Entre Mafias romance Capítulo 23

Mía

Cada vez que cierro los ojos vuelvo a revivir la noche anterior. El momento desesperado en el interior del coche de Marcus. Me muero de vergüenza. Literalmente, voy a morir de vergüenza.

Fui capaz de contenerme cuando el hombre que estaba dentro del reservado intentaba acostarse conmigo. No dudé ni un  momento. Sabía que no había droga que me hiciera acostarme con él. Pero en cuanto nos quedamos Marcus y yo a solas todo se intensificó. Mi cuerpo pedía a gritos el suyo, exigía sentirlo y acariciarlo, fue superior a mi.

Esta tarde quiere que hablemos ¿cómo voy a encararlo después de mi

comportamiento? Quiero que me trague la tierra y no volver a salir.

En el hospital todo va como de costumbre. Me encanta estar aquí. Me olvido de todo, los problemas y las preocupaciones dejan de existir y mi día mejora, o por lo menos eso pensaba yo, hasta que tengo que ir a curar a una chica que al caerse por las escaleras se ha hecho una herida en el brazo. Nada más verla está claro que su caída tiene nombre y apellido.

- ¡Buenas! - Saludo con una sonrisa - Mi nombre es Mía.

Es importante que se sienta agusto para poder entablar una conversación. Quiero comprobar si tengo razón o no.

- Mi nombre es Lea - Dice tímida, mirándose las manos.

Es una chica muy guapa, pelo castaño largo y ojos marrones, pero lo que más llama la atención es su mirada. Es una mirada triste, asustada, de impotencia, de súplica. Se me parte el alma ver a una mujer que sufre, pero no reúne el valor para alejarse de su agresor.

- Voy a curarte ¿vale?

Acaricio con mís dedos su mano para que me preste atención y compruebe que no voy a hacerle daño.

- Está bien - Por fin me mira y me sonrie, es una sonrisa pequeña, casi inexistente, pero suficiente por ahora.

Intento entablar conversación en varias ocasiones, pero contesta con monosílabos. Supongo que lleva siendo maltratada mucho tiempo, tiene automatizadas las respuestas cortas y ambiguas, casi como si se esforzara por no contestar erróneamente.

Decido acompañarla a la sala donde se supone que la espera su marido. Miro hacia atrás y veo a Dante a cierta distancia de nosotras. Tener a un gigante cubriendote las espaldas  hace que sea más lanzada de lo normal. Pero si puedo aprovechar la situación para ayudar a otra persona, lo voy a hacer.

- Ya era hora - Se acerca un hombre con el pelo lleno de gomina y peinado hacia atrás - Llevas una eternidad dentro.

No pregunta cómo está o si tiene que tomar alguna medicina. Lo que más le preocupa después de que su mujer haya tenido un " Accidente" Es que ha tardado demasiado en salir. Lea baja la cabeza y se disculpa.

Me interpongo entre ambos

- Supongo que usted es su marido.

La agarra de la muñeca y tira de ella hasta acercarla a él. Odio este tipo de hombres. Después de lo que me hizo mi padre, de la paliza de Beni o de los engaños de Marcus, no puedo soportar ver el mismo dolor en los ojos de otra chica.

- Si, soy  yo ¿por qué?

- Para comentarle que su esposa está bien, supongo que estaba muy preocupado.

Resopla cansado. Le estoy molestando y me encantaría que intentara hacerme algo para que Dante le destrozara a patadas.

- Si, si claro que lo estaba - Tira de Lea para que camine hacia la salida - No vuelvas a hacerme esperar.

Escucho sus últimas palabras. Acaba de mandarla al hospital después de darle una paliza, pero no ha sido suficiente, nunca es suficiente para este tipo de personas.

El resto del día no puedo quitarme a esa chica asustada de la cabeza. Podría intentar hacer algo más por ella, pero no puedo robar información privada del hospital, podría meterme en un buen lío.   Tal vez si se lo comento a Marcus él pueda ayudarme. Es poderoso ¿no? Muchos hombres trabajan para él, muchos le temen y le obedecen.

