Encuéntrame romance Capítulo 17

A la mañana siguiente, aunque se levantó tarde, Ana estaba preparando unas panquecas para ella, con mucho dulce. Su medicamento le hacía arder el estómago, y cada vez que se despertaba sentía que algo se la comería viva por dentro si no colocaba algo rápido dentro de ella.

Se sentó allí mismo en la cocina y devoró su comida rápido para luego ver que apenas Carla estaba comenzando con el desayuno de ella.

—Estabas hambrienta, ¿no? —le dijo la mujer mientras se llevaba un pedazo en la boca.

Ana asintió y tomó un poco de jugo.

—¿Cómo está el hombre? —preguntó sin mirar a la cuidadora para restarle importancia.

—Sigue igual, y estoy agotada de rogarle que coma algo…

Ana arrugó su ceño y negó para levantarse después de eso.

—Él es un adulto, sabe que es lo que quiere para su miserable vida…

Después de esas palabras Carla la miró con los ojos muy abiertos preguntándose cómo alguien podía ser tan duro de corazón. No añadió alguna cosa para contrariar a Anaelise y siguió comiendo, sintiendo mucha tristeza por aquel hombre que parecía, estar dejándose morir lentamente.

Cuando Ana llegó a su habitación, supo que llamaron varias veces a su móvil, ya que tenía varias llamadas perdidas, no era Xavier como ella lo esperaba, sino Andrew.

Torció los ojos negando y marcó a su número.

—¡No lo puedo creer! —contestó Andrew del otro lado haciendo que Ana se despegara el teléfono de su oreja y mirara extrañada—. Anaelise Becher está devolviendo mi llamada, estoy seguro de que este será un gran día…

—Bueno, ya que tengo de forma obligada que aguantarte, entonces aprovecha la llamada —respondió Ana ocultando la sonrisa.

—Ok, ok, seré rápido, ya compré paquetes de papas, refresco, chocolates, unos importados que te dejarán en estado de conmoción…

—Andrew —replicó Ana—. No estoy segura, además tenemos tarea, cosas que investigar…

—Bien, entonces podemos hacer las dos cosas —él lanzó la contraoferta.

Anaelise respiró, y se quitó el móvil pensando sería buena idea, porque el otro plan era quedarse en esta casa oscura, pensando todo el día en el hombre que ocupaba todos sus pensamientos.

—Bien, envíame la dirección de tu guarida —dijo por fin.

—¿Guarida? Puedo ir a buscarte…

—No, quiero ir sola, llegaré como en una hora —intervino Ana y él solo asintió del otro lado resignado.

—Te espero.

Ana finalizó la llamada y luego volvió a revisar su bandeja para comprobar si tenía alguna notificación de Xavier, él le había dicho que escribiera todos los días, pero, estaba insegura de hacerlo, podría parecer muy intensa, como si estuviese muy interesada y ella no quería demostrar eso.

Colocó a cargar su móvil y se metió al baño para comenzar a arreglarse y así conocer por primera vez la casa de su primer amigo en la vida.

*

—Es aquí señorita —dijo el conductor mientras Ana sostenía su quijada que se había caído de la impresión.

La dirección que le dio Andrew, decía mi casa, pero esto no era precisamente un “casa”, esto parecía un palacio, tal cual lo vea en las películas.

—No se puede entrar, así que debo dejarla aquí, allí está la casilla de vigilancia, puede preguntar para que llamen a quien busca —volvió a decir el conductor debido a que Ana no se bajaba del auto, ni reaccionaba.

—Lo siento —pagó la tarifa que el hombre le dijo desde el principio, y luego se bajó del auto sin saber a dónde mirar, caminó despacio a la casilla de vigilancia mientras buscaba su teléfono para decirle a Andrew que ella estaba aquí.

«¿Se había equivocado el conductor?»

—En que puedo ayudarla —dijo un hombre robusto que asustó un poco a Ana.

—Hola, Andrew… me espera —después de las palabras de Ana el hombre arrugó el ceño.

