Sandro Hamilton, era el mejor piloto de carreras del mundo, sus hazañas solo eran comparables con las realizadas en su oportunidad por el mejor piloto de todos los tiempos, el gran Taddeo Ferrari, quién ya se había retirado unos años atrás del mundo de las carreras, aunque seguían manteniendo la propiedad de una de las escuderías más importante.
Estaba en el mejor momento de su carrera, sin embargo, ese día le tocaría salir tercero, porque su auto había presentado fallos el día de la Pole Posicion.
Cómo siempre se preparó y caminó hacia el auto, a pesar de la revisión realizada por los mecánicos, él también tenía por costumbre revisarlo, lo hizo y cuando estuvo conforme se subió, con una sonrisa, como siempre se sentía ganador, dio la vuelta de reconocimiento al circuito, arrancó el coche e hizo su primer recorrido, dando volantazos de un lado a otro de la pista, comprobó que todas las marchas estaban sincronizadas correctamente.
Luego de la vuelta regresó a su posición en la parrilla de salida, estaba ansioso por arrancar, se sentía seguro, empezó la cuenta y las cinco luces rojas del semáforo comenzaron a encenderse una por una, el ruido de los motores era ensordecedor, la adrenalina corría por sus venas, la potencia de los motores lo ponía eufórico, era lo que más amaba, su salida fue buena, pese a ello no quería presionar porque esperaba poder darle alcance a los otros más adelante.
No obstante, luego de cinco vueltas, cuando uno de los autos delanteros se averió y el chorro de aceite se derramó en el pavimento, Sandro se sorprendió, sabía que las consecuencias eran fatales y a pesar de que intentó eludir el charco no pudo hacerlo, la maniobra era demasiado arriesgada, se deslizó, perdió el control, el auto salió disparado por el aire e impactó contra las defensas de seguridad se partió en dos, al mismo tiempo que sentía como la oscuridad lo envolvía.
Entretanto la gente observaba sorprendido el accidente, muchos se levantaron de sus asientos mirando las imágenes por completo sorprendidos.
—¡El gran piloto Sandro Hamilton, se estrelló! —eran las palabras que se escuchaban de los narradores mientras el mundo miraba con consternación el accidente, pues todos pensaban que el famoso piloto estaba muerto, pues el estado del auto daba a entender que esas eran las consecuencias.
Dos meses después
Sandro esperaba atento la revisión del médico, esperando que por obra de un milagro las noticias fueran buenas, necesitaba levantarse de esa cama y volver a las pistas, porque no creía ser capaz de soportar por mucho tiempo.
—Doctor, por favor, dígame ¿Podré volver a correr? —interrogó Sandro, quién hacía solo un par de semanas había recobrado la conciencia.
—Lamento darte, esta noticia Sandro, pero debo decirte la verdad, no creo que ni siquiera sea posible que vuelvas a caminar, tus probabilidades de hacerlo son del 5% —habló el hombre con seriedad.
—No entiendo —respondió, realmente no es porque no lo hiciera, sino porque se negaba a aceptarlo.
—Siento ser duro Sandro, no hay nada que explicar, tus posibilidades de caminar son mínimas y las de volver a correr ninguna.
Esas palabras fueron la sentencia de muerte en vida para Sandro, sintió como si le hubieran propinado una fuerte puñalada en el corazón, porque para él lo más importante eran las pistas, su vida era el automovilismo, esas palabras del médico se repetían una y otra vez en su mente, pegando un grito mezcla de dolor, rabia, frustración y golpeaba la cama con sus puños, mientras no podía controlar sus lágrimas.
Giró la vista hacia sus padres, quienes lo miraban con los ojos humedecidos, mas la mirada que tuvo el efecto peor a impactar sobre las barreras de seguridad de una pista, fue la de su novia, lo miró con lástima, y hasta con un deje de desprecio en su mirada, y si creyó que su vida no podía empeorar, si fue posible.
—Ornella ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras de esa manera? —interrogó sintiendo un miedo que congelaba hasta sus tuétanos.
—Sandro, lo siento… tengo algo que decirte… no puedo seguir con esta relación, no estoy preparada para esto, no puedo lidiar con un inválido… estoy muy joven para sacrificar mi vida con un hombre que no volverá a caminar.
Caminó a la habitación con alegría, sin embargo, la escena que vio la dejó de piedra. Allí en su cama se encontraba su novio dormido desnudo con una mujer en sus brazos también desnuda.
Su primera reacción fue insultarlo, decirle hasta del mal que se iba a morir, pero se contuvo, se mordió la lengua y sintiéndose como un alma en pena, caminó hacia el vestier tratando de hacer el menor ruido posible, se llevó una mano a la boca para contener el llanto que empezó a brotar, se limpió las lágrimas con premuras, recogió las cosas que tenía allí, las colocó en las maletas y a pesar de querer salir sin mirar atrás, no pudo.
Cuando se paró en la puerta comenzó a aplaudir como una loca frenética.
—¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Estoy impresionada! Eres el mejor actor que conozco, jamás sospeché que me montabas los cuernos —el hombre se despertó sorprendido, apartando la rubia de su lado.
—¡Carlotta! Te juro que no es como parece ¡Escúchame! No tomes decisiones precipitadas, sin que hablemos —pronunció su novio incorporándose en la cama para tocarla.
—¡No! ¡Ni se te ocurra tocarme! ¿Hablar? No creo, porque todo esto —dijo girando su dedo, señalando la habitación—. Vale más que mil palabras y ya no estoy interesada. Te deseo suerte Massimo, porque estoy segura de que la vas a necesitar —habló con aparente frialdad y se retiró con la columna erguida como una reina, aunque por dentro su corazón estaba por completo destrozado y una profunda decepción la invadía, sin embargo, no titubeó porque una Ferrari nunca se doblegaba.
«No doblegarse ante ningún viento...» "Avenida de los misterios" (2015), John Irving.
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