Mientras tanto, Jiang Ning se di cuenta de que alguien había estado siguiéndolo. Se rio en voz baja. Sus sentidos eran muy agudos, así que no había nadie en el mundo que pudiera seguirlo sin que él lo detectara. Su expresión no cambió. Dirigió el auto a una zona menos concurrida y el otro lo siguió manteniendo cierta distancia. Se bajó, caminó hacia un parque que estaba en construcción y se sentó en una banca larga. Encendió un cigarro y exhaló lentamente el humo sin mirar atrás.
-Me han seguido durante tanto tiempo, ¿qué esperan?
Dos figuras aparecieron frente a él. Eran dos tipos rapados, con un aire salvaje y miradas duras. Al instante, Jiang pudo darse cuenta de dónde venían.
-No debiste haber ofendido a los Jin -dijo Wu Qiang con frialdad.
—Ahora vamos a dejarte lisiado. No te resistas —agregó Wu Bing.
Estaban listos para atacar.
-Así que hay gente que se fue del equipo de Hei Hu y que está de acuerdo con ser los perros de alguien más, ¿eh?
Esa frase de Jiang Ning hizo que les cambiara la expresión mientras se quedaban parados en su lugar, fulminándolo con la mirada.
—Parece que tendré que preguntarle a mi querido pequeño Hei cómo le enseñó a sus subordinados a comportarse así. ¿Acaso está pidiendo morir?
CATAPLUM...
Fue como si un enorme rayo hubiera dejado inmóviles a Wu Qiang y a Wu Bing y ninguno se atreviera a avanzar. Había pocas personas que se atrevían a decirle «pequeño Hei» a Hei Hu. Y sólo una persona se atrevía a decir que Hei Hu estaba pidiendo morir. ¡El Dios de la Guerra! ¡El poderoso Dios de la Guerra!
Su anterior líder se había quedado emocionado durante medio año porque había recibido un consejo del Dios de la
Guerra.
Su respiración se agitó conforme sus cuerpos se tensaban. Ni siquiera se atrevían a pensar en atacar. Jiang Ning sólo estaba ahí sentado pero podían sentir una presión extremadamente aterradora avanzando hacia ellos.
Se quedaron parados y no se atrevieron a moverse. Tenían una expresión de solemnidad y un asomo de culpa. Se sentían culpables por haber deshonrado a Hei Hu.
Jiang Ning siguió sentado, tranquilo como el agua, y exhaló en silencio el humo de su cigarro.
-Los Jin no saben en qué se están metiendo -dijo Wu Bing con frialdad, después de respirar muy hondo.
Ofender al poderoso Dios de la Guerra era casi igual que pedir la muerte.
-Contacta al equipo. Yo recibiré el castigo que merecemos.
Wu Qiang esbozó una sonrisa amarga. Aunque lo habían dejado, aún sentían que pertenecían al equipo. Si Hei Hu se enteraba de que casi habían ofendido al Dios de la Guerra, probablemente se despertaría de miedo en mitad de la noche.
Cuando los dos volvieron al hotel, Jin Ran estaba disfrutando de la compañía de unas cuantas mujeres en sus brazos.
-¿Todo listo? -preguntó con emoción en cuanto vio llegar a los hermanos.
Sabía muy bien lo poderosos que eran. Gracias a estos dos, los Jin habían logrado llenar de miedo los corazones de la gente en los últimos dos años. Por desgracia, eran muy anticuados y tenían muchos principios. Si no les hubiera dicho que Jiang Ning era alguien del círculo ilegal de Donghai, ellos ni siquiera habrían aceptado.
-Joven amo Jin, a partir de hoy, el favor que les debíamos a los Jin ha sido devuelto por completo -dijo Wu Qiang con una expresión helada.
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