—¿Gonzalo?, ¿eres tú? —Gonzalo estaba comprando alimentos en el supermercado. Su hija había regresado recientemente a la villa y Gonzalo estaba solo, pero ahora que no tenía más negocios que atender, sus días seguían siendo relajados y normales.
Oyó que alguien le llamaba y vio a una hermosa dama que le miraba.
Gonzalo miró a la dama y se congeló, su emoción fue tan grande que las verduras que tenía en la mano se le cayeron al suelo.
—¿Samanta? —Gonzalo gritó suavemente, pero sus pies se sentían pesados, por lo que no podía moverse.
Samanta García se acercó y tomó la mano de Gonzalo, mirándolo con atención, las lágrimas empezaron a fluir.
Ella había vuelto a buscarlo a él y a su hija. Su hija ya fue localizada por ella, pero ésta se había enterado de que Gonzalo había ido al extranjero para recibir tratamiento médico por su enfermedad cardíaca.
—No llores, no serás hermosa si lo haces. mi Samanta es la mujer más hermosa de este mundo. —Gonzalo quiso secar las lágrimas de Samanta, pero apenas levantó la mano, lo bajó de inmediato, pues él ya no estaba en la posición de hacerlo.
Sacando un pañuelo de su bolsillo, Gonzalo se lo entregó a Samanta.
—Gonzalo, sigues siendo el mismo. —Samanta cogió el pañuelo y se secó las lágrimas. Se sentía demasiado avergonzada frente a Gonzalo.
—¿Hace cuánto tiempo que regresaste? ¿Has visto a tu bebé? —Gonzalo preguntó a Samanta.
—He vuelto hace más de medio año, y ya he visto a mi niña. Ha sido bien educada por ti, te lo agradezco mucho, Gonzalo. ¿Te parece si vamos a tomar un café? —Samanta había estabilizado sus emociones.
Cuando estaba en el coche hace un momento, vio a Gonzalo y se apresuró a pedir al conductor que parara el coche, luego se bajo y lo persiguió hasta el supermercado. Como el lugar era tan grande, ella tuvo que dar varias vueltas antes de poder encontrarlo.
—Está bien, vamos. —Gonzalo sabía lo que se avecinaba.
—Gonzalo, bebe. Es el café Espresso que tanto te gusta. —Samanta ayudó a Gonzalo a pedir el café.
—Es difícil que no recuerdes mis gustos, gracias Samanta. —Gonzalo cogió su taza de café, pero no le agradó mucho después de tomar un sorbo.
La escena entonces se tornó incómoda y Samanta no sabía por dónde empezar. La persona a la que Samanta le debía más en su vida era Gonzalo.
Gonzalo no sabía lo que debía decir, él era un hombre honesto que podría describirse como alguien demasiado honesto.
—¡Gonzalo!
—¡Samanta! —Ambos estaban callados durante un largo tiempo y, de repente gritaron sus nombres al mismo tiempo.
—Tú primero. —Ambas personas dijeron lo mismo al mismo tiempo.
—Está bien. Déjame hablar primero. —Gonzalo sintió que lo correcto era que él hablará primero.
—Danitza es una chica bastante buena y obediente. Nunca ha preguntado por su madre en todos estos años que has estado fuera, probablemente sea porque te fuiste cuando era muy pequeña y por eso no tiene una impresión de ti. —Gonzalo le dio a Samanta un informe de los asuntos de su hija durante esos años, más o menos.
Desde el jardín de infancia hasta la universidad, era poco probable que fuera a casarse.
—Papá, voy a regresar a casa a cenar esta noche, bueno Alejandro y yo vamos a ir. —Habían pasado muchos días desde que se fue, así que Danitza había echado de menos mucho a su padre y quería verlo.
—¡¿En serio?! Está bien, entendido. Entonces tu papito te hará tu comida favorita. —Gonzalo temió que Samanta se llevara a su hijita, pero ella dejó que él siguiera cuidando de Danitza.
En éste momento su hija volvió a llamarlo, así que Gonzalo se sentía de mejor humor.
No había buscado a otra mujer durante la mitad de su vida, solo porque tenía miedo de que eso no fuera bueno para Danitza. Su hija era tan linda y Gonzalo la amaba desde el fondo de su corazón.
Tras terminar la llamada, Gonzalo fue a comprar más comida y volvió para preparar la cena. Necesitaba llenar la alacena, pues hija y su yerno volverían esa noche.
—Danitza, ¿por qué sigues con esa sonrisa en tu rostro? —Alejandro, que llevaba dos días de pereza, no tenía más excusas para seguir así, por lo que se que no le quedaba de otra mas que leer los documentos por su cuenta.
—¡Porque estoy feliz, muy muy feliz! —A Alejandro ni siquiera le importaba su pasado. Danitza era feliz con solo pensar eso. ¿No es así como una pareja debe ser honesta y abierta?
—Oh, entonces iré para escuchar ¡qué cosa es lo que hace a mi esposa tan feliz! —A Alejandro le aburría tratar esos aburridos documentos. Como Danitza estaba a su lado, ya no podía concentrarse en absoluto.
—No, no es necesario. Tú sigue trabajando. —Danitza se apresuró a agitar las manos. La noche anterior no podía soportar ver a Alejandro enfermo, fue por su culpa que éste sufrió tanto...
—Contigo aquí, ¿cómo puedo concentrarme en el trabajo? —Alejandro se acercó y puso a Danitza entre sus brazos.
—Entonces tendré que marcharme, no quiero cargar con la responsabilidad de afectar al trabajo del presidente. —Danitza empujó a Alejandro, intentando que la dejara salir.
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