Falso Amor Del Italiano romance Capítulo 13

LYNETTE

Cuando miro a Brentt, me aparto instintivamente de Zair, recordando las cláusulas del trato y deseando que no vaya a malinterpretar esta situación.

—Brentt —arguyo.

Sus ojos se anclan en mí, me observa con estudiado recelo hasta que con la mirada comprendo que quiere que me coloque a su lado, trato de mantener la calma, aliso la falda de mi vestido y voy hacia él, en cuanto lo hago, rodea mi cintura baja con una mano atrayéndome hacia su cuerpo. La mejillas me arden y mi corazón no deja de latir con fuerza, es cuando me doy cuenta de que mi ataque de pánico ha llegado a su fin.

—Él es Zair Kaegan, el doctor que me atendió después del parto —trato de explicar—. También un viejo amigo de mis años escolares.

Me quedo en silencio un par de segundos antes de seguir con las presentaciones.

—Zair, él es… —le miro y trago grueso—. Mi marido y padre de mis hijos, Brent White.

La hostilidad que hay entre los dos es insaciable, si las miradas mataran, ellos ya estarían más que muertos.

—Un placer conocerlo, señor White —menciona Zair estirando la mano en su dirección con la intención de estrecharla con la de Brentt.

Cosa que él no hace, lo mira de arriba abajo como si fuera un ser inferior que tiene la osadía de mirarle o respirar el mismo aire que él.

—¿Nos vamos? —Brentt se gira hacia mí.

Asiento, al escuchar que su tono es nada negociable, intento seguirle el paso cuando nos alejamos del balcón, mis pasos son pequeños a comparación de los de él, entramos a una habitación y me doy cuenta de que es una enorme biblioteca.

—¿De dónde lo conoces? —pregunta a mis espaldas.

Me doy la media vuelta y el valor se me encoge al ver esos ojos asesinos posados esta vez sobre mí.

—Ya te lo dije, de la escuela, fue… —me quedo callada.

—¿Fue qué? —Brentt se cruza de brazos.

Sopeso la idea de decirle la verdad o de mentir, solo que tengo la firme sospecha de que huele las mentiras a miles de kilómetros de distancia, por lo que decido cambiar de táctica.

—Fuimos novios, hace años que no lo veía, hasta ese día del hospital, es todo —confieso con rapidez.

Brentt parece pensar en si digo o no la verdad, al final, toma asiento en uno de los sofás de piel.

—No me seas infiel, esposa —hay una nota burlona en su voz que hace que un escalofrío recorra mi espina dorsal y me deje sin aliento.

—Jamás lo haría —respondo con seguridad.

—Que bueno, porque en cuanto lo hagas, te quito a mis hijos y por Dios juro que no los volverás a ver en tu vida —me amenaza con un brillo desafiante en los ojos.

Sus palabras me sientan como patada en el estómago, no respondo, solo asiento en silencio, nos quedamos así por lo que me parece mucho tiempo, es como si esperara a que hiciera o dijera algo.

—Eres un mafioso —logro articular.

—Soy hijo del Capo de la mafia Italiana, en unos días tomaré su lugar y seré yo el líder de la organización —musita—. Una de las razones por las que te pagué desde un principio para que tuvieras a mis hijos, es porque necesito un legado y una mujer, la esposa que me querían imponer es Yara, una mujer criada dentro de la mafia, su padre es el consejero, así que nuestra unión hubiera sido una ventaja sin duda.

—¿Entonces por qué te has casado conmigo?

—Porque a mí nadie me impone nada, y porque no soy un hombre que se enamora y mantiene un matrimonio feliz —espeta con firmeza—. No me interesa encontrar el amor o una buena mujer, este matrimonio es un medio para un fin mayor, y mis hijos son los que seguirán con mi legado.

Esto último no me agrada, levanto la mirada a punto de replicar, pero él se pone de pie y niega con la cabeza.

—No vayas por ese camino, no hagas que pierda la confianza en ti, eres la única persona que se puede dar el lujo de que yo le confíe a mis hijos —finaliza con simpleza—. Eres su madre y he visto de primera instancia cuánto los amas.

—Son mis bebés, lo más preciado, haré cualquier cosa para mantenerlos a salvo —prometo sin saber cuál es el verdadero peso de mis palabras.

Él me observa como si quisiera atravesar mi alma, luego se pone de pie y se acerca a la puerta.

—Andando.

Le sigo hasta las afueras de la enorme e inquietante propiedad, nos subimos al auto y nos ponemos en marcha, detallo el rostro de Brentt, es un hombre apuesto y estoy segura de que haría mejor pareja con la pelirroja, aunque siendo honestos, los dos me dan la impresión de que me quieren asesinar. De un momento a otro se da cuenta de que lo observo y aparto la mirada de él casi enseguida. Para cuando llegamos, me doy cuenta de que se trata de una casa más pequeña que la anterior, aunque esta no tiene la misma apariencia tenebrosa, el enorme portón se encuentra abierto y baja del auto sin decirme una sola palabra.

Camina hacia el interior de la casa, le sigo tratando de no tropezar con el camino de piedras, al entrar, él está en medio del vestíbulo, frente a él hay cinco hombres y cinco mujeres, les da algunas instrucciones y ellos afirman que han entendido.

—Les presento a mi esposa —les habla con voz demandante—. Lynette White, de ahora en adelante es su deber hacer que se sienta cómoda, al igual que mis hijos.

"Sí, señor"

Responden todos al unísono como si fueran soldados de guerra ante su coronel.

Se mueve de un lado a otro, sopeso mis opciones y decido en si debo despertarlo o dejar que él solo lo haga, salir e irme a dormir, al final opto por lo primero, si me voy y lo dejo en este estado, no podré quedarme bien con mi conciencia.

—No… por favor… no… —sigue con lo mismo.

Acerco mi mano y comienzo a moverlo con cuidado, he escuchado que no es bueno despertar a un sonámbulo y mucho menos a una persona que está teniendo una pesadilla muy fuerte.

—Brentt —susurro y zarandeo su hombro—. Despierta.

Es tan extraño ver a este hombre en un estado tan vulnerable.

—Brentt —insisto.

—No… te vayas… no… quédate…

Me pregunto con quién está soñando.

—Brentt —hablo un poco más fuerte, se nota que se la está pasando mal.

—¡No! —exclama con un grito desgarrador, abriendo los ojos y viéndome fijamente—. ¡Ariella!

Sus pupilas están dilatadas, su pecho sube y baja, él mantiene la mirada fija, aunque no es a mí a quien ve. Me doy cuenta de que me sostiene la mano con demasiada fuerza.

—Lynette —parece reconocerme.

Me suelta de inmediato, la rabia opaca al miedo en sus ojos y se incorpora, mantiene el torso descubierto.

—¿Qué haces aquí?

—Yo… escuché a alguien quejarse y…

—Vete, ¡ahora!

Doy un respingo y salgo de su habitación corriendo. No debí haber entrado, me meto a la cama y trato de dormir, a la mañana siguiente me doy una ducha, termino, la puerta de mi habitación se abre y entra furioso. El problema… es que estoy desnuda.

—Brentt.

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