Ana bajó la mirada recordando estos detalles, incluso la mirada hundida de su padre cuando ella pidió ayuda, aún la generaba su mente.
—Todos aportaron un grano de arena… Ned Overent no fue mi única oscuridad…
—Pienso lo mismo, pero…
—¿Pero? —interrumpió Ana—. A pesar de todo lo que uno puede sanar, uno jamás olvidará, Oliver.
Él negó varias veces.
—Es imposible que se olvide mientras se tenga conciencia, Anaelise, pero lo bueno es que en ese recuerdo ya no hay dolor, o al menos no del que te sigue dañando.
En ese instante los ojos de Ana se llenaron de lágrimas, unas que no pudo ocultar y que se deslizaron en segundos por sus mejillas mientras tomaba las manos de Oliver y afirmaba varias veces.
—El odio a veces ciega la vista a la realidad, quizás pude hablar un poco más con Edward y…
—No —la frenó Oliver—. Anaelise, tú…
Ana apretó sus manos más fuerte y Oliver se quedó callado cuando la vio cerrar sus ojos y sus labios abrirse.
—Perdono a mis padres, Oliver, desde el fondo de mi corazón los perdono, incluso… —Ana frunció su boca y soltó un sollozo aun con los ojos cerrados—. Incluso perdono a mi tío…
Oliver abrió los ojos atónitos a lo que escuchaba, y sin perder el tiempo, abrazó a Ana con aprensión.
—Eres tan fuerte… eres única Anaelise… y vendrán los mejores momentos de tu vida a partir de ahora.
No supieron cuando tiempo estuvieron en la misma posición, pero solo cuando ella soltó un suspiro, Oliver se despegó de ella.
—Voy a extrañarte a toneladas —le dijo Ana limpiándose el rostro—. Iré donde Mery con algo que compré para ella y me despediré. Estoy muy agradecida por todo lo que han hecho por mí.
Él sonrió y luego se levantó.
—No te zafarás de mí fácilmente, en cuanto pueda viajaré y los molestaré lo que más pueda.
—Por supuesto, Oliver, espero a la persona que me enseñó mucho del amor de un padre. Siempre serás bienvenido en mi vida.
Después de que puso un pie fuera de esa casa de la que tanto le costó salir, Ana le hizo señas a un taxi para ir a hacer su próxima parada.
Abrazó a Mery con apremio y le dio algunos detalles de su decisión. Mery estuvo feliz con ella y se entusiasmó cuando supo que su galán Cox, estaba detrás de todo esto.
No tardo más de una hora cuando se fue a su apartamento a bañarse, comer algo y comenzar a preparar aquella cena especial que quiso ofrecer a su amigo para cuando llegara.
Abrió la puerta del balcón y cuando miró la hora supo que debía ir a arreglarse un poco para su llegada.
Se puso unos jeans rotos, una blusa corta y se hizo una coleta. Justo cuando estaba por salir de su habitación, vio la pequeña caja de música y el corazón se le puso como una pasa.
Era impresionante que tomara la decisión que tomara, se iría llorando de cualquier lugar.
El timbre de su apartamento sonó y ella corrió por terminar de arreglar la mesa antes de abrir.
—Hola —Saludó Andrew con la mano y Ana abrió la puerta para que pasara.
Cuando el chico avanzó para entrar, en definitiva, notó en como la mesa estaba decorada y muy arreglada, como si hubiese una cena romántica para dos.
Él frunció el ceño y se giró enseguida.
—¿Cox está aquí? —preguntó de inmediato.
Ella negó.
—Esto es para ti, Andrew…
—¿Para mí?
—Sí… tú… —Andrew dio dos zancadas hasta su lugar y tapó su boca.
—No hagas esto, Anaelise, no me hagas parecer especial, no quiero que lo hagas…
—Eres especial para mí, Andrew, eres mi mejor amigo —Ana quitó la mano de su boca y se hundió en su pecho abrazándolo enseguida—. Perdóname si te hice daño, perdóname por no hacer más por ti… Eres la persona perfecta Andrew, y por favor que nadie te diga lo contrario, nunca.
Definitivamente este era el día de llorar, porque, aunque Ana odiaba hacerlo con todas sus fuerzas, no podía quitarse el nudo y la presión que sentía en su corazón. Esto sería más difícil de lo que ella pensó.
Andrew correspondió su abrazo, mientras que escondía la cara de Ana en su cuello. Le fue muy difícil no tragar duro a la vez que varias lágrimas se le escurrían por el rostro.
