El Socio de mi padre romance Capítulo 45

Axel Vega Lazcano

León, Guanajuato, México

Apenas acomodé a Amaia en el auto y ella de inmediato, cerró los ojos. No podía creer que las dejé unas 4 horas máximo y acabaron ambas en esas condiciones tan terribles, lo que provocó que yo discutiera con la güera, de camino al departamento.

–Axel ya bájale a tu enojo – Mi amiga seguía en ambiente – Además Amaia ya se ha quedado dormida.

–Me parece el colmo güera, que viendo tú misma hace rato que Amaia se desmayó, te atrevieras a darle de tomar – Le reclamé – Por si no lo sabes, hoy le fueron a sacar sangre porque van varias veces que se desmaya.

–Eso no lo sabía Axel y no soy adivina. Ella, tú chica no me dijo nada y lo siento, pero nada quita lo bien que nos la pasamos.

–Tanto qué mírala cómo está, se acaba de quedar dormida y mañana tiene que ir a la escuela, parece que no piensas güera.

–Para Axel, detente que quiero devolver – Justo lo que me faltaba pensé.

Me orillé a un costado de la Avenida para que ella, se bajara a devolver. Amaia, seguía perdidamente dormida, mientras la güera se desahogaba, me quité mi saco para taparla y ella no lo sintió, solo se acomodó un poco.

Pensaba que no quería que le pasara nada a Amaia, era todo lo que tenía en la cabeza, cuando la güera subió de nuevo al auto y nos pudimos ir a mi departamento. Al llegar bajé a Amaia en brazos y la güera bajó como pudo, ni modo yo no podía con las dos.

–Axel, ya no sigas enojado conmigo. Por cierto, que bonito lugar el que has escogido para su nido de amor – La güera reconoció – Ya perdóname ¿No?

No le respondí nada, a mi amiga lo que menos le gustaba era mi silencio. Sabía que cuando yo no hablaba era porque estaba, muy enojado a un límite imposible de describir. Entramos al departamento y acosté a Amaia en nuestra cama, la dejé ahí y salí para indicarle a mi amiga la recámara en la que ella podría instalarse.

–Aquí tienes todo lo que necesitas güera, buenas noches – Dije molesto – Que descanses.

–Axel, de verdad yo lo siento. Ella nunca me dijo nada, sobre que estaba enferma.

–Lo hecho, hecho está.

Salí de la recámara de la güera y volví a la nuestra. Amaia ya estaba despierta sentada en la cama, sin saber qué pasó. Ella levantó su mirada, que se encontró con la mía.

Amaia se enojó y se quitó la ropa con coraje y enojo, quedando expuesta totalmente ante mis ojos sólo con un top de encaje negro y una tanga a juego, yo, aunque estaba enojado, verla así desató todos mis deseos que querían ser consumados, al tomarla y hacerla mía.

–Es una lástima que no me quieras coger, cuando compré esto para lucirlo para ti, pero si no quieres, habrá quién sí quiera – Dijo enojada.

Se dio la media vuelta y caminó de vuelta a la recámara, entonces no pude más la levanté en mis brazos y la pegué bruscamente contra la pared del vestidor, ignorando si le hice daño o no, en ese momento no me importaba nada, la haría retractarse de su osadía.

–Ahora mismo, haré que te retractes de haberme llamado cobarde y mírame a los ojos cuando te estoy hablando Amaia, cuando le hablo a alguien me gusta que me mire a los ojos, no que esté viendo a la pared o al suelo.

Ella lo hizo, me miró y sus hermosos ojos me demostraban todo el amor que ella sentía por mí, desarmándome por completo. Sin esperar más la besé con pasión, con deseo, con desenfreno y lujuria, al tiempo que ella me abrazó con sus piernas hasta que la cargué a la cama y la acosté. Saqué de uno de mis cajones dos de mis corbatas y con cada una le amarré las manos a los lados de la cama. Ella me miraba con deseo, pero también con miedo, era la primera vez que le hacía esto.

–Ahora te exijo, que te quedes quieta y que no intentes moverte – Le ordené – Sí tanto querías esto, lo vas a tener, pero tendrá que ser a mi modo.

Ella no dijo palabra, yo me quité la camisa, los zapatos y los calcetines, seguidos del cinturón y quedando solo con el pantalón puesto, me incliné encima de ella. Empecé por robarle un beso muy apasionado de sus labios. Se comenzó a retorcer en ese momento, la torturé enseguida besando su cuello y todo camino abajo, provocando estremecimientos involuntarios de su parte, hasta que llegué a la parte de su tanga y se la quité con mis dientes, dejándola solo con su sujetador puesto, estaba tan deseable, pero ahora no sería nada tierno con ella.

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