—Espere un momento —dijo, pero Ana ya estaba llamando a Andrew.

—No sé si estoy en el lugar indicado —dijo después que el chico contesto—. Pero estoy afuera de… tu casa.

Andrew rio un poco y luego dijo que se haría cargo. Entonces ella guardó su teléfono.

—Señorita, Anaelise —esta vez el tono del hombre era muy diferente—. Acompáñeme, la llevaré con el señor White.

Ana asintió pasando por la reja que le abrió el hombre en la parte de vigilancia, para luego asomarle un auto electrónico abierto. Observó hacia adelante, y supo que si caminaba duraría al menos 10 minutos para llegar, el lugar era enorme.

Cuando llegaron a la entrada de la mansión, Ana se bajó del auto y vio como Andrew la estaba esperando en la puerta con la sonrisa de tonto que él solía demostrarle a ella.

Llegó en unos pasos, y él hizo un ademán para que ella entrara.

—Nunca me dijiste que eras rico —expresó Ana mientras su cabeza daba vueltas a todas partes, este lugar era increíble.

—Todos los saben, mi apellido me delata…

Ella arrugó su ceño desviando la mirada hacia él.

—¿Qué tiene tu apellido? —su pregunta fue sumamente tonta para Andrew, sus padres eran millonarios, empresarios renombrados en el condado de Colorado, pero eso para ella parecía no importarle.

Por eso apreciaba tanto la amistad que tenía con Ana, aunque ella era demasiado cerrada.

—No tiene nada, no es importante eso ahora. ¿Comenzamos por las tareas? —preguntó y Ana le asomó su mochila diciéndole que era obvio.

Estuvieron en un salón muy solitario en donde Andrew tenía preparado algunas cosas para picar y dos laptops para ellos; se concentraron todo el tiempo en hacer sus obligaciones y compartieron información todo el tiempo. Ana vio que Andrew tenía libros que ella jamás vio en la biblioteca, eran ediciones especiales de medicina y la mayoría se trataban de neurología.

Supo en ese instante que Andrew suspiraba por esa especialización y no perdió el tiempo en leer muchos datos interesantes que ella jamás leyó, ni siquiera en internet.

Estaba tan sumida en su mundo de estudios, que solo cuando Andrew tocó su hombro se dio cuenta de que ella no estaba sola.

—Tu teléfono está vibrando desde hace rato… —le informó y se dio cuenta de que Andrew había leído la pantalla.

Para su buena suerte este solo decía “él”, así lo puso desde el principio cuando registró su número, y gracias al cielo que lo había hecho de esa forma.

Su cuerpo se estremeció y el corazón le saltó del puro éxtasis, con nervios incrustados en su piel, lo tomó y le dijo a Andrew que tomaría la llamada a solas, el chico le asomó un balcón en que podía cerrar la puerta.

—Hola —contestó con voz insegura.

—Ana —la voz de Xavier era mucho más devastadora por el auricular, cerró los ojos y se recostó en la pared mientras soltaba el aire—. ¿Cómo estás?

—Bien, terminando algunas tareas…

—No es verdad —refutó Xavier desde el otro lado y ella abrió los ojos pensando a qué se refería.

—Te digo la verdad —es lo que pudo gesticular.

—No me has escrito, esa es una tarea muy seria, y parece que se te ha olvidado por completo.

Una sonrisa cargada de sensaciones se dibujó en el rostro de Ana a la vez que tomaba todo el aire posible. «¿Cómo podía ser cierto, en sentirse de esta forma?», pensó.

—Lo iba a hacer más tarde cuando llegara a casa… —dijo sin pensar.

—¿Llegar a casa? ¿Dónde estás? —esta vez la voz de Cox ya no ronroneaba.

Ana se despegó de la pared y caminó hacia el muro del balcón, divisando un paisaje increíble.

—Yo… estoy con Andrew, en su casa… —«¿Por qué debía decirle todo?», se preguntó nuevamente maldiciendo por lo bajo.

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