Iba a extrañarla como la vida, Anaelise se había convertido en su otro brazo y ni siquiera sabía que iba a hacer la otra semana cuando entrara a clase y ella no estuviera allí en su puesto habitual.
El solo pensamiento le amargó el corazón y solo besó su cabello para reprimir sus ojos mientras profundizaba su abrazo.
—Te amo tanto, Anaelise, —dijo con la voz rota, y con el alma desgarrada—. Por favor, nunca dudes en llamarme cuando necesites de mí.
—Espero que me visites… Quiero que lo hagas…
—Por supuesto, y sobre todo prepárame una habitación en casa de Cox, estoy seguro de que le encantará recibirme en su casa…
Por una situación muy extraña ambos comenzaron a reír con lágrimas aun frescas en sus ojos. Y para cuando estuvieron tranquilos, Ana comenzó a servir la cena que había preparado para él.
Con sillas en el balcón, Ana tenía la pierna de Andrew encima de la de ella mientras miraban el cielo estrellado. Andrew estaba recostado en la silla mirando fijo, pero ella lo observaba con detalle.
Aunque él no lo notaba, a ella se le bajaban las lágrimas de vez en cuando, pero no quitaba su mirada de él, porque después que ella se fuera, su relación jamás seguiría igual.
No quería aceptarlo, pero, literalmente estaba terminando con todo lo que concernía Durango para ella.
—¿Qué tal tres llamadas a la semana? Necesito al menos decirte como van las clases…
Ana sonrió y desvió la mirada, sabía que tenía sus ojos vidriosos y los ojos nublados.
—¿Qué tal cuatro? Y eso prometiendo que iras cada vez que puedas…
—Mmmm… —Andrew tocó su mandíbula como pensando.
—También me contarás cuando haya una chica… o un chico…
Andrew giró de golpe, y se levantó con la cara roja.
—¡Te lo buscaste, Anaelise!, voy a joderte esas costillas hasta que me canse.
Ana trastabilló tratando de salir, corrió rápido, pero fue inevitable, el cuerpo de Andrew atrapó en suyo y diferentes lágrimas se mezclaron ahora en sus ojos.
Unas porque ellos estaban felices juntos, y otras porque inminentemente ella estaba despidiendo a la persona que la amó con esa inocencia que jamás encontraría en otra persona…
***
La mirada de Xavier estaba perdida mientras sus manos reposaban en los bolsillos de su bata blanca, y el sonido agitado alrededor lo cubría. Varios colegas, y algunos representantes, estaban en el café hablando sobre los avances que tendría el hospital por los equipos nuevos que llegarían en aproximadamente una semana, y si no fuera porque su mente estaba muy lejos de aquí, estaba seguro de que estaría disfrutando de esa alegría con todo ellos.
Pero la palabra alegría, no era precisamente algo que se acoplara en su cuerpo ni en su mente ahora, porque, aunque estaba tratando de respirar con calma y pensar en las cosas de nuevo, simplemente todo se le había desmoronado en sus propias manos.
Anaelise se había ido ya hace tres días, y aunque su teléfono estaba prendido, ella no contestaba sus llamadas. No podía entender como las personas a su alrededor le pedían calma, y un poco de tiempo para ella, si Ana necesitaba pensar algo, es porque no estaba segura de sus sentimientos, y solo ese pensamiento, le hacía doler el alma y quejarse contra su martirio.
No lo soportaría, no de esta forma.
«¿Cómo podía volver a lo mismo de nuevo?». Se preguntó a sí mismo mientras sus ojos se nublaron.
—Xavier…
La voz de Kath llegó como un disparo, y ella se acercó.
—¿Qué pasa?
Ella abrió sus ojos de repente y le hizo ver en la dirección de todos sus compañeros que estaban esperando una respuesta, entonces desvío la mirada y la posicionó en Kath de nuevo.
—Ellos preguntan, ¿quién tiene las llaves de los depósitos? —su amiga le hizo la pregunta en susurro para que él se conectara nuevamente a la conversación.
Cox carraspeó varias veces y levantó su mano.
—Lo siento, me fui por un momento; hay un sistema de vigilancia que tiene esa tarea, solo las personas autorizadas podrán entrar y eso después que firmen un libro con fecha y hora. No se preocupen todo está organizado…
—Eso es excelente, Cox, cuando recibamos la visita Nacional, este hospital recogerá más apoyo y financiamiento —dijo Adam Kuhn, un hombre que no le caiga tan bien a Cox, pero él lo disimuló bien.
En algún momento se imaginó a Ana trabajando aquí, y estaba seguro de que, lo primero que le pediría era alejarse de este hombre.
