- ¡Desvístete, Jana!
Dicho esto, Damir abrió bien las piernas y se bajó la bragueta del pantalón.
Los negros abismos, sus ojos diabólicamente hermosos, se volvieron aún más negros, y los bordes de sus iris destellaron con el fuego rojo de la lujuria.
- ¿Qué?
- ¡Por fin! ¡He esperado tanto tiempo este momento! Ahora eres mío... ¡oficialmente! ¡Tengo todo el derecho a ti, Jana! ¡Y no tienes ni idea de lo mucho que te deseo, y lo mucho que me ha costado contener mi lujuria todo este tiempo!
Estupor total.
Me marea el pánico, pero cuando miro la bragueta desabrochada y abultada, tengo sentimientos encontrados y mucho... ¡mucho calor! Especialmente en mis bragas. En mis pezones. ¡Por todos mis muslos!
- Vamos, quitémonos esta ropa, ¡divirtámonos!
- ¿Tú... tú... tú... quieres sexo? ¿Sexo completo? ¿Ahora mismo?
El hombre no me deja entrar en razón, entender lo que está pasando. Se acerca y me pone la palma de la mano sobre la boca.
- ¡No refunfuñes, preciosa! La generosidad tiene un precio.
Confusamente murmuro algo en su palma, oliendo a cigarrillos y colonia, la obsesión viciosa comienza a apoderarse de mí cada vez con más fuerza, aturdiendo mis sentidos, seduciendo...
- Entiendo que me pagan por todo lo que he hecho por ustedes como herederos, ¡pero aún faltan muchos meses para que den a luz! Así que aceptaré un adelanto tuyo.
¡Mi pulso se acelera como un loco!
Mis bragas están en llamas...
Mis muslos tienen calambres con espasmos abrasadores.
Mis pezones se convierten en piedras duras y dolorosas.
Quiero convertirme en polvo de oro y luego elevarme a los cielos. No puedo hacerme nada... excepto rendirme. ¡Admitir lo bien que me siento con este hombre! Y qué perfectamente besa.
Es el rey del vicio, el campeón olímpico de los besos abrasadores, el conquistador de los corazones de las mujeres...
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