Dante me deja en la entrada del Castillo. Espero que Marcus ya haya llegado de trabajar también, tengo que hablar con él.

Golpeo la puerta de su despacho. Si no está fuera, siempre está aquí metido rodeado de papeles y whisky.

- Adelante - suena su voz desde dentro.

Abro la puerta y camino decidida hasta la mesa. Marcus entrelaza los dedos y se reclina sobre el sillón.

Siempre ha sabido leerme a la perfección, así que solo puedo admitir la verdad, mis miedos, para que intente comprenderme. Con Marcus las medias tintas no suelen salir bien paradas.

- Sé lo que siento por ti, pero también sé que te estás comportando como el Marcus que me engañaba, el que me mintió y me abandonó - He cogido carrerilla y ya no puedo parar ¿no quiere saber la verdad? Pues toma verdad -  tu no eres así, y estoy cansada de sentirme engañada - Me bajo de la mesa y camino hacia la puerta. Había tenido un buen día alejada del hombre que tanto daño me ha hecho, el único que ha sido capaz de romper mi corazón - He visto como eres en realidad, Marcus, no lo olvides.

Salgo de su despacho con un humor de perros. Necesito descargar de alguna forma toda la rabia que siento. Salgo por la parte trasera a los jardines. Tal vez si paseo un rato se me pase.

Hay un estrecho camino de tierra entre los árboles. Camino por él en la penumbra que las altas copas proyectan sobre el suelo. Respiro hondo y cada flor que veo me agacho para olerla. Esto debería considerarse terapia, puedes olvidarte de todo si consigues centrarte en el encanto de los bosques.

Llego a un pequeño claro. Me tumbo sobre la hierba y cierro los ojos. El sol no calienta la suficiente como para quemar, pero si lo bastante como para que entre en un duerme vela  agradable.

Aunque tengo los ojos cerrados una sombra oscurece la claridad que siento a través de los párpados. Al abrirlos encuentro a Marcus. Se sienta  a mi lado con una cesta de picnic.

- ¿Qué es? - pregunto sin quitarle ojo a la cesta de mimbre.

Saca unos tupper de distintos tamaños. Al abrir el primero me sorprende una ensalada con infinidad de ingredientes, el otro tiene fruta y el tercero un trozo de tarta de algo parecido a la tarta de queso que me vuelve loca. Ni por asomo me creo que esto lo haya preparado él, pero es un detalle que haya tenido la idea y esté aquí conmigo.

- Un picnic, venga come - Dice tendiéndome un tenedor - Puedes pensar que actúo porque has visto la peor cara de mi, pero no es así, contigo no puedo ser así, no me sale... Ya no...

Ya no... ¿Qué significa eso? ¿Acaso insinúa que es así de verdad? Este hombre me provoca dolor de cabeza. Ni en un millón de años creo que lograré saber que piensa de verdad.

Pincho el tenedor en el centro de la ensalada. Me lo acerco a la boca y justo antes de comer el bocado, veo  pequeños trozos de almendras repartidas por la ensalada. Instintivamente, suelto el tenedor que cae el suelo. Él no puede saberlo, no hay forma de que nadie lo sepa, mi padre se aseguró de ello. Mi alergia a las almendras no aparece ni en mi historial médico.

En un principio no entendía porque mi padre desde pequeña me obligó a ocultarlo, a borrarlo de todas partes, a disimular cuando  algo tenía almendras y hacia creer a los demás que no tenía hambre.

- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Me mira con preocupación. Acerca su rostro al mio y realmente puedo ver que está preocupado  ¿es de verdad? ¿Siente algo verdadero por mi o vuelve a ser una estrategia? ¿Confío en él y le cuento lo que nadie sabe? En este castillo parece que tienen predilección por las malditas almendras y si algún día no estoy atenta puedo comerlas y... El error sería fatal.

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