás traicionaría al señor D'Angelo.
Finalmente, miro a mi hermano, quien se alivia de recibir una señal de vida de mi parte, pero en seguida el terror le invade el rostro nuevamente.
—Tengo miedo.
Y no puedo culparlo, esta vez yo también.
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