¿Perdón?
¡Vaya, era como la primera vez que oía al gran Damir Uvarov pedir perdón!
Siguió persiguiendo mis labios con su boca descarada de una manera que me hizo sentir instantáneamente caliente y buena más allá de lo imaginable.
Tenía tantas ganas de que fuera más allá, de que pasara su mano por debajo de mi falda y jugara con el duro nudo de nervios que, a causa de los besos, se había puesto dolorosamente tenso, pero Damir se apartó de repente porque llamaron a la puerta.
- Mierda...
Yo también suspiré con frustración.
- Y esperaba que tuviéramos tiempo para una corrida rápida.
Fijando el bulto en sus pantalones, se apresuró hacia la puerta. Empujó el pomo, dejando entrar al hombre.
- ¡Soy yo!
Ilona...
- Rinat pregunta por ti, Damir.
- Lo recuerdo.
- Ve, ayudaré a Yanochka a instalarse. Rinat me ordenó que la ayudara a empolvar su nariz para la cena.
- ¡Jana, ya me has oído! Me tengo que ir. Diviértanse, chicas.
- ¡Maravilloso! - Oí la estridente risa de Ilona.
Oí cerrarse la puerta, me arreglé el vestido y salí por la esquina. No tenía ganas de ir a ningún club de hermandad... especialmente con ella. Ilona se quedó allí, fingiendo ser una estatua orgullosa, dibujando una sonrisa en sus labios botox.
- Entonces, ¿qué tienes? ¿Qué tipo de cosas llevas?
Llamaron de nuevo a la puerta y los criados llevaron las maletas a la habitación.
- Bien, justo a tiempo, echemos un vistazo.
Ilona se sentó frente a uno de ellos, abrió la cremallera y escudriñó su contenido. Me llamó la atención este tipo de independencia.
Decidió que era su casa, tenía derecho a hacer lo que quisiera. Y no hace falta pedirle permiso a un plebeyo. ¡Eso debe ser lo que piensa la señora!
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