Gaitán por fin entendió por qué le dijo de repente que le invitaba a cenar hoy.
-¿Cómo no eres prudente? ¿No nos llevamos bien estos días?
-Sí, pero yo... -Naomí no sabía cómo explicárselo a la otra mujer, así que intentó mantener su tono lo más calmado posible-. señor Gaitán, lo siento mucho, pero así son las citas, si no le parece bien, es perfectamente posible parar inmediatamente-.
No quería alargarlo, así que trató de ser lo más concisa posible para que la otra persona pudiera escucharla.
Gaitán no tuvo corazón para comer, su propio y hermoso sueño se rompió de golpe. Había pensado que podría salirse con la suya más adelante, pero quién iba a pensar que simplemente diría que no continuaría.
-¿Es por el tipo de ayer?
-No.
-¿No? Creo que sí. Tú y ese tipo estaban teniendo una aventura en la mesa frente a mí, ¿y crees que estoy ciego? ¿Acabas de conocer al tipo ayer y hoy me dices que no?
-No me importa lo que hayas tenido con él en el pasado, busquemos un día propicio para casarnos...
-Lo siento, no me gustas lo suficiente como para casarme contigo.
La actitud de Gaitán seguía siendo firme, y cuando vio que su sueño estaba destrozado y sin esperanza, se enfureció.
-Entonces lo que dijo Bernabé es cierto, ¿no? He visto a muchas mujeres vanidosas como tú que van a casa de un hombre cuando ven que es rico, teniendo relación con un hombre rico mientras me usas a mí, una cita a ciegas como respaldo, Naomí, eres demasiado asqueosa.
Su voz era tan fuerte que inmediatamente atrajo la atención de mucha gente alrededor.
Naomí se quedó congelada en su sitio, pero enseguida quedó claro que la persona que tenía delante estaba molesta y que claramente quería avergonzarla.
Pero este hombre había subestimado la capacidad mental de Naomí, y no le importaba la mirada de otros. Naomí cogió su bolsa y se levantó.
-De todos modos, te he dejado claro mis palabras, lo siento, tengo cosas que hacer en la tienda, te dejo con ello.
Naomí se dirigió directamente a la puerta para saldar su cuenta y salió del restaurante dispuesta a llamar a un coche para marcharse cuando Gaitán se abalanzó sobre ella, la agarró de la muñeca y la arrastró hacia la esquina.
-Peraa, cómo te atreves a jugarme.
El hombre de aspecto educado con gafas desapareció, y ahora Gaitán parecía un animal salvaje enloquecido, arrastrando a Naomí hacia un lugar desierto.
-Suéltame, ¿qué estás haciendo? Socorro...
¡Paf!
Ella gritó y recibió una bofetada en la cara, y al momento siguiente Gaitán le tapó su boca directamente.
-Cállate.
-¿Qué estás mirando? ¿Nunca habéis visto a un marido golpear a su mujer? Esta mujer me pone cuernos, ¿qué hay de malo en que le dé una lección?
Había muchos curiosos, pero al fin y al cabo, seguían teniendo miedo de lo que iba a pasar, y después de oír lo que dijo, todos se fueron.
Naomí fue arrastrado a un callejón lateral.
-Perra, si hubiera sabido que eras una mujer así, ¿por qué habría pretendido actuar? Veré si todavía puedes casarte cuando te quedes embarazada.
Haló la mano de Naomí y, a pesar de las patadas y puñetazos de ésta, le arrancó el vestido, y cuando vio su piel blanca como la nieve expuesta al aire, un destello de sed brilló en los ojos de Gaitán y soltó un gruñido bajo mientras intentaba abalanzarse sobre ella.
-¡No! suéltame... -dijo Naomí con desesperación al comprobar con horror que su fuerza no era rival para la de él.
¡Bang!
Al segundo siguiente, todo el cuerpo de Gaitán salió disparado y se estrelló contra la pared, cayendo al suelo con un ruido sordo.
Diego, que apareció de la nada, le dio una patada en la cara a Gaitán.
Los gritos devolvieron la cordura a Diego. Se quedó quieto, deteniendo todos sus movimientos. Luego, volviéndose lentamente, miró a la niña que lloraba con ojos llorosos frente a él, su mirada oscura y hundida surgió con un toque de estoicismo.
-De acuerdo, no hay tiempo de cárcel.
Con esas palabras, se quitó la chaqueta del traje que llevaba y cubrió el cuerpo de la niña, envolviéndola fuertemente.
Diego bajó la mirada y la secó a la chica las lágrimas, se quedó mirando los ojos rojos y la cara alta e hinchada durante un buen rato, y la levantó.
Naomí no pudo resistirse a estirar la mano y tirar de la manga de Diego mientras lo bajaban suavemente al coche.
-¿Va a morir él?
Los ojos de Diego se enfriaron ante sus palabras.
-No.
-¿De verdad? ¿Debo llamar a una ambulancia para él?
Diego miró a Naomí, que seguía sollozando.
-Yo, sólo estoy preocupada...
-Entiendo lo que te preocupa, me encargaré de este asunto.
Naomí se tranquilizó y finalmente se sintió aliviado.
-Vayamos primero al hospital.
-No, no quiero ir al hospital -Naomí negó enérgicamente con la cabeza y le miró con los ojos enrojecidos-. No me duele... no necesito ir al hospital.
No quería que nadie la viera en este lío, su ropa estaba rota.
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