—Alejandro, ¿con qué te han alimentado? —Era casi por la tarde, y en cuanto Danitza abrió los ojos y vio un rostro apuesto que estaba observándola, se enfadó, pero al moverse ligeramente, sintió que su espalda se iba a romper.
Mirando a Danitza con cara de enfado, Alejandro, bien complacido sonrió y dio la vuelta a Danitza.
—¿Qué quieres? —Danitza miró a Alejandro con recelo, pero le dolía todo el cuerpo y ya no podía resistirse.
—Me encantaría hacerte algo, pero tal vez no puedas —Alejandro se burló mientras masajeaba la cintura de Danitza con sus manos.
El hombre era bastante bueno dando un masaje, y Danitza se limitó a cerrar los ojos y a disfrutarlo.
Al tocar la suave piel de Danitza, Alejandro sintió que su amiguito reaccionaba, y con un esfuerzo por mantenerlo a raya, la mano de Alejandro se detuvo.
—Vamos, no te detengas de repente. —Danitza estaba disfrutándolo y la repentina pausa la desconcertó.
—Bien. —Alejandro volvió a masajear la cintura de Danitza, que era muy suave y adecuada para realizar muchas poses, ¿tenía algo que ver con el hecho de que había sido bailarina de ballet desde niña?
La mente de Alejandro pensaba así, si Danitza supiera lo que estaba pensando, ¡querría matarlo a bofetadas!
Danitza por fin estaba a gusto. Se preguntaba cómo trataba a Victoria, si también era así de desagradecido con ella.
—Ya está bien. Por cierto, señor Alejandro, ¿por qué no has ido a trabajar? —Danitza se dio la vuelta, con el propósito de ponerse a trabajar.
—En realidad, creo que es más apropiado que me llames Alejandro o cariño. —A Alejandro le incomodaba que Danitza lo llamara señor Alejandro.
Danitza le puso los ojos en blanco, realmente no había nada que decirle, se levantó, se aseó y empezó a peinar su largo cabello oscuro y brillante que le llegaba a la cintura.
—Deja que te lo cepille. —Alejandro cogió el peine y ayudó suavemente a Danitza a cepillarse el pelo.
—Señor Alejandro, ¿sueles cepillar el pelo de las chicas? Eres bastante hábil en ello. —Danitza se miró en el espejo y vio los suaves movimientos que hacía Alejandro.
Alejandro no dijo nada, era la primera vez que peinaba a una chica y frunció los labios con nerviosismo, temiendo hacerle daño a Danitza.
Tras cepillar su pelo, respiró aliviado.
Mirando su pelo ya peinado hacia atrás, Danitza se lo puso en una coleta para conseguir un look sencillo y bonito.
Alejandro estaba a punto de alabar a Danitza cuando sonó su teléfono, miró para dar en cuenta que era su asistente quien lo llamaba, así que se apartó para contestar.
Después de contestar el teléfono, Alejandro se fue y Danitza se vistió para bajar a desayunar. Después de una larga noche en la que Alejandro la había despojado de sus fuerzas, su estómago ya rugía de hambre.
Ni siquiera se había comido un bollo cuando el teléfono de Danitza sonó y sonó insistentemente.
Tras echar un vistazo y ver que era Nora, Danitza se apresuró a coger la llamada.
La señora Fernanda siempre quiso tener un nieto, ¡al parecer iba a tenerlo pronto! Diego fue felizmente a llamar a Fernanda.
—Danitza, Danitza. He venido a verte. —Danitza seguía ocupada en su habitación cuando escuchó la voz de Fernanda entrando por la puerta.
—Ya voy. —Danitza sabía que Fernanda era buena con ella, y ahora parecía que todos los Hernández eran bastante buenos con ella, excepto Alejandro, que le tenía poco afecto.
En la entrada, Fernanda tenía las manos llenas de tónicos y miraba a Danitza con una sonrisa en la cara.
—Señora, ¿por qué carga tantas cosas? —Danitza los recogió apresuradamente.
—No me llames señora, somos una familia, ¡llámame mamá! —Fernanda dejó sus cosas e insistió en que Danitza la llamara mamá.
—¡Mamá! —Danitza no había utilizado ésta palabra en mucho, mucho tiempo; su madre se había ido cuando era muy pequeña y apenas había llamado así a su madre.
—¡Buena chica! Danitza, te cuento, esto es cornamenta para Alejandro, esto es gastrodia, esto es baba de golondrina, esto es abulón… —Fernanda le mostró a Danitza todas las cosas que había traído.
Danitza miraba el montón de cosas y no sabía qué hacer con ellas, todas eran cosas muy costosas, ¿no?
—Mamá, estoy bien, estoy sana, no necesito tónicos, el señor Alejandro tampoco los necesita, eso creo. —Danitza pensó en que Alejandro era tan enérgico ya sin suplementos, y si los tomaba, ¡no sufriría ella aún más!
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