El Joven Secreto romance Capítulo 54

No sé con certeza a qué se refiere con esa frase, y tampoco puedo preguntarle, puesto que del otro lado de la línea solo escucho los pitidos que indican que estoy sola en la llamada. Despego el móvil de mi oído y permanezco unos segundos mirando el dispositivo como si me hubiera desconectado de la realidad.

—¿Qué pasó?

La voz de Samuel me despierta del trance. Percatándome de mi estado, guardo el teléfono en mi bolsillo y me apresuro a tomar mi mochila.

—Debería irme.

—Pero ¿qué paso?

Vuelve a preguntar, poniéndose de pie con dificultad y observándome extrañado.

—No sé. Eso voy a averiguar. Mi hermano estaba hablando raro.

—¿Sigue siendo un idiota?

La impresión que se llevó Samuel de Oliver no es precisamente una muy deseable, a decir verdad.

—No, creo que no. De hecho, estuvo ayudándome a evitar a…

No finalizo la frase, debido a la obviedad de esta.

—¿Y confiás en ese patán?

—Ese patán cambió.

Afirmo con tono desafiante, aunque en el fondo sé que, en parte, temo que mi hermano no tolere la intimidación y amenazas de mi padre, optando por ponerse de su lado. Temo estar mintiéndome a mí misma con esta actitud.

—Vos sabrás.

Lo miro, ya con la mochila colgada de mi hombro. La expresión de su rostro es curiosa. No termino de entender si me ve como una persona ingenua o si simplemente se sorprendió de lo a la defensiva que me puse cuando insultó a Oliver.

—¿Qué vas a comer?

Pregunto sacando las llaves.

—Eva me dijo que compro mucha comida precocinada. Supongo que no tendré problema.

—¿Seguro?

—Si, tranquila.

Dice acercándose al ver que me dispongo a insertar las llaves en la cerradura de la puerta. Me doy la vuelta, colocando la llave y girándola. La puerta se abre sin mayor dificultad, pero la presencia de Samuel en mi espalda está comenzando a generarme inquietud. De alguna forma, obtengo el valor para voltearme hacia él.

Normalmente en esta situación, él estaría apoyado en la puerta, con el brazo alto y la mano derecha sosteniendo la madera de esta, pero el Samuel que veo está algo incómodo, con la palma izquierda en su pecho, donde supongo que aún le duele y rodeando la manija de la puerta con los dedos de la otra mano.

—¿Qué parte de reposo no se entiende, Ferraz?

Emite una pequeña risa.

—No me sale.

—Bueno, hacelo igual.

Respondo en un tono cómico.

—¿El dolor?

—Casi nada, salvo cuando camino.

—Estoy pensando que esa mujer que propuso Eva para que te acompañara no es tan mala idea después de todo.

—No…

Oliver.

—Debo irme ya. Llamame si necesitás algo, no importa la hora.

Pronuncio con una velocidad alocada, quito las llaves y de la cerradura, metiéndolas en la mochila y literalmente corro por el pasillo.

En algún punto, estoy escapando de esa situación incómoda, aliviada de que haya llegado a su fin.

Veo el auto de mi hermano apenas las puertas del ascensor se abren ante mí, aunque las ventanas polarizadas no me permiten ver su interior. Salgo del edificio en un santiamén y tomo asiento como copiloto, casi cayéndome cuando Oliver acelera sin previo aviso ni saludo, habiendo yo alcanzado a apenas cerrar la puerta detrás de mí.

—¿ESTÁS DEMENTE?

Sus ojos no se despegan de la carretera ni su pie del acelerador. Va a una velocidad ya ilegal y es al saltar un semáforo en rojo cuando ya mi paciencia se agota.

—¿VAS A HABLAR O ME TIRO DEL AUTO, IMBÉCIL?

Nada.

—¡OLIVER!

Bufa y va disminuyendo la velocidad.

—Ahora llegamos y hablo. No delires.

—¿Llegar a dónde?

Mi falta de confianza en él vuelve. Y es que en realidad nunca se me fue de la cabeza la leve sospecha de que sea un secuaz más de mi padre. ¿Y si ya es tarde para reaccionar y me está llevando a casa tras contarle todo?

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