¿Qué estaba diciendo? ¡Ella se había ido!
Volvió a sacudirse la cara y se levantó de golpe.
—Creo que hay hospitales que ameritan más apoyo económico, estamos bien por ahora, yo me haré cargo…
Antes de que diera un paso, Adam volvió a intervenir.
—No es malo que estemos en la escala entre los mejores.
Cox se frenó en seco y le envió una sonrisa a su colega mientras los demás tomaron su café en silencio.
—No quiero tener escalas brillantes, Adam, quiero salvar vidas y mantenerlas sanas… Esa es mi prioridad, y debería ser la de todos ustedes…
—Por supuesto… —respondió el hombre mirando a los demás.
—¿En serio? Hace segundos pensé que no lo tenías claro —contraatacó Cox dejándolo enmudecido.
—Discúlpenos —interrumpió Kath un poco sofocada—. Xavier, vamos, debemos reuniones para los informes.
Cox asintió y todos se despidieron de ellos cortésmente. Pero la tensión aún se podía sentir entre esos dos hombres. Caminando rápido, llegaron hasta su consultorio y Kath cerró la puerta mientras lo miraba atónita.
—¿No crees que estás saliendo de la raya?
—¡Me importa una mierda la raya, Kath!, es imbécil solo piensa en el dinero.
—Es el presidente de la federación, debes tener cuidado…
—¡Que se vaya a al carajo con su federación!
—Xavier… por qué no te calmas, sé por qué estás así, pero… ¿No puedes darle un tiempo y ya? Ella necesita pensar las cosas…
Cox se quitó su bata al borde de la ira y la tiró contra el escritorio.
—¿Qué es lo que tiene que pensar? ¿Por qué no me dijo nada?, ¡Kath! ¡Ella se fue! ¡Esa fue su decisión!
Su amiga levantó las manos.
—Ese es tu pensamiento de hombre…
—¡No me jodas! ¿Cuál pensamiento de hombre?
Kath se giró para reprimir la risa que le dio su comentario absurdo, pero no tenía nada más para decir después de que agotó todos sus argumentos durante estos tres eternos días, donde a su amigo le acompañaba un ánimo de perros, y estaba segura de que hoy estallaría pasara lo que pasara.
—¡Escucha! —ella se giró de nuevo, se acercó para llegar hasta donde Xavier se había sentado, y colocó las manos en sus hombros, apretándolos muy fuerte—. Esperaremos hasta mañana, ¿de acuerdo?, si no, yo misma te acompañaré… a Durango.
Cox soltó un soplido, recostó su cabeza en la silla y en las manos de Kath.
—Quiero verla… y te prometo que lo primero que haré, es darle un castigo a esa engreída…
—Tú la dejaste también… —contraatacó Kath.
Xavier abrió los ojos de golpe y la fulminó con la mirada.
—¿Estás hablando en serio? —le preguntó mientras Kath rodaba los ojos.
—¿No has pensado que necesita hacer cosas allá? ¿Qué debe despedirse de gente y que quiere hacer las cosas por sí misma, sin ti, al menos en esto…?
Xavier giró la silla y atrapó sus manos.
—¿Sabes algo acaso? —preguntó reteniéndola.
Kath abrió los ojos, debía callarse o metería la pata.
—¿Yo? ¿Acaso soy amiga de Anaelise? ¿Por qué debería saber algo?
Su agarre se aflojó y entonces Xavier se levantó sin más.
—Creo que al medio día me iré a casa, no creo poder seguir aquí con este dolor de cabeza.
—Es buena idea, deberías descansar, y tampoco has comido, y si lo has hecho, no creo que nada decente.
—¿Quieres encargarte tú? —le preguntó Cox con esa sonrisa que ella amaba con locura.
—Estaré en tu casa por la noche, y te prepararé algo decente.
—Olvídalo, a esa hora ya estaré muerto.
Cox cerró la puerta de un golpe fuerte y Kath se quedó un poco preocupada por esa última oración. Su amigo se veía terriblemente mal, y no sabía qué hacer para seguir frenándolo. Anaelise no llegaba pronto.
Sabía que ella tomaría un vuelo por la noche, y estaría a las 10:30 pm para recogerla en el aeropuerto, sin embargo, viendo la actitud de Cox y mirando su reloj, no se sentía segura si su cuerpo daría para que ella pudiera retenerlo por más tiempo. Esperaba no tener que recurrir a sacar un sedante del hospital he inyectárselo a ese hombre que ahora parecía un animalito salvaje.
Negó varias veces con ese pensamiento, mientras sacó su móvil para llamar a Anaelise…
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