Entre Mafias romance Capítulo 32

Mía

Mi padre no parece enfadado, pero he aprendido a la fuerza que no puedo fiarme de él.  Salimos del baño, pero no podemos avanzar mucho más, hay ocho enormes hombres con las pistolas en las manos apuntándo a mi padre.

Uno de los hombres de Marcus se hace a un lado y aparece mi marido junto con los tres hombres con los que hablaba en la mesa. Todos llevan pistolas ¿Es qué aquí no hay nadie normal? ¿Todos pertenecen al mismo gremio?

- Querido suegro ¿quieres morir? -  Marcus llega hasta nosotros y arranca el agarre de mi padre de un tirón - No la toques con tus asquerosas manos.

Me llevo la mano al antebrazo, lo tengo dolorido por la fuerza con la que mi padre tiraba de mi.

- Solo quiero hablar con mi hija ¿desde cuando eso es un delito?

Me quedo petrificada observando a mi padre ¿puede que esté arrepentido? Si es así, es la mejor noticia que me podría dar.

Marcus lo agarra por el pecho y lo estampa contra la pared.

- No tienes nada que dec...

- Yo quiero escuchar lo que tiene que decir - lo interrumpo.

Marcus resopla. Suelta a mi padre y se gira hacia mi. Se pasa las manos por el pelo como cada vez que digo o hago algo que le desespera. No me importa.

- Mía, es un truco ¿no lo ves? - Susurra cabreado - Tu padre ni olvida ni perdona.

- Es mi hija - Salta mi padre - ¿cómo no voy a perdonarla?

Está comenzando a dolerme la cabeza. Puede ser un truco, claro que si, pero estoy rodeada de hombres armados que no dudarían en disparar, y si no quiere engañarme puede que arreglemos las cosas y así podremos dejar atrás tanto odio y sufrimiento.

Marcus vuelve a empujarlo contra la pared, coloca la pistola sobre la sien de mi padre. Casi no puede contener la ira, temo que pierda el poco control que le queda.

- Cállate, bastardo - Ordena.

Me acerco a los dos hombres de mi vida y colocó mi mano sobre la de mi marido, justo a la altura de la pistola. Niego con la cabeza, él sabe que si le hace daño a mi padre jamás le perdonaré, no me importa si es un mafioso o si ha intentado matarme, no soy como ellos y no quiero solucionar las cosas a balazos.

- Voy a hablar con mi padre.

No le pido permiso, solo tiene que respetar mi decisión. No puedo pasarme la vida al lado de un hombre que cree que puede dirigirme, y él lo sabe.

Suelta a mi padre conteniendo la rabia. Tiene el ceño fruncido y los labios apretados. Antes de que pueda darme cuenta, golpea el puño contra la pared, vuelve a hacer dos veces más, temo que se parta un dedo así que agarro su brazos suplicándole que pare. Ha perdido completamente la poca serenidad que tenía.

Sus hombres y los tres compañeros de mesa que le acompañaron hasta aquí siguen con las pistolas apuntando a mi padre, ver a Marcus así solo hace que todos se pongan nerviosos.

- ¡VALE! - grita - Cacheadlo  - Ordena a sus hombres - Después podréis hablar, pero yo estaré presente, no pienso dejarte a solas con él así que ni me lo pidas.

Sus hombres comprueban que no va armado, no tiene nada con lo que pueda hacerme daño. Caminamos los tres  hacia uno de los despachos. Marcus abre la puerta con violencia y espera a que mi padre y yo pasemos, después la cierra de un portazo.

Mi padre se acerca a mi. Su mirada se ha dulcificado, no es la misma que la del baño. Y aún así, no termino de creerme esta actitud sumisa y paternal que jamás ha tenido.

- Hija, esto se nos va de las manos.

Asiento dándole la razón. Es la hora. El momento en el que tenemos que arreglar  nuestra relación. Sino cualquier día Marcus matará a mi padre o mi padre me matará a mi.

- Tiene razón, padre. Todo este odio se tiene que terminar.

Marcus se acerca a nosotros con tranquilidad, o por lo menos mucho más tranquilo que hace un rato. Mira a mi padre con un sonrisa cómplice y después a mi.

- Señor Carusso, ya que queréis hacer borrón y cuenta nueva, cuéntele a su hija quien nos disparó en el restaurante.

Hubo un momento en el que se me pasó por la cabeza, pero que realmente haya sido capaz de hacer así. Coloco mis manos sobre mi boca, sorprendida y dolida a partes iguales.

- Si t.. Te pasa al..go me muero.

Acerca sus labios a los míos. Dulce y delicado como pocas veces. Saboreo su sabor, disfruto de su calor, acto seguido irrumpe con  su lengua en un  juego sensual que me encanta. El dulce Marcus se ha vuelvo desesperado. Sus labios exigentes, sus manos demandantes buscan la cremallera de mi vestido. Le cuesta dar con ella por la borrachera. Separa nuestras bocas y a estas alturas los dos respiramos con dificultad. Baja la mirada hasta el escote y con sus manos tira de él hasta rasgarlo por completo.

- Lo has roto.

Responde acercando sus labios a los míos de nuevo. Me baja el vestido hasta que cae por mi cadera hasta el suelo. Me levanta a horcajadas y me lleva hasta la cama.

Me tumba y se sube encima de mi. Tiro con todas mis fuerzas de su camisa hasta que consigo que los botones salgan volando. Ahora su pecho de tatuajes queda a la vista.

- Mi fierecilla - Gime besándome el cuello.

Antes de que nos demos cuenta, le he ayudado a quitarse los pantalones y estamos los dos desnudos. Disfrutando del cuerpo del otro. Del amor que sentimos y que constantemente ocultamos por miedo a sufrir. Marcus exige cada parte del mio, y yo decido que no quiero ser más la sumisa Mía.

Tiro de él y lo tumbo en la cama. Me coloco sobre él con las manos sobre su pecho sudoroso. Marcus coloca las suya en mis glúteos y me ayuda a sentarme a horcajadas sobre él, invadiéndome con todo su ser.

- Joder, Mía - Gruñe cerrando los ojos

Me muevo al ritmo de los sentidos, no puedo dejar de moverme y de sentirlo dentro de mi.

Marcus se levanta conmigo en brazos y estrella mi espalda contra la pared. Se mueve frenéticamente entrando una y otra vez dentro de mi.

- No pares - Suplico - No aguanto más.

Una de sus manos la enreda en mi pelo y tira provocándome un placer que no sabía que existía. Al momento siento las oleadas de placer traspasar todo mi ser, instantes después, siento las réplicas del placer de mi marido. Dejo caer la cabeza sobre su ancho hombro con  él todavía dentro de mi.

- Te quiero - digo con la respiración agitada y con los labios pegados a su oído

Me lleva a la cama y se tumba a mi lado. Los dos continúamos respirando con dificultad y nuestros cuerpos están sudorosos, pero esto ha sido sin duda lo mejor de la noche.

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